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  • Tere López Avedoy y Ramón Salaberria

Mujeres y biblioteca pública

El pasado 25 de noviembre se conmemoró el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Ese día comenzaron quince días de activismo que culminaron el pasado 10 de diciembre, Día de los Derechos Humanos. Algo no está yendo bien para que días así existan. En todo el mundo se celebraron marchas de mujeres exigiendo el alto a la tortura y el asesinato de niñas, jóvenes, ancianas y adultas. En Argentina, España, Colombia, Chile, Estambul, Guatemala, Inglaterra, México y Venezuela, las mujeres ocuparon las calles y levantaron la voz.

Estas campañas para visibilizar las violentas y mortales consecuencias de nuestros sistemas de desigualdad han cobrado fuerza durante los últimos 20 años (lo cual es poco si consideramos que las mujeres son la mitad de la población mundial y que históricamente han estado rezagadas en distintos ámbitos). Según la Unesco, casi una de cada tres mujeres sufre abusos a lo largo de su vida. En algunos lugares, tu vida es más corta solo por el hecho de ser mujer –de nacimiento o no–. En 2017, la Cepal informó que en América Latina diariamente se asesinan a doce mujeres. Actualmente, en México se asesinan diez mujeres al día.

El día de la marcha conmemorativa, en Guaymas, una pequeña ciudad norteña mexicana, un colectivo feminista se reunió con la presidenta municipal frente al edificio del Ayuntamiento y fueron atacadas por un comando armado: murieron dos hombres que acompañaban a la alcadesa y una activista de la organización Feministas del Mar. Es difícil teclear nombres: yo aún no puedo. La prensa internacional y nacional cubrió la nota. ¿Qué hacer en contextos tan extremos como el nuestro?, ¿Hay acciones posibles si los feminicidios de Juárez ya cumplen tres décadas?, ¿Qué papel juega un espacio público como la biblioteca, en ocasiones aparentemente tan vulnerable –o vulnerado– social, política, económica y culturalmente?

Soy mujer y he asistido a bibliotecas toda mi vida. Sé que, como espacios sociales en ellas se replica el sistema, pero también que se le desafía: si en casa te prohíben estudiar o no existen las condiciones o los recursos necesarios para realizar tus proyectos personales o intereses de cualquier tipo –íntimos, educativos, laborales, artísticos, de ocio, etcétera–, las bibliotecas públicas pueden ayudar con eso.

Más allá de que puedan ofrecer opciones y recursos, la biblioteca es un espacio de observación y de experimentación de distintas dimensiones de lo público. Por ello, IFLA (Federación Internacional de Asociaciones de Bibliotecarios y Bibliotecas) reconoce y considera que la biblioteca pública tiene un papel activo para ayudar a combatir la desigualdad y vulnerabilidad de las mujeres: “protegiendo los derechos culturales y tomando acción”. Pero al margen de estas declaraciones, las bibliotecas suelen integrar y reflejar las preocupaciones sociales en sus actividades tradicionales, por lo que la preocupación por la mujer no es la excepción. Prueba de ello son los círculos de lectura especializados y la organización de eventos en torno a este tema.



¿Y qué tiene que ver la investigación con todo esto?


En esta ocasión, en Jardín Lac queremos reflexionar sobre las usuarias de las bibliotecas públicas a través de una serie de hallazgos extraídos de reportes realizados durante la breve existencia de Investigaciones Vasconcelos, una propuesta surgida desde la Biblioteca Vasconcelos con el objetivo de conocer, analizar y comprender mejor sus propios procesos, aprender de sí misma y acompañar mejor a sus usuarios.

Algunos de los datos encontrados se publicaron en el blog de divulgación Ventana Vasconcelos y las bases de datos generadas fueron entregadas a la propia biblioteca para futuras consultas. Pero, sobre todo, algunos de estos pequeños descubrimientos nos hicieron comprender la necesidad de afinar el enfoque de género desde la biblioteca pública y repensarlo no solo a partir de la oferta, sino también de las demandas.

A partir de los estudios de visitantes y usuarios realizados en 2014 y 2017, descubrimos que las visitas de las mujeres a la biblioteca caían abruptamente una vez cumplidos los 35 años, pero algunas regresaban a la biblioteca justo después de los 56. ¿Por qué las mujeres se alejan de la biblioteca después de cierta edad?, ¿Y por qué vuelven?, ¿Quizá por una necesidad de seguir conectadas al mundo, y porque se necesitan espacios en los que puedan seguir aprendiendo?, ¿Cómo hacer para que el espacio público las reciba cuando vuelven, o mejor aún, que sigan visitando y utilizando cotidianamente la biblioteca pública?

