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Luis Bernardo Yepes Osorio

Mis caperucitas y el encuentro con lobos

Un día de la década de los noventa, enseñándoles a maestros de las comunas de la ciudad de Medellín, Colombia, la versión de Caperucita Roja escrita en Francia por Charles Perrault en 1697 y la de los hermanos Grimm (editada ciento quince años después en Alemania), un maestro me presentó la Caperucita Eléctrica de Janosch, en tanto —oh coincidencia— llegó a mi casa una versión contada por el lobo que me había enviado una amiga desde España. Esa noche, mirando el techo de mi habitación decidí que buscaría todas las historias de la chica de la caperuza roja.

Hoy, veinticuatro años después, en las afueras de la ciudad, a quince minutos del aeropuerto internacional de Rionegro, tengo una biblioteca con más de medio centenar de versiones entre cuentos, poemas, novelas y ensayos. Además de algunas películas, pinturas, canciones y objetos diversos. Mi pareja la llama “el estudio de LuisBer” y es el lugar donde recibo a mis amigos, solos o con sus familias, pero también a personas que apenas conozco o veo por vez primera. Llegan a esa biblioteca arropada por un exuberante jardín y ubicada en un pueblo llamado El Retiro que atrae turistas por sus vestigios coloniales. Quien llega al estudio es recibido con una clase magistral respecto al origen del cuento y de acuerdo con su perfil van surgiendo libros y anécdotas alrededor de revisiones de la historia de autores como Alberto Manguel, Angela Carter, Chico Buarque, Ana María Machado, Juan Domingo Argüelles, Gianni Rodari, A.R. Almodóvar, Hernán Rodríguez Castelo, o se les pone ante los ojos versiones como el ejemplar único en forma de acordeón pintado a mano por Ana Bellido, o el elaborado con la técnica de punto de cruz por Katharina Haller, o el segundo ejemplar de los únicos diez que existen de Perropicado Studio con la técnica de patchwork, o el de Warja Kavater de 1965, del que solo se editaron trescientos ejemplares y es una versión maestra de libro laboratorio a partir de una historia que parece anidar en la memoria de todos los habitantes del planeta.

Otro disfrute son los distintos idiomas en los que se cuenta esa historia y que están allí: farsi, macedonio —hablado por dos millones de personas en el mundo—, Uyghur —del occidente de China, Kashgar—, serbio, vietnamita, turco, griego, tailandés o siamés, son algunos. La visita se cierra con un comentario en un libro de visitas encabezado por las apreciaciones y dibujos de Beatriz Martín Vidal y Claudia Rueda que un 16 de septiembre visitaron “el museo” —así lo denominaron—, y sugirieron ese libro.

Un visitante suele atraer a otro, y el otro otros. Yo feliz porque me lleno de gente amiga y de algunos regalos que enriquecen esa colección que para mí representa una pasión y donde me escapo a repasar escenas creadas por artistas enamorados de la historia al igual que yo.

Y es verdad que detenerse en un mismo cuadro del cuento de Caperucita Roja produce fascinación. Cuando inicié esta colección, un amigo fotógrafo me convidó a detenerme en un único acto de los distintos ilustradores. Con su máquina me hizo varias fotos de una escena que le señalé de diversos libros y me pidió que encontrara semejanzas, diferencias y culturas.

Anduve durante muchos años y visité cantidad de lugares con unas diapositivas con las imágenes atrapadas por él y un aparato para proyectarlas. Solía hacerlo entre vinos en algún lugar del mundo, me divertía juntando miradas frescas. Mi amigo luego captó para mí otras escenas. Mi preferida siempre fue el encuentro de Caperucita y el lobo en la espesura del bosque —la que hoy presento en Jardín LAC—. En la actualidad me gusta más otra, nacida del ingenio de artistas modernos: la abuela y Caperucita dentro del vientre del lobo. He visto en libros infantiles portentosas maneras de representar ese momento cumbre de la literatura.


Caperucita Roja de Gustave Doré publicada en 1862. Alelado vi esta imagen por vez primera en algún libro de mi infancia. Ahora ilustra los Cuentos de Antaño de Charles Perrault publicados por Anaya. Historias que habían sido editadas originalmente en 1697, acompañadas de unos mediocres dibujos de Antoine Clouzier. Desde que vi esta Caperucita me habita por completo y aceptar las demás no ha sido fácil. Amo a esta niña de ojos inmensos y brazos vigorosos.






