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  • Luciana Villella

Los fantasmas del expurgo

¿Qué es más difícil?, ¿Seleccionar o expurgar?, me preguntó mi amiga mientras tomábamos un descanso en la Feria de Editorxs y sin dudarlo respondí: expurgar. El futuro contiene la posibilidad de comprar el libro que no te decidiste a comprar hoy. Pero descartar materiales es más difícil, porque se trata de alterar el delicado presente de la colección, a riesgo de equivocarnos de una manera irreversible. ¿Y además para qué? ¿Con qué objetivo?

En la bibliografía especializada, la primera razón que aparece para seleccionar los títulos que vamos a sacar de las estanterías es, naturalmente, hacer espacio. Siempre me pareció un motivo insuficiente para atrevernos a modificar el diverso ecosistema de la biblioteca. A la vez, es cierto que una colección monumental es más difícil y costosa de administrar. Las otras razones por las que se recomienda esta práctica conforman una pantanosa enumeración de valores a los que aspira el desarrollo de una colección. “La colección debe ser coherente”, “La colección debe ser adecuada”, etc. La bibliografía especializada es esquiva: nadie termina de enseñar a seleccionar, ni para la adquisición ni para el expurgo.

Me siento dominada por los objetos. Esto podría ser anecdótico, pero para una bibliotecaria, es algo importante. El expurgo es una de las tareas más difíciles y por ello, siempre postergadas. Se recomienda hacerlo de manera periódica, pero suele existir —al menos en las bibliotecas pequeñas— un cuartito, un depósito, un entrepiso, donde se amontona por tiempo indeterminado todo lo que no nos animamos a descartar. ¿Cuáles son las barreras invisibles que nos separan de ese dorado porvenir en el que podremos administrar de manera eficiente lo que ingresa y egresa de la colección?

Varias imágenes: la primera es la de la biblioteca como un organismo vivo, que confirma la necesidad de que algo tiene que salir si algo entró, con el propósito de mantener el equilibrio del sistema. Otra es la idea del crecimiento cero, que puede parecer un panorama un poco estéril al principio —¿acaso no queremos crecer?—, pero que en verdad es una manera de evitar que nuestras pequeñas bibliotecas implosionen.

Creo que lxs bibliotecarixs nos ubicamos entre dos polos: lxs conservadorxs como yo; y los tiradorxs compulsivxs. Lxs conservadorxs dialogamos permanentemente con muchas voces y presencias. Una de ellas es la del usuario fantasma. No sabemos si existe este personaje, pero aparece en nuestra imaginación cada vez que queremos desprendernos de algún título, necesitándolo. El problema con este usuario es que en su nombre se conservan muchas cosas, por si acaso llega. En instituciones donde no contamos con estadísticas de uso y los plazos son laxos, la espera del usuario fantasma que va a solicitar aquel libro que se justifica sólo por él, puede ser eterna. Al final, sólo hace que posterguemos la decisión de descartar.

En el otro extremo están lxs que tiran (o donan a otras bibliotecas) de una manera tan errática que no se puede deducir cuáles son sus criterios. Y aquí también se ubican lxs que combinan un deseo válido de despejar bibliotecas atiborradas con el desconocimiento de los materiales que manipulan. O que consideran que todo lo que contradiga los valores de este momento histórico con los que comulga la biblioteca (feministas, antirracistas, decoloniales, etc.) debe ser desechado sin más.

No podemos esperar que todxs lxs bibliotecarixs sean lectorxs. Y aunque así lo fuera, lxs bibliotecarixs, como las colecciones que desarrollan, somos limitadxs. Siempre algún área del saber se nos escapará. Creo que el único antídoto ante el peligro de deshacerse de cosas útiles es fomentar la curiosidad. Trabajamos con materiales delicados que muchas veces no sabemos cómo se comportan. Hay que moverse con cautela.

El otro gran problema es el destino que le damos a lo que separamos de nuestra colección. Quizá ya definimos que acá no queremos equis título por el motivo que sea, pero ahora hay que decidir qué hacemos con él. Entonces se forman tres grandes grupos: los libros que están buenos, que quizás simplemente apartamos porque tenemos ejemplares suficientes. Su contenido está vigente, están en buen estado y es material que lxs usuarixs suelen consultar. Seguramente haya alguna otra biblioteca que gustosa lo reciba. Habrá problemas de logística, de quién se hará cargo del traslado, coordinación de agendas, pero en principio son los más fáciles de ubicar.

Después están los deteriorados. También es fácil, hay que eludir la esperanza de tener tiempo y dinero para restaurar —que en pocas bibliotecas pequeñas se hace realidad— y simplemente desechar o reciclar. Muy bien. Pero hay un grupo intermedio, de miles de libros que están en buen estado pero son de dudosa calidad o viceversa. ¿Qué hacemos con ellos? ¿Los tiramos sin más? ¿Qué estoy comunicando a otra biblioteca, a mis colegas, si les ofrezco libros como esos? Puede ser curioso hojear un libro sobre los misterios de las profundidades submarinas en un momento de ocio, pero cuando estamos entrampados entre donaciones que no dejan de entrar —por suerte— y volúmenes y volúmenes que históricamente se acumularon, no es el tipo de libro que querés recibir en tu biblioteca.

Sueño con un cuestionario al que podamos exponer a cada título, para echar luz, para que cada libro revele la pulpa de la que está hecho y sea más fácil decidir si se queda o se va. Sueño también con convertirme en una Marie Kondo de las bibliotecas, para poder ver cómo se recuperan bibliotecas anquilosadas, obturadas por los propios libros que algún día no decidieron tirar.


The doctors dream, Thomas Rowlandson



Luciana Villella es escritora y bibliotecaria en la Biblioteca Ateneo Popular, en La Plata, provincia de Buenos Aires, Argentina.


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