Adquirí el hábito de escribir cartas desde los primeros años. En la familia, todo lo que había que decir entre nosotros o a otras personas (felicitaciones, disculpas, sugerencias, peticiones, noticias, etc.) se hacía por escrito, de manera formal. No se debía a algún impedimento, era solo una forma particular que teníamos. Todo lo que uno crece haciendo no se cuestiona, pero con los años comencé a advertir que eso que para mí era normal no lo era para todas las familias, y después fue evidente que, de todas las que conocía hasta entonces, nosotros éramos la única. Pronto dejé la casa familiar y viví en otras ciudades donde probé distintas profesiones, pero siempre conservé la práctica de seguir escribiendo notas o cartas todos los días, que luego se convirtieron en correos electrónicos y mensajes en otros medios aún más inmediatos. O una mezcla de todos.
Tenía la costumbre de enviar una carta breve a los autores de los libros que había leído con placer, y me sorprendía que casi todos respondían. También solía enviar a las editoriales notas breves indicando erratas o inconsistencias, no errores necesariamente, que había encontrado en sus libros (aunque no a todas las editoriales, solo a aquellas a las que admiraba), pero a estas nunca recibía respuesta. Mamá, que fue quien nos forjó en la escritura, aprobó la iniciativa cuando lo mencioné en alguna charla: corregir al que se equivoca, me recordó, era una de las llamadas obras de misericordia. Con el tiempo he dejado de hacerlo, y ahora no sé si me animaría a señalar esos hallazgos.
Pasaron unos años antes de que iniciáramos con Gris Tormenta, un proyecto editorial modesto que desde el principio tenía algunas cosas muy claras: la editorial debía estar centrada, no importaba tanto en qué (mientras tuviera un centro) y los libros debían estar hechos con minucia y sumo cuidado. Nunca se sabe para qué va a servir más adelante algo que aprendimos a los cinco, diez o veinte años, pero mientras nuestros trabajos editoriales iniciaban, comencé a escribir a los autores que en conjunto seleccionamos para invitarlos al proyecto. Porque Gris Tormenta tiene esa otra peculiaridad: ninguno de nuestros libros sale de un manuscrito enviado para consideración, sino que nosotros «inventamos» o imaginamos un libro terminado o una colección, y luego vemos cómo hacer que exista, partiendo de la ausencia de elementos, siguiendo una trayectoria probablemente opuesta a la de una editorial «tradicional».
Y así, sin realmente proponérnoslo, porque no lo habíamos hecho antes, comenzó un camino conversacional entre nosotros como editorial y los autores que nos gustaban y queríamos tener en nuestros libros. Autores de diversos continentes, a los que no conocíamos en persona, por supuesto, ni siquiera a través de amigos en común, solo en la lectura. Y la única herramienta de la que disponíamos era la correspondencia. Comenzaron así a aparecer nuestros primeros títulos, muchos con escritores que no habían sido traducidos o publicados en México. Pero todo sucedía en cartas, a veces en papel y enviadas por correo, o electrónicas, la mayor parte, que iban y venían durante meses o años.
Sigue siendo así y sucede siempre en silencio, desde ambos lugares. No recuerdo que hayamos hablado alguna vez con un autor por teléfono. Los libros se hacen silenciosamente, sin que nadie sepa qué estás haciendo en realidad. El trabajo es tan lento y requiere tal atención (muy distintos tipos de atención durante todo el proceso), que es imposible, en lo cotidiano, mostrar con hechos cómo se hace un libro. Solo un panorama, una especie de time-lapse, podría revelarlo. Pero más que esa lentitud, que tiene sentido, lo que nos sigue sorprendiendo es la quietud y la inmovilidad en la que un libro va apareciendo, un elemento a la vez, hasta que llega el día de sacarlo de sus cajas, ya terminado, sin haber cruzado una palabra con persona alguna, o casi ninguna, excepto por escrito.
Eso nos lleva a pensar cuál es la relación de la editorial con el lugar del que es parte: cómo dialogan los editores con su ciudad y los estímulos de esa ciudad: arte, habitantes, eventos, sistema urbano, comercial, etcétera. ¿Pertenecen realmente las editoriales a los lugares en donde están establecidas? Supongo que sí, por mínima que sea la relación. Esto es algo que nos hemos preguntado más de una vez: si nuestro catálogo, es decir, nuestras conversaciones y las conversaciones que proponemos, serían distintas si estuviéramos en una ciudad mucho más grande. ¿O en el campo?
Con los libros ya en las librerías y la editorial con presencia virtual, esas conversaciones con los autores comenzaron a ser cada vez más (y esto no lo esperábamos realmente) conversaciones con los lectores, con los libreros, con otros editores, traductores, distribuidores… Es decir, que el círculo de la conversación fue creciendo a partir del mismo centro y no se ha detenido. Cada uno de esos interlocutores, al igual que los autores, tiene una voz y algo que decir: inquietudes y peticiones, palabras críticas y palabras generosas. Y hablamos con ellos. Todos los días. La editorial se ha ido expandiendo con capas diversas de voces y discusiones que no están en los libros, pero que son parte innegable de sus procesos. Y en esos diálogos han aparecido ideas que luego se convierten en títulos o colecciones uno o dos años después: se solidificaron en objetos legibles. «La escritura precipita la lengua —dice Quignard—. El libro es el único precipitado de la lengua».
