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Jardín Lac

Otro arte público

De joven quiso ser músico y también pintor. Tocaba la flauta y compuso obras que nunca llegó a escuchar. Una de ellas crecía y crecía. Cuando llegó a tener más de 300 páginas, acudió con su mentor en la Academia de Música de Zúrich y este lo convenció de que mejor se entregara a la pintura pues "no tenía vocación musical". Sin embargo, la obra de Roger von Gunten tiene la capacidad de hacer resonar mundos posibles que cimbran nuestras certezas y que nos ayudan a habitar este mundo.

Tiempo antes de la pandemia del COVID, Roger se topó con unos sonotubos en su casa. Esos cilindros de cartón que se utilizan para facilitar la cimbra de columnas. Se vierte en ellos concreto y se ahorra tiempo de trabajo y transporte. Algunos de estos sonotubos se habían quedado en su casa como sobrantes; entonces, von Gunten tuvo el deseo de pintar y pegar recortes sobre ellos. Al mirar el resultado tuvo una ocurrencia simple y genial.

Junto al colectivo Haz caso a tu corazón colocó 300 sonotubos en la explanada de la plaza Santo Domingo, en la Ciudad de México. Invitaron a quienes pasaban por ahí a intervenir y pintar sobre los sonotubos. El resultado fue una obra de arte público que antes que iluminar al pueblo con la verdad del artista, lo invitaba a participar y a descubrirse como creador. Esa obra sembró preguntas sobre nuestras formas de habitar las ciudades.

	¿Cómo conviven los tiempos de producción y los tiempos de creación?
	¿Existen espacios urbanos para detenernos, contemplar y jugar?
	¿Cómo podemos reinventar nuestras ciudades?…

A continuación, compartimos una breve entrevista que sostuvimos con Roger. Hablamos de su relación con la naturaleza, de sus hábitos de trabajo, de cómo mantener la esperanza en tiempos difíciles y sobre el proyecto Faros por la Paz, como fue bautizado el proyecto de los sonotubos.


¿Roger, cuéntanos cómo surgió la idea de los sonotubos?


Yo tenía unos sonotubos en casa que me sobraron de cuando hice las columnas de la entrada; entonces pensé: ¿Cómo sería pintar algo con esto? Y enseguida empecé a pintar, corté corazones y los pegué sobre los sonotubos. Y surgió la idea de que podíamos hacer un colectivo con la gente y replicar esta misma actividad en una plaza (con la ayuda de alguien que pusiera el material, que en este caso fue la Secretaría de Cultura de la CDMX que compró 300 sonotubos). En Tepoztlán hicimos 200. En total, entre la Ciudad de México y Tepoztlán, hicimos 500. Todos se hicieron por gente que pasaba por ahí. Había mucho material para pintar. Lo más interesante es que el sonotubo es un material que no tiene límite. Hasta tres o cuatro personas podían trabajar simultáneamente en el mismo sonotubo. Los resultados eran tan bonitos que decidimos llamarlos Faros por la Paz. Fue muy especial ver la participación de todo el mundo, a la gente recortando papel y corazones, manifestándose a través de una actividad artística que no era difícil técnicamente.


¿Pintar para mantener viva la esperanza en tiempos difíciles?


Se dice que “lo último que muere es la esperanza”. Y viendo todo lo que pasa con la pandemia, con la guerra en Ucrania, con el cambio climático… La pregunta es ¿Cómo tener esperanza? Pienso que la esperanza es algo así como un arcoíris. Es fácil de explicar el fenómeno físico, pero no es tan sencillo de comprender por qué sucede y por qué es tan maravilloso de observar.


¿Usted sigue pintando a sus ochenta y nueve años?


Ahora tengo mucha talacha y hay cada vez menos eco entre los artistas. Sin embargo, pintar es un oficio, así que aplicar pintura a un papel o a una tela es algo que siempre he necesitado. Hace unos diez años empecé a desconfiar del contorno y traté de hacer estructuras visuales por medio de constelaciones. Empecé a pintar abstracciones orgánicas. Tomemos la música como ejemplo: vemos que la música no representa nada, pero podemos percibir en nuestra mente las estructuras armónicas y los ritmos de una melodía, sin que esto represente nada. Y eso es lo que ahora trato de hacer en mi pintura: estructuras visuales e incluso sonoras; o estructuras visuales con aspectos sonoros.


¿Y con qué artistas dialoga en estos días?


Todavía con mis compañeros de la ruptura, principalmente, aunque ya quedamos pocos. La ruptura fue un movimiento desde abajo en el que había un intercambio de ideas que hoy en día, no sé por qué, ya no se da. Quizá faltan los reseñistas o la crítica. No lo sé, pero algo ha cambiado. Me parece que el intercambio de imágenes e ideas se ha apagado.

Las grandes imágenes de los espectaculares nos piden algo: que compremos algo o que votemos por alguien; y esto ha inducido cierta animadversión en la gente cuando se trata de contemplar una imagen, de entrar en una imagen y de entregarse a la imagen. Para mí el arte de la pintura es una vivencia participativa entre el artista y el espectador. Ambos necesitan movilizar su imaginación para reconocer las estructuras visuales que contiene un cuadro, su mensaje.

Alguien a que siempre veía como especialmente luminoso era al pintor Philip Bragar; también a Manuel Felguérez y a Vicente Rojo. Pero, en realidad, el arte consiste en obras. No hay nombres o currículas, si no que cada obra emana o no emana, está viva o no está viva. Yo siempre le he dado mucha importancia a la factura, al trabajo de la mano. Un pintor puede tener muy buen sentido del color, de la composición, pero a veces no trasmite un mensaje porque la mano no se siente, la mano y la factura.

Hace poco, en uno de mis talleres, una muchacha muy joven dijo que no le gustaban las reproducciones porque no tienen aura. Es una observación muy aguda. El original, el papel, estimula el ojo. Para el pintor, la superficie que pinta se vuelve un espacio pictórico: un espacio espiritual. Para el pintor la superficie es un espacio pictórico y en ese espacio trabaja la mano. Y la mano concibe el mundo en tres dimensiones. Lamento tanto que ahora estemos tan apantallados, viviendo en dos dimensiones, empobreciendo la realidad.


¿Cómo diría que es su universo personal, el de sus recuerdos y el de todos los días?


Todos tenemos una mitología personal de recuerdos. Pienso que es una mitología que no se puede explicar racionalmente, simplemente aparece y se manifiesta. ¿De dónde? ¡Quién sabe de dónde! Ahora yo vivo en el bosque, rodeado de árboles y plantas. En estos tiempos, con el confinamiento, uno se queda en casa y convive con su entorno. Es una forma de concentrarse y de cultivar la atención, porque si uno vive atentamente y mira bien las cosas, el espacio cotidiano también se vuelve mitología.


Terminamos la charla con el maestro Roger y compartimos algunas imágenes de este ejercicio como una invitación a dejarse interpelar por la pregunta: ¿Cómo intervenir el espacio público para imaginar otras ciudades y otros horizontes?



Imágenes: cortesía de Roger von Gunten


 

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