top of page
  • Daniel Cassany

Letrismo en la época de la covid19 (1 de 3)


Sus primeros  libros fueron publicados en Anagrama, uno de los sellos  de ensayo y literatura más prestigiosos en lengua española. Sin embargo, Daniel Cassany (Universitat Pompeu Fabra de Barcelona) prefiere definirse a sí mismo, más que como un autor, como un docente o un investigador. No le gustan los mitos y le apasiona construir conocimiento. 

Él sabe que no todas las opiniones son válidas. Pero que cada una es una oportunidad para (re)leer datos y experiencias y, a partir de ese ejercicio, construir conocimiento.

Por eso lo hemos invitado a  participar en nuestro jardín proponiendo una conversación sobre un tema complejo: la lectura y los libros a raíz de la covid19.

Animoso, como es Daniel, nos ha ofrecido tres acercamientos diferentes y complementarios, que les ofreceremos paulatinamente cada semana.

Léanlos, valórenlos, coméntenlos, respóndanlos… a su aire.

Este virus también ataca la lectura y la escritura, podemos detectar cambios más drásticos o sutiles.


Letrismo en la época de la covid19


Daniel Cassany



Presentación

¿Está cambiando la lectura y la escritura por la covid19? Si es así, ¿han venido estos cambios para quedarse? ¿Están sucediendo a ambos lados del océano, del hemisferio, de la frontera, puesto que el virus llega a todas partes?


Vivimos en un mundo letrado, con libros, pantallas, información, maestros, alumnos, editores, bibliotecarios... No solo se llenan los hospitales, se cierran las tiendas, se levantan las fronteras, se vacían los aviones y las carreteras… Se encierran los niños en su casa; desertan de la escuela, empezamos a trabajar desde las pantallas… También han cambiado nuestras prácticas de leer y escribir. Para luchar contra este maldito virus y sus consecuencias, estamos leyendo y escribiendo de otra forma, quizás como nunca. Pese a que cierren cada día algunas librerías y editoriales, pese a que las bibliotecas tengan muchas restricciones, a que los libros de texto cambien su función al usarse desde casa con los papás…


Es inquietante… Nunca antes se había invertido tanto dinero en tan poco tiempo en investigar una enfermedad ni se habían difundido tantos datos sobre un virus y sus consecuencias. Pero seguimos viviendo en la confusión, la incertidumbre y la falta de respuestas. Hay muchas preguntas, pero sus respuestas con contradictorias. Algunos afirman que el confinamiento ha incrementado la lectura y el consumo de libros, pero otros afirman sentirse incapaces de abrir un libro. El famoso escritor catalán Quim Monzó, columnista habitual de La Vanguardia, publicó su última columna el 23 de mayo, con el título “Este mundo ya no es el mío”, y regresó recientemente con una entrevista en este medio, para explicar que sufrió una depresión de caballo, con angustia y ataques de pánico, que le impidieron leer y escribir durante muchas semanas; su psiquiatra le tuvo que recetar 30 pastillas al día en los primeros momentos para salir del bache.


En definitiva, este virus también ataca la lectura y la escritura. Podemos detectar cambios más drásticos o sutiles: prácticas letradas que no eran tan habituales o generales antes, en la lectura de los medios, de la calle y del día a día. Pero no es oro todo lo que reluce: quizás esta pandemia está acelerando algunos procesos que ya habían empezado… Sin futurología ni propósito definido, comparto con ustedes varias reflexiones que han surgido estos meses sobrecogedores, inciertos e inimaginables, de enclaustramiento, mucha lectura en línea y regreso a la “nueva normalidad” —¡terrible expresión!—.


Más allá de identificar y comentar estos cambios, confío que estas reflexiones ayuden a repensar la lectura y la escritura con más amplitud y profundidad. Anímense a comentarlas en este jardín tan maravilloso. Discútanlas, ejemplifíquenlas y amplíenlas, para dialogar desde nuestras casas y aprender unos de otros.