La editorial es muy joven, tiene apenas cuatro años, aunque los años editorial no equivalen a años calendario. Al publicar sobre todo antologías, estamos trabajando con veinte, treinta, cuarenta autores al mismo tiempo (editando, traduciendo, ponderando, negociando). Además están también todas esas otras conversaciones simultáneas con los amigos y autores que hemos ido adquiriendo con el tiempo. (Sigo teniendo correspondencia muy constante, por ejemplo, con una de las primeras autoras a las que publicamos, y a veces parece que con los años esa conexión se ha hecho cada vez más intensa, no menos. Ya no hablamos, por supuesto, de su libro, sino de todo eso que se queda en los miles de kilómetros y lenguas que nos separan. No he encontrado razones precisas por las que esos intercambios sigan sucediendo, pero es quizá ese despropósito el que permite que el mejor tipo de correspondencia se haga realidad: la conversación por la conversación, por el placer de escribir y esperar la respuesta del otro.)
En ese tiempo alargado de la editorial han aparecido muchos puentes, algunos muy sólidos, imposibles de ignorar, que no estaban ahí hace apenas cuatro años. Pero el puente más emocional, siempre, sigue siendo el que se tiende entre la editorial y lo desconocido. Mientras el editor trabaja en su libro, en silencio, sin que nadie lo sepa, está iniciando la construcción de un puente que lleva a ningún lugar. Cuando el lector lee ese libro como hallazgo, el puente adquiere su magnitud, hasta entonces desconocida, y el destino se revela. Supongo que hace una o dos generaciones pocos lectores tenían esa comunicación tan directa con los autores y casas editoras; hoy es más común. Varios editores han usado la metáfora de «carta» para referirse a ese proceso por el cual intentan, en secreto, hacer llegar un libro a un destinatario, desconocido pero ideal, que lo leerá también en silencio, como si hubiera estado dirigido a él, y solo a él, desde el primer momento. Por supuesto que el último pensamiento que tenemos al iniciar un proyecto nuevo es la idea de un destinatario: por eso es raro pensar que esa relación, con el tiempo, podría hacerse permanente, casi siempre en condición de anonimato, aunque la unión que se ha logrado entre los dos a través de un texto podría ser todo menos anónima.
Otra manera de entender ese conversar que la edición supone es pensar en el editor como la persona que duda todo el tiempo. No porque carezca de información para tomar una decisión: más bien, tal vez, porque piensa que posee demasiada información: demasiadas variables se cruzan cuando se planea publicar algo. El editor, pues, está en constante diálogo con esas voces interiores que pueden ir del desenfado a la paranoia. Esas aparentes contradicciones van forjando a la editorial y otorgándole carácter, sobre todo si están bien resueltas: la dualidad entre lectura y escritura en la que se ve siempre delimitado el editor, entre realidad y deseo, entre interior y exterior, entre la literatura y el anhelo constante del hallazgo de la literatura.
Los libros que hacemos en Gris Tormenta son libros en donde tratamos de enfrentar miradas. Poner a los autores a conversar entre ellos directamente, mirada con mirada, desapareciendo nosotros del medio. Si son antologías, recopilamos textos de distintos países, edades, posturas, tradiciones. Si son libros de un solo autor, comisionamos un prólogo, no para presentar la obra en términos teóricos o editoriales, sino para establecer un diálogo con el texto, o bien una confrontación: que sirva para presentar al lector un punto de partida hacia un destino interior, y si es a través de la duda, mejor. A veces parece que esos libros breves son más como una antología de dos textos que como un libro con un prólogo. Sea cual sea la longitud y la «complejidad» de cada título, ahí están las diversas voces, unidas por una estructura «fija», destinadas a conversar entre ellas hasta perderse.
El último paso de esta conversación vasta y fragmentaria sucede cuando, habiendo ya olvidado el libro, te encuentras con una lectura, una reseña o una crítica publicada por ahí. En ella se descubren algunas de las lecturas menos esperadas de un libro en el que, como editorial, trabajaste con suma dedicación nueve, doce, veinte meses. Es la última posible correspondencia entre las intenciones del autor y las sensibilidades del lector, facilitadas por la editorial como intermediaria de voces: hacer posible que esas asociaciones improbables sigan sucediendo en el tiempo y en el espacio.
El librero, Giuseppe Arcimboldo
Jacobo Zanella (Guanajuato, 1976) es editor y escritor. Desde hace algunos años, junto a Mauricio Sánchez, dirige Gris Tormenta, editorial dedicada al ensayo literario.
Te pueden interesar:
Comments