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  • Renata Wolff

Willkommen


Jardín Lac es un laboratorio para construir con otros un espacio para todos, a partir de la escucha y la conversación.








1. En enero, antes de que todo sucediera, estuve en Buenos Aires. Uno de mis anhelos para el viaje era asistir a un musical. Estaba entusiasmada por ver Hello, Dolly!, cuyo letrero inmenso se destacaba en la avenida Corrientes cuando llegué. Me compré la entrada el primer día.


2. Hello, Dolly! fue buenísimo. Pero no me encantó. Me encantó Cabaret, que vi anunciado por casualidad. Me compré la entrada para esa misma noche, por impulso, cuando pasaba por delante de un teatro más chico y fuera de Corrientes. Bastó que surgiera el maestro de ceremonias, solo en el escenario, y empezara suave: Willkommen, bienvenue, welcome. Uf, mi corazón. Y, por si fuera poco, a cierta altura entra Sally Bowles para cantar el showstopper y declarar que ama la vida de cabaret. Salí llorando.


El musical Cabaret en el Teatro Liceo de Buenos Aires.

3. Cabaret pasa en los últimos meses del Berlín de Weimar antes que la tomaran los nazis. El libertinaje decadente es tan exuberante como triste. La fiesta se terminaba.


4. Escribo este texto un 6 de junio. Hace 76 años, la gran generación lanzaba la ofensiva para derrotar al Tercer Reich, a costa de sangre y vidas (ochenta millones del lado aliado, teniendo en cuenta no sólo militares, sino civiles muertos, incluso de hambre y enfermedades relacionadas con la guerra).


5. ¿Y qué necesitábamos hacer nosotros, generación de Internet, para cerrar las puertas a los fascistas reality show de Brasil en el 2018? Simplemente votar correctamente. Sin sacrificar un carajo. Pero no. Preferimos elegir al tierraplanismo, al diezmo, a una mano apuntando como si fuera un arma, a los ogros de whatsapp y facebook, y a las camisetas de la selección de fútbol manufacturadas por centavos en Asia. Y lo celebramos con fuegos artificiales.


6. En Buenos Aires, una noche fui a cenar una milanesa con papas fritas. Una chica pasaba por las mesas y pedía dinero. Yo le dije que dinero no tenía, pero le pregunté si querría compartir el plato conmigo. Empecé a servirle papas fritas. La chica dijo “bueno”, tímida, y se cortó un trocito de carne. Yo le dije: tome más. Ella se cortó otro trozo. Volví a insistir. Y ella dijo: dale, pero no más, porque usted tiene que comer.


7. Yo le mentí. Tenía dinero. Mientras le negué un billete de pesos argentinos, la chica se preocupaba de que yo tuviera comida suficiente.


8. Trabajo en un tribunal federal de Brasil. En marzo, en los días antes del aislamiento, recibimos un email de un abogado. Él pedía que liberáramos urgentemente un importe de casi un millón que se había bloqueado en su cuenta bancaria. ¿Y por qué? Para invertirlo rápido en la bolsa de valores, que se venía abajo con las noticias del covid-19. Él no podía perder la gran oportunidad de hacer ganancias, explicaba el email.


9. La chica del restaurante (peor, ni siquiera le pregunté su nombre) dejó de comer más carne por solidarizarse conmigo, una turista. El abogado del millón en la cuenta quería sacar provecho del desplome, y por lo tanto de la miseria ajena, para lucrar con capital especulativo. Y lo escribió abiertamente.


10. Se vino la cuarentena. Desde entonces, trabajo en casa. Salgo cada dos semanas para comprar lo necesario. Mis parientes están en sus casas, afortunadamente con salud. Nos hablamos por video y texto. Lo mismo con las amistades. No toco a otra persona desde hace tres meses. Y todo eso son lujos. Lujos.



El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, participa en una protesta contra la cuarentena y el distanciamiento social contra el contagio del coronavirus en Brasilia. § REUTERS/Ueslei Marcelino)


11. Mil muertes por día. No hay tests suficientes, no hay camas suficientes, no hay entierros dignos. Artistas y trabajadores autónomos no tienen ingresos. Exterminio de personas negras, pobres, trans, indígenas. El presidente miliciano sale a cabalgar. Y las caravanas exigen, con sus bocinas, la oportunidad para contaminarse. Yo las vi: las caravanas.


12. Durante el verano se hacían reparaciones en la fachada del edificio donde vivo. Una tarde de sol inclemente y temperatura por los cuarenta grados Celsius, el andamio pasó delante de mi ventana. Le ofrecí agua al señor que trabajaba. Él me dijo que los otros departamentos simplemente cerraban el vidrio y las cortinas. El edificio tiene 112 departamentos. Ciento doce. El señor era negro.