1. Sin papel

Por consejo sanitario prescindimos de numerosos artefactos letrados para reducir riesgos de contagio. Evitamos tiquetes de entrada, menús de restaurantes, programas de mano en cines y teatros, catálogos de tiendas. Revisamos el menú con el móvil y un código QR, consultamos el nombre de los actores en la nube, accedemos a la audioguía del museo o de una exposición desde su web, también con nuestra pantallita, revisando el plano de las salas, escuchando las explicaciones orales de cada obra o contrastando las imágenes de la nube con el material expuesto. Incluso prescindimos del dinero de papel y nos hemos abocado a las tarjetas de plástico que funcionan acercándolas a los datafonos. En los lugares más sofisticados, si observamos las obras expuestas con el móvil surgen en la pantalla textos, imágenes y complementos en modo de ‘realidad aumentada’.


La pandemia ha acelerado un proceso de digitalización que añade otras particularidades. Se trata de una lectura más exigente: el texto no está físicamente en el entorno; hay que encontrarlo en la nube y esto exige destrezas específicas de tipo técnico y cognitivo. Hay que manejar apps, navegar por la web, moverse táctilmente por la minúscula pantalla de bolsillo. Mentalmente hay que reconstruir el contexto circunstancial de cada escrito

No es nuevo, pero nunca había sido tan habitual. La pandemia ha acelerado un proceso de digitalización que añade otras particularidades. Se trata de una lectura más exigente: el texto no está físicamente en el entorno; hay que encontrarlo en la nube y esto exige destrezas específicas de tipo técnico y cognitivo. Hay que manejar apps, navegar por la web, moverse táctilmente por la minúscula pantalla de bolsillo. Mentalmente hay que reconstruir el contexto circunstancial de cada escrito (la carta de restaurante, el programa de mano, el mapa).


No es fácil, aunque estemos ubicados en el lugar y el momento oportunos. Tomando el ejemplo sencillo de un restaurante, con la pantalla difícilmente accedemos al menú completo de platos principales, no es posible ver la página completa de una sola vez o moverse entre hojas al instante. Entrantes, postres y bebidas están en pestañas diferentes; hay que usar el scroll e ir arriba y abajo para ver la lista de alérgenos o ampliar la imagen con zoom para distinguir los diversos íconos. Y hay que hacerlo todo mientras recordamos en nuestra memoria a corto plazo el plato principal que nos interesaba o mientras el camarero está esperando de pie frente a la mesa con su mascarilla…


Esta digitalización favorece la multimodalidad: ¿por qué limitar un programa de mano a la escritura cuando es posible incorporar vídeos, audios o imágenes que suman contenido a las obras expuestas? ¿No es más atractivo un plano tridimensional de un museo, que se puede mover desde varios ángulos a un simple esquema gráfico? Géneros tradicionalmente monomodales, que usaban la escritura con un anagrama o una imagen de portada, adquieren complejidad con la integración de fotos, vídeos o gráficos, a veces incluso dinámicos e interactivos, lo cual exige más implicación del usuario.


El lector requiere más autonomía, experiencia, conocimientos, capacidad de riesgo, más allá de los procesos tradicionales de construcción de significado (hacer hipótesis, inferencias, confirmarlas, reformularlas, etc.). Nuestra mente lectora se formó con los escritos en papel tradicionales y no está forzosamente entrenada para manipular estos artefactos digitales más sofisticados. No me sorprendería que esas nuevas prácticas culturales agravaran la brecha ya existente entre letrados y lectores con dificultades o semianalfabetos.



En la calle han aumentado las indicaciones gráficas de todo tipo.


