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Tonatiuh López

v i v i r / un acercamiento al trabajo de Jair Romero

1.

Es muy difícil pisar una mariposa. Por lo general estos insectos vuelan a una altitud que los mantiene a salvo de los pies humanos. Es difícil también pensar en alguien que intente matarlas a propósito. No pertenecen a aquellas especies que nos parecen particularmente despreciables y que buscamos a toda costa aniquilar. De hecho, incluso nos resultan agradables a la vista, por sus colores, por los patrones de sus alas, por su forma de contrastar con el vacío azul del cielo. Incluso, existimos quienes asociamos las mariposas con un buen augurio, o con el recuerdo de un ser querido. A mí me pasa esto con las de la especie Leptophobia aripa: unas mariposas color blanco, por lo general de tamaño pequeño. Una vez, subiendo junto a mis amigos, Salvador y Antonio, el Cerro Gordo –una cumbre aislada de la Sierra de Guadalupe que sirve de jardín silvestre a quienes habitamos en Santa Clara Coatitla, en Ecatepec– dos mariposas blancas cruzaron volando nuestro camino. Salvador me contó que aquella especie se alimentaba exclusivamente del néctar de las flores del mastuerzo. –Verás que ahora encontramos uno– dijo; y así fue. Unas cuantas decenas de metros más arriba nos topamos con una enredadera de florecitas naranjas y amarillas sobre las que se posaban las dos mariposas que nos habían aventajado camino.


Cuando era niño, mi abuela solía decirme que me la pasaba “montado en el mastuerzo”, refiriéndose a que me pasaba horas ido, sentado, ensimismado, viendo a la nada, pensando en quién sabe qué. –¡Ay mi pascualito, otra vez montado en el mastuerzo!– decía. Lo que la abuela ignoraba, era que a menudo me la pasaba pensando en hombres. En los hombres que yo conocía y deseaba. En cómo se verían desnudos. Pasaba mi tiempo imaginando la magnitud del racimo que les colgaba entre las piernas. Debía tener unos 7 años y ya pensaba en eso, con ansia y en secreto. Pensaba en Adán, el supuesto primer hombre, y en el momento ingrato en que Dios le hizo inventar la vergüenza. –¡Qué tonto!, ¿por qué se cubrió con las hojas de una higuera si no había nadie que lo viera? Al menos escogió bien la planta– pensaba e imaginaba los jugosos higos que puso al resguardo de aquel ridículo verdor. Entonces no sabía que mis compañeros de banca eran aquellas mariposas blancas, pero cuando Salvador me lo contó aquella mañana trepando el cerro, de inmediato creé una conexión entre ellas y mis otras amigas “mariposas”, con las que compartía deseos y/o pensamientos que se escondían, como los higos de Adán, tras el pudor y el miedo. Las relacioné en especial con Víctor, quién había perdido su vida recientemente en medio de una maraña hecha con sus propios pensamientos. Fue él quien me enseñó a sentirme orgulloso de lo que era, y a no temer a los demás por sus juicios. –Uno es lo que es y nosotros somos unos maricones, ¡y ya está!– me dijo entre risas, para animarme a pintarme las uñas por primera vez. Ahora, cada vez que veo una mariposa blanca, invoco su recuerdo y sonrío.



2.

Aunque compartimos el sustantivo, muchas veces las mariposas humanas no corremos con la misma suerte que nuestras compañeras lepidópteras. Sobre todo si crecemos en entornos como el que queda a las faldas de aquel cerro. Los hombres, sobre todo, nos ahuyentan. Nos insultan. Imitan nuestros movimientos para burlarse de nosotras. Nos llaman monstruos. A veces, envalentonados, nos incitan a posarnos sobre sus hombros, o en su regazo, o a volar junto a ellos y a sus amigos, y hacen de nosotras un chiste y nos obligan a reírnos de él. Y creen que todo eso es divertido. Y creen que todo eso es lo mismo que aceptarnos. Y creen que eso no es ser violentos. Y luego, como nosotras volamos a ras del suelo, si algo no les gusta, resulta fácil que nos pateen, que nos empujen, que nos insulten y que nos digan que no estemos “de mamonas”. Y una aguanta. Hasta que de plano ya es mucho y se va. Vuela. Se sienta en el mastuerzo a esperar a que lleguen otras mariposas, y entonces se ríe de otras cosas que sí dan risa. Vuela. Y es feliz. Vuela. A veces lejos. ¡Y ya está!