Analizando datos históricos de credencialización, se encontró que, a partir del cuarto año de existencia de la biblioteca, se credencializaban más mujeres que hombres. Lo que parecería un dato simple cobró relevancia cuando se contrastó con el préstamo a domicilio de 24 meses, ya que se encontró que —aunque la cantidad de hombres y mujeres que tomaban en préstamo era casi la misma (50.49% ellos; 49.51% ellas)—, los hombres llevaban una media de 11 libros, mientras que las mujeres llevaban 8 libros.

Esto nos llamó la atención, pues la tendencia es pensar que las mujeres leen más. ¿En la biblioteca suceden cosas distintas a lo que marcan las encuestas de lectura?, ¿O es el propio contexto mexicano el que es diferente al argentino, al colombiano y al español?, ¿Las mujeres que asisten a bibliotecas públicas compran más libros, aunque sus ingresos sean menores?, ¿O quizá leen más detenidamente?

En lo que se afinaban las preguntas se exploraron los datos y se encontraron diferencias sustanciales como la siguiente: mientras que entre los 6 y los 12 años ambos grupos llevaban libros de diversas materias (literatura, divulgación, historia, ciencias naturales), al llegar a los 25 años, las mujeres homogeneizaban sus lecturas (tomaban en préstamo sobre todo temas de un tipo de literatura), mientras que los hombres leían de forma más diversa (literatura de distintas geografías y géneros).

Cuando se analizó únicamente a las mujeres según su edad, se encontró que las mujeres de entre 18 y 35 años tomaban prestados materiales de Literatura, Ciencias Sociales y Filosofía, pero que las mujeres mayores de 56 preferían materiales de Artes y de Literatura. Y sí, llevaban menor cantidad que las jóvenes. ¿Qué sucede con las mujeres que acompañan a sus hijos a la biblioteca?, ¿Tienen necesidades de información ellas mismas?, ¿La biblioteca es una opción para ellas?

Otro dato destacable es su participación activa en el apoyo de la biblioteca, pues en un programa de voluntariado que operó entre 2016 y 2018 y que llegó a tener 773 participantes, tres de cada cuatro eran mujeres (porcentaje que contrasta fuertemente con datos de Inegi (2016) que señalan que los hombres suelen participar más que las mujeres como voluntarios en el ámbito cultural). ¿Es una forma de cuidado público y a la vez una forma de presencia en el espacio público?, ¿Por qué eligen estos contextos fuera del espacio doméstico?, ¿Al elegir este también participarán en otros espacios y contextos?



¿Es posible leer a las mujeres desde la biblioteca?


Estos breves datos son apenas la punta del iceberg social, cultural y económico que compone la biblioteca. Estas cifras abrieron interrogantes que inmediatamente fueron socializadas con el equipo, y hubo bibliotecarios que cuestionaron si estos hallazgos reflejaban la ocupación y las labores diferenciadas según el género de la sociedad mexicana.

Por ejemplo, el Atlas de Género del Inegi indica que semanalmente las mujeres dedican 150% de su tiempo al trabajo no remunerado en el hogar (ellas, 25 horas; ellos, 10 horas), y más tiempo a la labor de cuidado de otros miembros de la familia (ellas, 35 horas; ellos, 23 horas), así como al cuidado de menores de 14 años (ellas, 50 horas; ellos, 25). Si en la biblioteca las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres, ¿cómo no pensarla como un espacio público en donde pueden y deben ser escuchadas?

Entendemos que la biblioteca pública demanda análisis profundos y cualitativos que puedan dar sentido a los hallazgos numéricos –por pequeños que estos sean–, pues los motivos por los que las mujeres utilizan la biblioteca son tan variados como ellas mismas. Hay usuarias que asisten a leer, bailar, practicar, escuchar música, pasear, estudiar o simplemente a disfrutar a solas o con sus familias de este espacio.

Aunque hemos hablado de una biblioteca en particular, esto también sucede en bibliotecas de cualquier escala. Y en todos los casos funcionan como espacios que posibilitan la construcción de redes que traspasan el género, a fin de combatir la discriminación y la infravaloración.



 

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