Caperucita, ilustrada por Javier Serrano. El libro fue editado originalmente por Círculo de lectores y Perspectiva editorial Cultural en 2002. Ya en 2003 lo publica Ediciones B. La versión castellana es de José Miguel Rodríguez Clemente y está basada en el cuento escrito por los hermanos Grimm en 1812. En esta narración Caperucita y la abuela son salvadas por un cazador y posteriormente las dos se enfrentan con otro lobo y lo engañan hasta hacerlo caer dentro de una artesa con agua hirviendo. Esta Caperucita con la apacibilidad del triunfador me reconforta. No recuerdo cuál fue mi percepción la primera vez que me detuve ante esta imagen, pero ahora sé de lo que es capaz esa chiquilla con tal de quitarse un obstáculo del camino.


Caperucita Roja de Beatrix Potter e ilustrada por Helen Oxenbury. Fue publicada en castellano por Editorial Juventud en 2019. El texto data de 1971 y Potter se inspiró en la versión fatal de Charles Perrault donde no hay cazador que salve de la desgracia a la abuela y a Caperucita Roja. Oxembury con sus ilustraciones hace una concesión y crea un dibujo alternativo al final para “los aprensivos y los remilgados”, según ella. Me gusta la Caperucita de Helen Oxenbury en esta escena. Esa carita tan segura me alivia de ese final donde veo que no la pasó nada bien. Por eso al terminar la lectura regreso y me detengo ante su imagen y la del lobo, lo hago como una manera de consuelo y gritándole a Caperucita que no le preste atención, que mire cómo al lobo se le escurre la baba.


Caperucita Roja ilustrada por Carmen Segovia y publicada por Anaya en 2003, es la narración original escrita por Jacob y Wilhelm Grimm, es decir la de dos finales: con cazador rescatando a la abuela y a Caperucita, y lobo muerto con la panza llena de piedras; y con otro lobo engañado por las dos y muerto dentro de una artesa con agua hirviendo.

Esta Caperucita de actitud adulta me atrajo desde el primer momento. El libro lo abrí al azar en una Feria de Libro de Madrid en 2004 y desde ese año el aire melancólico y serio de esa niña-adulta me atrapó. La miré muchas veces ese día, la he mirado cientos de veces buscándole una sonrisa, tratando de despojarla de su melancolía. Ha sido imposible.


Caperucita Roja ilustrada con fotografías de Sarah Moon surgió en 1983. Editions Grasset & Fasquelle consiguió que la fotógrafa francesa recreara la historia original de Charles Perrault en un ambiente lúgubre de los años 40.

Posiblemente esta es la Caperucita más bella con la que me he topado. Son terribles los celos que me embargan cuando ella acuerda algo con el conductor de un Cadillac que la acecha en el camino. Quedo aturdido al final de la historia al verla en una suerte de striptease antes de meterse a la cama con el dueño del auto, que no es otro distinto al lobo.




La niña de rojo es un cuento publicado por Creative Editions en 2012. En la portada aparece lo siguiente: Historia e ilustraciones de Roberto Innocenti, escrito por Aaron Frisch. Es una versión moderna de Caperucita Roja atravesando un bosque de cemento y ladrillos para llevarle a la abuela galletas, miel y naranjas. Para evitar tristezas los autores presentan dos finales. Esta Caperucita temeraria lo arrastra a uno a su cuerpo y lo lleva por una ciudad–bosque. En esta imagen —contrario a su osadía—se ve desvalida ante un lobo urbano que dice ser cazador. No entiendo por qué ahí no lleva la capucha si había llovido a cántaros y hacía frío.





Caperucita Roja ilustrada por Bernadette se basa en la versión de los hermanos Grimm, pero con un solo final: termina cuando el cazador rescata a la abuela y a Caperucita de la barriga del lobo y quedan todos muy contentos. La versión que tengo es la tercera edición publicada por Lumen en 1988.

Esta caperucita inclinada levemente, arropada por un paisaje impresionista y conservando una distancia prudente con un lobo nada humanizado, me hace pensar que ella sabe algo, que esa bestia no podrá engañarla, pero la engaña. Engañado yo también.