Yo siempre supe que era una mariposa. Y supe también que era mejor sentarse en el mastuerzo que revolotear entre la multitud. Era mejor rechazarme yo sola, autoexcluirme. Y ponerme a pensar, o lo que es lo mismo, volar estando quieta. Cuando era niño, en las fiestas del barrio solía sentarme en la orilla amarilla y cuarteada de las banquetas a mirar cómo todos bailaban sobre el pavimento. Ahí, en la calle en la que crecí, rodeado de mi familia y amigos, yo me sentía marginado. Mentira, yo elegía marginarme. Hacía esto luego de ver cómo trataban a las otras mariposas, a las peluqueras y a las vestidas, quienes servían de diversión y burla a todos hasta que un borracho decidía golpearlas o aventarlas al suelo tras haber ido demasiado lejos en sus atrevimientos. Entonces, a los 7 años, no sabía lo que era un hombre homosexual, o una mujer transexual, pero sí que sabía que me parecía en mucho a ellxs, sobre todo a las peluqueras, y en algo a las vestidas, y sabía también que no quería que nadie me aventara al suelo, que no quería que pusieran un puño en mi cara, la que así aprendió a tenerle miedo al maquillaje.



3.

El día de hoy voy vestido con un diseño exclusivo de la marca Naca Biuty. Lo exclusivo de esta firma radica en que cada colección es rescatada de los montones de ropa que se tiran a la basura y a “la paca”. Prendas seleccionadas por el artista Jair Romero para darles una segunda oportunidad al intervenirlas con pinturas, textos, cortes y añadiduras de tela. En mi caso, hoy llevo un jumper de mujer, de mezclilla azul, holgado y a la rodilla, pero con la opción de acortar el largo abotonándolo a los lados (una tecnología que envidiaría cualquier niña de secundaría que ansía mostrar sus recién depiladas piernas). Al frente lleva escrita con letras rosas la leyenda “Alien Sex Fiend” (demonio sexual alienígena), título de una canción de la banda de rock alternativo Garbage, sobre la que volveré en un momento. En la parte de atrás lleva pintadas mariposas blancas y de otros colores y, escritas con brusquedad, las palabras “marika” y fagot.* Decidí estrenarlo precisamente hoy como una provocación, porque estoy de visita en otro de los pueblos en los que crecí: Zitácuaro, Michoacán. Una localidad repleta de machos provinciales que tampoco llevan muy bien su relación con las mariposas, por mucho que el municipio se haga llamar ahora “Capital de la Monarca”.


Uno no sabe nunca lo que va a resultar de este tipo de experimentos, puede ser una simple burla, o una golpiza. Afortunadamente, solo una vez he tenido que soportar lo último y el mío no fue un caso de gravedad. En realidad me he vestido así, también, porque aquí nadie me reconoce ya y es más fácil caminar con un diseño tan llamativo sin darle importancia a la atención de los demás. En realidad me lo he puesto, también, porque estoy de visita con una tía ciega y esto me ahorra el primer paso: no tengo que responderle a nadie la molesta pregunta “¿vas a salir a la calle vestido así?”. En realidad, si lo pienso bien, me lo he puesto como un acto de valentía cobarde, pero supongo que así empieza toda reivindicación. El modelo me hace ver un poco aniñado. Pienso que me habría encantado salir a caminar así en mi infancia, y ganar los insultos antes de que cualquier boca los profiriese.


Para Jair la ropa es una especie de armadura. Ella siempre insiste en que las prendas que hace le han servido de protección. Re-comenzó con la práctica de intervenir su indumentaria una vez que estuvo tremendamente enferma. Su salud mental era frágil. En su pensamiento se anidaba, revoloteando, una nube de mariposas negras que reavivaba todos los recuerdos de las violencias que había vivido de niña, a manos de extraños e incluso de sus seres queridos. Esta nube llevó a Jair a estar inmóvil, sin explicarse el porqué, postrada en la cama de un hospital (algo similar le pasó a Víctor antes de que tomara la decisión de quitarse la vida). Al salir, aún débil, tuvo la idea de utilizar su cuerpo como espacio de exhibición de su propio trabajo. También se trataba de una respuesta a las violencias que sufría. Empezó con Naca Biuty –que como cuerpo de obra lleva también el título de Refugios iconográficos del mariposón–, con la idea de poder, como comenta Jair: “expresar con libertad su identidad sexual, en términos performáticos pero también políticos”. Desde su temprana infancia la idea de usar indumentaria como una forma de expresión identitaria siempre estuvo presente: “Me sentía más protegida y más arropada si sobre mi ropa rayoneaba dibujos y símbolos, como los que llevan los superhéroes, pero de jota, de loca, de mariposón”. Otras de las prendas de Jair tienen leyendas como “Anal Sex”, “Siempre fui no binarie”, “Putx”, “Odio a los hombres pero amo los penes”, y llevan dibujados corazones, mariposas, flores, quimeras y animales sacados de la fantasía y la ciencia ficción, así como personajes de la cultura pop travestidos y realizando actos sodomitas. La mayoría de las prendas están intervenidas con aerosol, óleos y acrílicos, recuperando la estética del punk, del graffiti callejero, y de los cuadernos que las y los jóvenes de nuestra generación utilizaban para enviar mensajes en chismógrafos y anuarios, con colores estridentes y llamativos.


