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  • Daniel Cassany

Letrismo en la época de la covid19 (2 de 3)


Segunda entrega de este microensayo del profesor e investigador Daniel Cassany (Universitat Pompeu Fabra de Barcelona), que reflexiona a partir de las preguntas ¿está cambiando la lectura y la escritura por la covid19? Si es así, ¿han venido estos cambios para quedarse? ¿Están sucediendo a ambos lados del océano, del hemisferio, de la frontera, puesto que el virus llega a todas partes?

En la primera parte Cassany se centraba en dos aspectos: en el proceso de digitalización que la pandemia ha acelerado y en la mayor codificación de los espacios: indicaciones gráficas, instrucciones...



Letrismo en la época de la covid19


Daniel Cassany



3. Respuestas científicas

La pandemia de la covid19 ha generado necesidades urgentes de información veraz, de índole científica. Súbitamente millones de personas sin formación en virología, epidemiología o neumología esperamos entender lo que es un coronavirus, los valores de referencia de las epidemias, la sintomatología de una neumonía bilateral o las características de los principales tipos de mascarillas con su diverso nivel de protección. Exigimos respuestas sencillas cuando la comunidad científica se enfrenta a este virus desconocido con su riguroso y lento protocolo de investigación. Aunque la investigación requiera años y mucho dinero para averiguar fehacientemente cómo se desarrolla esta enfermedad, la ciudadanía espera respuestas claras e inmediatas.


Por supuesto, es llanamente imposible. La crisis comunicativa está servida. Es un ejemplo más de crisis de comunicación científica, de divulgación científica o, en inglés, de public understanding of science. Así, una legión variopinta de mediadores profesionales (periodistas científicos, médicos con vocación mediática) y amateur (youtubers sin tema, tuiteros ávidos de fama, ciudadanos anónimos con voluntad honesta) se ha lanzado en los últimos meses a publicar contenido sobre la covid19 y sus consecuencias, a intentar explicar a los legos, con más o menos fortuna, lo poco que sabemos.


Tampoco es nuevo. Recordemos otras pandemias (sida, gripe A, etc.) que provocaron situaciones parecidas, o hechos de otros ámbitos (la detención de Augusto Pinochet en Londres por la petición de un juez español) que también generaron un alud de información divulgativa (en este caso de tipo jurídico-político). Cada gran avance científico (alimentación transgénica, viajes espaciales, robots, gestación con ayuda técnica sofisticada) provoca crisis divulgativas: la novedad tecnocientífica debe acomodarse a los perfiles de su audiencia, porque es quien debe entender lo que ocurre –y también quien paga sus impuestos e indirectamente financia la investigación que ha dado lugar a cada avance.


¿Cómo se puede comprender algo si no tenemos formación previa en las disciplinas que lo han creado? Sencillamente solo es posible entenderlo en un plano más genérico, sin entrar en detalles, sin el mismo nivel de profundidad. Hay que reformular el contenido disponible (altamente especializado, con terminología, códigos alfanuméricos, dispositivos gráficos específicos) con recursos verbales más populares: metáforas (“la corona del SARS-CoV-2”), comparaciones (se parece a la “gripe española” del siglo XX), narrativizaciones (“el coronavirus utiliza una proteína para invadir células sanas”), etc.


No es una tarea fácil… Hay que crear todo un lenguaje nuevo en muy poco tiempo. Científicos y periodistas tienen que dar con las metáforas adecuadas, con las expresiones que resulten más claras para todos. Los políticos tienen que hallar el tono adecuado, que resulte comprensible y convincente, pero no dogmático, errático o simplista. ¿Cuántas veces en los últimos meses hemos tenido la sensación de ser tratados por especialistas como colegas suyos, cuando no sabemos tanto? ¿Cuántas veces también no nos hemos sentido tratados como niños inquietos o como tontos integrales por nuestros políticos, en vez de hablarnos como ciudadanos responsables?


En los últimos meses, todos nos hemos zambullido en este mercado diverso de discursos para hallar información comprensible, descartando la que era muy técnica, identificar la que tenía fiabilidad, compartir lo que nos gustaba… Todos hemos acabado siendo “mediadores” de discursos afortunados, entre sus autores y sus destinatarios, para poder encontrar luz entre tanto caos.


Así nos encontramos con un auténtico “mercado de información científica”: entrevistas a especialistas que se esfuerzan por coloquializar sus explicaciones, columnas de médicos y científicos que nunca antes habían tenido que realizar esta actividad, políticos que tienen que empezar a utilizar términos especializados de modo comprensible, mensajes persuasivos de las autoridades para impulsar determinados comportamientos: evitar reuniones, llevar mascarilla… En los últimos meses, todos nos hemos zambullido en este mercado diverso de discursos para hallar información comprensible, descartando la que era muy técnica, identificar la que tenía fiabilidad, compartir lo que nos gustaba… Todos hemos acabado siendo “mediadores” de discursos afortunados, entre sus autores y sus destinatarios, para poder encontrar luz entre tanto caos.

Por supuesto, también aquí los lectores más débiles tendrán más dificultades: se quedarán en la incomprensión o rezagados con relación a los primeros. (Aclaremos que el seguimiento de medios audiovisuales tampoco constituye una solución completa al problema, porque el habla televisiva y radiofónica también se ha guionizado previamente por escrito y exige procesos cognitivos superiores de comprensión, equivalentes a la escritura.)