13. Eso hace de mi ofrecimiento nada más que el deber, ridículamente mínimo, de una criatura humana hacia otra. Yo no soy salvadora de nadie. La historia de ese señor es de él (aunque, de nuevo, yo no le haya preguntado por su nombre). Yo soy una cara más en el interior de la ventana. Y del lado de afuera de la cárcel. Soy parte del problema. Le niego dinero a una chica pobre pero me conmueve el drama ficticio en el escenario. Subo imágenes woke al instagram como si fuera un decidido activismo. Y reconocer todo eso tampoco es ningún acto de coraje o mérito, es simplemente afirmar un hecho.


14. En este mismo edificio y por la misma época, una vecina no descansó hasta que –sin respeto a las normas sobre vectores de transmisión del dengue– le autorizaron dejar un cuenco de agua en la planta baja, permanentemente. Para los perros. Los perros no pueden esperar el minuto de subida del ascensor para saciar la sed después de su paseo, ¿comprende? Los perros, pobrecitos, no merecen quedarse sin refresco en el calor. Es inhumano.


15. La misma vecina le habla a su perra, en público, como si fuera una persona. Me imagino que es una relación como la que tiene la dama de Recife, ciudad del Nordeste de Brasil, que mandó a su empleada doméstica a pasear a la perra (con todos los cuidados, por supuesto) mientras su hijo de cinco años se quedaba con la dama en el departamento. El niño lloraba por su mamá. La dama se aburrió, lo puso solo en el ascensor y lo hizo subir. El niño salió a la terraza, perdido en el edificio de lujo. Vio a su mamá abajo en la calle, se cayó y se murió. El niño era negro.


16. Ese nombre lo sé. Miguel Otávio Santana da Silva. Quería ser futbolista.


17. ¿Es que hay tanta diferencia entre mis vecinos y la dama de Recife? ¿Y entre yo y el abogado millonario?



"Pero Sally Bowles, igual que yo, era blanca". En la imagen, Florencia Peña interpretando a Sally Bowles.


18. Durante esta cuarentena vi pasar, hasta este día, mi cumpleaños de cuarenta, el día de las madres y el cumpleaños de mi padre, quien siempre quiso ver las playas de Normandía, donde sucedió el desembarco. También pasó el aniversario de mi graduación en Derecho. (Me recibí en una universidad pública en el 2003. De las setenta personas que se graduaron, ninguna era negra). Pero la verdad es que estoy cómoda. Me entretengo sola. (Leo poemas y los textos académicos. Miré todas las temporadas de The Office. Y canto a las paredes las canciones de Cabaret. What good is sitting alone in your room? Come hear the music play. No use permitting some prophet of doom to wipe every smile away. Life is a cabaret, old chum. Come to the cabaret. [¿Qué tiene de bueno sentarse solo en tu cuarto? Ven a escuchar la música tocar. No tiene caso permitir a algún profeta del fin quitar todos las sonrisas. La vida es un cabaret, viejo. Ven al cabaret]. Es la ventaja de ser introvertida. Un privilegio más: privilegios por todos los lados. Observo cómodamente mientras una plaga importada por ricos en sus paseos al extranjero diezma las periferias. Siento una culpa amarga, la misma amargura de la vergüenza que sentí ante la chica del restaurante. Y bien por mí.


19. Trato de escribir la tesis de la maestría pero cada vez me convenzo más de que no importa. Nada importa. Lo que yo escriba o no escriba no cambia una mierda. Quizás toda esta civilización sea una experiencia miserable que merezca implosionar, si no fuera por el método de implosión, viciado por una desigualdad repugnante.


20. Tengo oleadas diarias de tristeza, rabia, angustia y ansiedad. Pero también son lujos. En el peor de los casos, son incomodidades. Y que se vaya al infierno mi incomodidad.


21. Sé que esto no es más que una sucesión desordenada de cosas sueltas. Es como percibo al mundo por estos días. Todo entrecortado y suspendido. El nonsense de la realidad devora cualquier intento de orden, hasta para la creación de ficción. Ahora más parecen un delirio distante los gobiernos de izquierda de los años 2000, cuando bailábamos sin saber que la fiesta era una despedida. Leave your troubles outside. We have no troubles here. Wir sagen willkommen, bienvenue, welcome - im cabaret, au cabaret, to cabaret. [Deja tus problemas afuera. No tenemos problemas aquí. Les decimos bienvenidos… Al cabaret].


22. En la apoteosis final, Sally Bowles, aunque destrozada en su interior, canta: Start by admitting from cradle to tomb isn’t that long a stay. Life is a cabaret, old chum. Only a cabaret, old chum. And I love a cabaret! [Empieza por admitir que de la cuna a la tumba no hay una larga estancia. La vida es un cabaret, viejo. Solo un cabaret, viejo. Y ¡yo amo el cabaret!]


23. Pero Sally Bowles, igual que yo, era blanca.



  • Renata Wolff es escritora. Vive y concluye su maestría en escritura creativa en Porto Alegre, Brasil. Es autora del libro de cuentos "Fin de Fiesta" (Dublinense, 2018), finalista del Prémio Jabutí.




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El espacio público es construcción de todos, no viene dado.





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