Jair nació, como yo, en Ecatepec, en la década del 90. En su casa no había jardín. En la mía tampoco. Apenas un montón de plantas en macetas y botes de pintura. Como la mía, su visión de las mariposas (bípedas y lepidópteras) estaba limitada a lo que aquel amasijo de construcciones grises permitía. Pero ella siempre ha sido mucho más valiente que yo. Lleva el pelo largo, se define a sí misma como post-puta-bellaka y se ríe de sus desgracias, mientras yo aún las padezco. Le aprendo mucho cada vez que abre las alas. De hecho, llevar puestas sus prendas me hace sentir, en efecto, arropada y protegida, sobre todo ahora que yo también estoy disminuida y casi inmóvil, ahora que ya ni en el mastuerzo descanso, a merced de mariposas negras que cargan los recuerdos de la homofobia de mi padre y de las violencias que aprendí a normalizar y a maquillar como amor. Y no solo eso, su ropa me hace sentir perra. A mí, un maricón obeso de treinta y pico de años que ve todo nublado por el melodrama y la fantasía. Muy perra. Según Daniel Harris, en The Rise and Fall of Gay Culture (1997), “a los homosexuales los atrae la imagen de la perra en parte por su lengua malvada, su habilidad para alcanzar a través del diálogo, a través de su ayuda verbal, sus respuestas velocísimas, ese control sobre otros que con frecuencia los gays no obtienen sobre sus propias vidas”.** Dicho de otro modo, con cada mordida, una perra recupera un poco del terreno que le había sido negado. Y las prendas de Jair me ayudan a morder sin la necesidad de siquiera abrir la boca.


En una conferencia realizada en el marco del festival Liberatum, en el Castillo de Chapultepec, Ciudad de México, en marzo de 2018, Shirley Manson, la vocalista de la banda Garbage, que antes he mencionado, comentó cómo había sido para ella crecer en un entorno gris, industrial y machista como el Glasgow de la década del 80 (que, salvando las distancias, es en algo parecido a nuestro Ecatepec de la década del 90). Palabras más, palabras menos, refería la forma en la que ella y otros “anormales” eran a menudo violentados y cómo esto afectaba la percepción propia y de los otros y su salud mental: ideaciones suicidas, pensamientos paranoides, disociación de la personalidad, ostracismo, etc. Y decía algo que me parece pertinente parafrasear. Cuando una crece en un entorno de este tipo, a menudo interioriza el odio de los demás y lo hace a tal punto que uno termina ahorrándoles el trabajo de eliminarnos. La autoexclusión, el suicidio, la enfermedad mental, no son otra cosa que las violencias recibidas de los demás, actuadas por una misma como una confirmación de lo fuera de lugar que están nuestras identidades en esos territorios. Con su trabajo, artistas como Jair y Manson desacatan la orden del holocausto autoinfligido, de la autoinmolación. Y vuelan. Y son felices. Vuelan. A veces lejos. ¡Y ya está!



4.

Desde hace algunos años Jair vive en Cuernavaca, la ciudad de los jardines; aunque esto sería la delicia de las mariposas, lo cierto es que el contexto de violencia y machismo es más o menos el mismo. Su obra, como la de muchos artistas pertenecientes a la disidencia sexual, sigue pareciéndonos una obra de nicho que solo hay que invocar en ocasiones especiales, para hablar de ciertos temas específicos o para pagar ciertas cuotas de inclusión que coloquen falsamente a los críticos, curadores e instituciones –con una visión bastante miope de la diversidad– a la vanguardia de una supuesta igualdad y reconocimiento de las diferencias. Pero la de Jair no es una mirada estrecha, ella no se limita, se desespera y sale a la caza de lugares para exhibir su trabajo, los que sean, aunque no se trate de espacios hegemónicos, sino de lugares que tienen para ella cierto valor estético, simbólico o conceptual. Ahí donde nadie ve la posibilidad de una flor, esta mariposa se posa y extrae su alimento y energía.