Caperucita Roja narrada por Emmanuèle de Lesseps e ilustrada por Sylvie Rainaud fue publicada en 1987 por Editions Nathan. La editorial lo presenta como un cuento tradicional de Charles Perrault, algo que no es cierto, pues la trama y el final corresponden a la estructura de la versión escrita por los hermanos Grimm en el siglo XIX. Desde el primer día que vi a esta Caperucita se me ocurrió que era la más universal: un personaje andrógino y atractivo. El lobo en esta historia —como lo calificó Anne Sexton al ver lo que con él han hecho los años— se me hace más bien mariposón.



Caperucita Roja con las ilustraciones de Beatriz Martín Vidal está inspirada en la versión de Jacob y Wilhelm Grimm, y a fe que así es, pues incluye los dos finales que en la publicación original plasmaron los hermanos de Hesse, Alemania, y que Oxford University Press España, S. A. publicó en 2010.

Esa mirada de Caperucita Roja es comprensiva, tierna y distante del miedo. El lobo lo entendió, sintió punzadas en la barriga, la esperará donde la abuela. Entre tanto yo quiero abrazar esa mirada, darle un beso y pedirle a la niña que regrese pronto a casa de su madre.


Boca de lobo de Fabián Negrín publicado por primera vez en 2003, es posiblemente la versión más revolucionaria y premiada de Caperucita Roja. La historia es relatada desde el cielo por el lobo Rodolfo, muerto a manos de un cazador y convertido en un ángel-lobo.

Contemplada Caperucita desde el cielo es una mancha roja ante una espesa floresta. Podemos saber lo que ocurrió realmente: amante de la naturaleza ignoró que conversaba

con un lobo disfrazado de bosque.





Me recreo con estas imágenes mientras recuerdo con malicia que, a mediados de los años 70, el impacto de las nuevas teorías psicoanalíticas hizo que se fuera tras una reivindicación de la fantasía y de la idea de que sólo las formas tradicionales cumplían la función educativa que los niños requerían (por ello se priorizó e impuso la versión de los hermanos Grimm). Fue preferida a la de Perrault a causa de que la del parisino era y ha sido considerada moral y represiva. Para ello no importó la fama de cruel de la que había gozado hasta ese momento la historia de los hermanos alemanes, la época la aceptó y la sigue aceptando gracias a su final esperanzador. Sin embargo, como pudimos ver en las ilustraciones, la de Perrault ha resurgido a partir de la década de los ochenta, los editores dan al traste con esas teorías y se han atrevido a publicar el cuento tal como fue escrito en el siglo XVII, así se evidencia en las versión fotográfica de Sarah Moon.

A mí me da igual la crueldad, los premios y los castigos, disfruto con una y otra versión indistintamente, eso sí, debo reconocer que las preguntas siguen siendo las mismas ante una acertada indiferencia de los creadores:

¿Es Caperucita Roja un mito en el cual Caperucita es la aurora devorada por el sol?

¿Es el recuerdo de la elección de una reina de mayo o algo por el estilo?

¿En el cuento la caperuza simboliza la menstruación, la botella la virginidad y las piedras en el vientre del lobo la esterilidad o el castigo por la transgresión sexual?

¿El cuento de Caperucita ayuda a los niños a resolver sus problemas edípicos y otros que identifique?

¿Debe ser abolida esta historia por dar cuenta de una sociedad feudal, ajena a la nuestra?

¿Contribuye a la consolidación de una sociedad menos machista, más atenta con la mujer?

Son esos y muchos otros los cuestionamientos que van de un lado para otro, con respuestas desperdigadas por parte del Indoeuropeísta Müller, del folklorista Saintyves, de los sicoanalistas Fromm y Bettelheim, de sociólogos marxistas y de feministas anglosajonas.

Mientras todo eso ocurre yo acumulo versiones, me recreo con escenas como las que aquí presento y salgo en busca de más relatos donde la niña luce su atuendo, rebeldía, temeridad y nulo sometimiento, distante de anhelos de príncipes azules. Aquí la espero, cuando la atrapo la enamoro sumándola a una colección que disfruto compartir.


 

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