2. Espacios más codificados

En la calle han aumentado las indicaciones gráficas de todo tipo: flechas en las aceras y en las tiendas que muestran los recorridos de entrada y salida, topes o líneas que miden la distancia social en las colas, siluetas de zapatos que indican el punto en que hay que situarse frente a un mostrador o en la recogida de maletas en el aeropuerto. Abundan también las instrucciones en las puertas, las normas que afectan a cada tarea (y que van cambiando según los lugares y el momento), mesas y dispensadores de gel hidroalcohólico con iconos que nos invitan a usarlos, etc. La calle hoy es un lugar mucho más letrado que meses atrás; es un espacio más codificado para el transeúnte y mucho más complejo para el analfabeto. Que esas indicaciones sean símbolos sencillos o iconos que reproducen siluetas de objetos reales no siempre favorece la comprensión, puesto que siguen una lógica alfabética que hay que aprender en la escuela y que algunas personas pueden ignorar.


La calle hoy es un lugar mucho más letrado que meses atrás; es un espacio más codificado para el transeúnte y mucho más complejo para el analfabeto. Que esas indicaciones sean símbolos sencillos o iconos que reproducen siluetas de objetos reales no siempre favorece la comprensión.

Tampoco es nuevo. Las ciudades más desarrolladas que conozco son asiáticas: Tokio y Hong Kong. Más allá de sus rascacielos y su densidad humana, la abundancia de escritura y signos gráficos en el espacio público abruma al viandante: indicaciones en el metro en varias lenguas, planos increíblemente detallados a varios niveles, repletos de símbolos, colores y formas, rótulos publicitarios en las ventanas de cada piso de los rascacielos, baldosas en la acera con relieves leves para orientar a los ciegos o indicar los pasos cebra, normas en las habitaciones de hotel, en el baño, en los ascensores, en las mesas de los restaurantes. Pueden ser artefactos físicos (papel, carteles, timbres) o virtuales (pantallas impresionantes, neones de todos los colores), pero el grafismo y la escritura coloniza las urbes más sofisticadas.


Al contrario, las ciudades menos avanzadas, aquellas en las que sus habitantes siguen conversando e interactuando cara a cara, brillan por la escasez de artefactos letrados en la vía pública. En muchos barrios de El Cairo o Daca puede ser difícil encontrar carteles o indicaciones gráficas. Podríamos utilizar el nivel de densidad gráfica de las calles de un barrio o de una ciudad para evaluar otros aspectos de su desarrollo sociolingüístico y cultural. Una corriente reciente de las ciencias del lenguaje (linguistic landscape) adopta esta perspectiva etnográfica para analizar los códigos disponibles en las urbes contemporáneas: las lenguas (español, inglés, árabe) se visibilizan en los barrios en qué viven sus hablantes; la clase social también se marca con el tipo de artefactos. No es igual un neón gigante de colores llamativos y dinámico, con rótulo profesional impreso con tipografía estándar o carteles manuscritos, escritos con caligrafía desigual y faltas de ortografía. Es triste descubrir que algunas lenguas (náhuatl, maya, quechua, mapudungun) siguen siendo invisibles en las calles y los barrios en que viven sus hablantes. En 2016 escribí un "Informe: El paisaje letrado de Bogotá" que analizaba esta situación en la capital colombiana, gracias al programa Bogotá contada.


Con la covid19 estamos experimentando avances relevantes en este camino, que tampoco es casual que favorezca a las lenguas más poderosas, que colonizan al resto, y a los actores políticos más dominantes, que no tienen escrúpulos para aprovechar este contexto de devastación para incrementar su dominio y su riqueza. También aquí el desarrollo letrado favorece a los más preparados, a los que poseen más competencia lectora y a los que disponen de más recursos para controlar el letrismo en sus calles y barrios.



Les invitamos a opinar y dialogar con este y los siguientes textos de Daniel Cassany. Aportemos desde distintos contextos a las preguntas aquí planteadas, que incumben a toda la ciudadanía. Mantengamos una conversación.




Te pueden interesar:





5471 visualizaciones

2024 Jardín Lac

bottom of page