Hace unos meses tuve la oportunidad de curar la exposición Teletransputeishon, 2023, una muestra de Jair en la abandonada Unidad de Medidas Cautelares para Adolescentes (UMECA), en Cuernavaca, Morelos. Curar es mucho decir. En realidad, no se trata propiamente de una curaduría, hice poco menos que un cuento relacionado al universo del que provenían las pinturas que conformaban la muestra. En realidad, llamar a esto exposición puede parecer a muchos una exageración. Fue más bien un acto paracaidista que ocupó un espacio con una selección de su trabajo reciente. Durante unas cuantas horas de un día cualquiera, la UMECA, un edificio en ruinas convertido en basurero y hogar de indigentes, se convirtió en el soporte, y podría decirse que también en una parte de la obra de Jair y ésta invitó a los transeúntes a pasar a mirar. Este acto de cinismo lúdico e inconforme, de una mariposa que no se sienta en el mastuerzo a esperar su legitimación, me parece admirable. Se necesita mucha valentía para escupirse a una misma en los lugares más inesperados, ahí donde la vida sucede, ahí donde a menudo una no es requerida. Algo similar ocurrió con su anterior exposición individual, Unholy Space, 2022, un tendedero realizado a las faldas de un monumento kitsch con una réplica mediocre del Ángel de la Independencia, en un camellón de la misma ciudad, frente al campo de fútbol en el que iba a ver a su padre jugar de niña. O con el Zara Fashion Week, 2023, una instalación escenográfica que permitió a Jair y a sus compañeros de trabajo jugar, proponer atuendos y desfilar con las prendas de la tienda departamental que les sirve de sustento. Todos, intentos en los que Jair no se queda quieta, revolotea, llenándolo todo con los colores estrambóticos de sus pinturas y prendas para mantenerse creativa, para sobrevivir. “No te creas, sí me interesa estar en instituciones, ganar premios, ser vista y valorada, mamita. Pero mientras tanto me pongo ahí donde todos puedan verme, y que se aguanten”. Y ahí no se acaba el malabar. Por alguna extraña razón, aunque Jair trabaje con materiales precarios, con trozos de tela viejos, con pinturas de calidad no profesional, con lo que tenga a la mano para crear arte, sus obras dan muestra de una riquísima abundancia en recursos pictóricos y elementos simbólicos. De todo, mucho y en la cara. Truco de mariposa que con su polvo pinta el aire, como lo hacen, en la pantalla de TV, aquellas caricaturas que pueden llevar a un ataque epiléptico.


5.

Es curioso que el nombre de las mariposas blancas que se montan en el mastuerzo sea Leptophobia aripa, que en latín significa algo así como “aladas y temerosas del lecho”. Y supongo que lo que hace Jair, lo que hacen Salvador y Antonio, lo que hacía Víctor, lo que hago yo, es una forma de responder con aleteos, con nuestro trabajo, con nuestra gracia, a quienes golpeándonos de una forma u otra nos quieren condenar a yacer inmóviles, subyugándonos bajo su poder, o al servicio de un deseo que a algunos les da miedo reconocer. Y es que es así, en ciertas latitudes las mariposas mueren aplastadas por el puño de los hombres, o pateadas, y su lecho ya no es el mastuerzo, sino el suelo, yacen bajo las flores, les sirven de composta, en lugar de sobrevolarlas y esparcir su polen. Y por ellas, a nosotras nos corresponde volar dos veces. Morder. Ponernos afuera. Volar. Y ser felices. Volar. A veces lejos. ¡Y ya está!


Por último, pongo aquí un mastuerzo para que reposen cinco mariposas en su vuelo, dos te miran de frente y abren sus alas en un triángulo invertido: v v; otras dos las pliegan en una línea vertical, sobresalen sus antenas: i i; la última lleva un ala herida y se posa de perfil: r. Poco importa. Vamos todas juntas a:


v

i

v

i

r.







* A menudo Jair juega con la ortografía de las palabras, destruyéndolas o volviéndolas incomprensibles a propósito.

** Citado en Monsiváis, C. (2001). Salvador Novo. Lo marginal en el centro. Ciudad de México: Ediciones Era.

 

Tonatiuh López (Ecatepec, 1989) es escritor, curador y editor independiente. Su práctica está marcada por la intención de unir el arte con la vida, lo mismo con gestos poéticos que mediante la realización de proyectos de arte socialmente comprometido. Es miembro del colectivo Museo Arte Contemporáneo Ecatepec (MArCE) y es también activista por la libertad amatoria y sexual de las comunidades de hombres que tienen sexo con otros hombres, personas usuarias de drogas y neurodivergentes.

 

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