4. Ideologías

Que la ciencia sea hoy la forma de conocimiento más aceptada, no evita que tenga sus detractores (negacionistas climáticos, creacionistas irreductibles, terraplanistas de todo tipo de concepciones) y sus aprovechados pseudocientíficos (homeópatas, astrólogos, frenólogos, acupuntores, etc.) que pretenden envolver con el prestigio científico sus productos y servicios, pese a incumplir los protocolos metodológicos prescriptivos.


En España los científicos los llaman despectivamente “magufos” (supuestamente a partir de magia + ufología). La digitalización y la globalización vertiginosas han incrementado tanto su actividad y popularización como las críticas y los recursos para combatirlos. Si la proliferación de noticias falsas ha provocado la aparición de webs de fact-checking o de contraste informativo (Maldita.es), la emergencia pandémica ha multiplicado las secciones específicas de ciencia (Maldita ciencia). Durante el confinamiento, algún canal de televisión español incluyó una breve sección diaria con la denuncia y crítica de algún bulo relacionado con la covid19, mostrando capturas de pantalla con la información falsa y su comprobación contrastada.


En este contexto, la pandemia de la covid19, con sus brutales consecuencias de incremento del desempleo y pobreza, ha abonado el terreno para la ebullición de teorías conspiratorias. Charlatanes de todo tipo (vendedores de remedios caseros, pseudoterapeutas alternativos, médicos fuera del sistema sanitario, periodistas ocasionales, VIPS con hambre de popularidad, etc.) han unido sus voces en las redes para negar la existencia del virus y de la enfermedad y promover campañas para fotografiar hospitales y UCIS vacías; para organizar manifestaciones en contra del uso de la mascarilla o de las medidas de distancia social; para tomar determinadas sustancias para combatir el virus (desinfectante, hidroxicloroquina), o para denunciar que la covid19 es un invento humano vinculado con la red 5G, en una supuesta conjura maléfica para controlar a toda la población del planeta, inoculando junto con la vacuna contra la covid19 un microchip que anularía nuestra voluntad [sic], en una trama argumental digna de las peores películas distópicas.


Las personas con menos conocimientos y destrezas sobre el mundo letrado experimentan más dificultades para salir a flote de esta embestida de mentiras, engaños y falsedades. Con tanta desinformación circulando por la nube, en las redes sociales, pero también en los medios tradicionales, saber separar el grano de la paja no es baladí.

Numerosas voces que difunden estas patrañas ocupan puestos relevantes en la política internacional o en los escenarios artísticos, han sido elegidos democráticamente o han obtenido su fama por sus obras gracias al reconocimiento de sus fans. Algunos análisis sobre la autoría de estas mentiras (La Vanguardia) identifican a tribus diversas, de ideología más progresista que conservadora, más interesados en su negocio personal que en el bienestar global. Suele ser la izquierda más radical la más propensa a negar los discursos oficiales y a dar crédito a teorías alternativas sin fundamento (la ineficacia de las vacunas, las medicinas alternativas, etc.). Una familia conservadora suele ir al médico de familia de toda la vida, pero una pareja hípster o alternativa tiene más facilidad para creerse cualquier explicación que plantee dudas sobre los discursos más corrientes.


Revisando los bulos que van surgiendo –y que va desmontando la prensa de calidad— se descubre que carecen de coherencia interna y que articulan teorías contradictorias entre sí, porque responden a las circunstancias y los contextos personales de cada uno de sus creadores o propagadores. Sencillamente, cada actor entiende las circunstancias de cada momento como una oportunidad para “vender lo suyo” y mejorar su beneficio, sin ningún tipo de escrúpulo.


Tampoco es nuevo, por supuesto. El estudio de lo que se denomina desinformación (las noticias falsas, la manipulación periodística y la posvedad) ya ha mostrado que se difunden tantas falsedades como verdades pero que las primeras se propagan con más rapidez, tienen vida más larga e incluso más impacto. También se ha explorado que las intenciones desinformativas son diversas (comercial, ideológica, lúdica) y que existe una importante industria al respecto, denominada “granjas de contenidos”, o sea, personas sin más empleo que descubren las posibilidades de ganar dinero en la red desde su cada publicando noticias locas o sorprendentes que animan a los internautas a dar “clic” a un contenido, lo cual genera beneficios de publicidad...


Debajo de esta denominación técnica de “desinformación”, hallamos hechos muy diversos, de contextos e intenciones incluso opuestas: malas noticias debidas a la impericia del periodista o a la falta de recursos, noticias paródicas con intención burlesca que algunos confunden como auténticas, noticias ciertas con sesgo, noticias sin interés que pretenden ocultar otras noticias más relevantes o robarles protagonismo o falsedades premeditadas con el objetivo de engañar.


También se ha pronosticado un futuro con más desinformación que la actualidad, más compleja y potente, como los deepfakes (ultrafalsos en español), que permiten manipular fotos y vídeos, modificar sutilmente algunos movimientos, añadir otros audios y conseguir productos totalmente sorprendentes. De modo que lo que estamos viendo con la covid19 no deja de ser un episodio más, intenso y globalizado, de esta evolución inquietante.


Por supuesto, también aquí las personas con menos conocimientos y destrezas sobre el mundo letrado experimentan más dificultades para salir a flote de esta embestida de mentiras, engaños y falsedades. Con tanta desinformación circulando por la nube, en las redes sociales, pero también en los medios tradicionales, saber separar el grano de la paja no es baladí.




Les invitamos a opinar y dialogar con este y los siguientes textos de Daniel Cassany. Aportemos desde distintos contextos a las preguntas aquí planteadas, que incumben a toda la ciudadanía. Mantengamos una conversación.




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