Existe siempre la violencia de un signo, que nos fuerza a
buscar, que nos quita la paz. La verdad nunca es el producto
de una buena voluntad previa, sino el resultado de una
violencia en el pensamiento. Un encuentro con algo que nos
fuerza a pensar. Encuentro es el nombre de una relación
absolutamente exterior, donde el pensamiento entra en
relación con lo que no depende de él. Se trate de pensar o de
vivir, lo que está en juego es siempre el ENCUENTRO, el ACONTECIMIENTO.
(Gilles Deleuze)
A María Emilia López, y su amorosa generosidad
La pandemia llegó abruptamente, sin permiso, desde entonces se ha convertido en un forzamiento en nuestras vidas, todo, todo, todo ha quedado trastocado.
Vengo navegando en este mar desconocido, por momentos navegable, en otros indescifrable, en muchos angustiante.
En mi rumiar cotidiano acerca de los asuntos de la vida, ¡qué complicado se ha puesto todo! ¿Qué hacer hoy, en casa, con la pareja, en la escuela -soy profesional a cargo del nivel primario-? ¿Habrá quiénes puedan responder a los problemas que se están planteando ahora, todos juntos?
Por momentos flota el viejo cuento de la nostalgia, el anhelado retorno a la normalidad, lo que se perdió. Nada encuentro allí que haga visible lo vital, eso que está en los simples gestos luminosos, gestos ínfimos de algún entusiasmo, en cualquier tiempo, pero más aun en los tremendos, en los que ya nada es como sabíamos.
Es domingo y el sol promete una tarde para descreer del confinamiento. Me encuentro en el patio de la casa con un extremo de la cuerda en mi mano, el otro, ya está atado a una columna que nos hace de amiga. De pronto, ya somos tres.
La soga se hace cielo y luego suelo en un vuelo ondulante. Un subir y bajar ofreciéndose incansable en el oleaje bienhechor de un juego: el de saltar la cuerda, o brincar la reata, como diría mi amigo mexicano.
Zoe, mi hija menor, mira atenta tanteando la oportunidad, yo ahí con mi mano girando, causa de su causa, testigo de sus intentos, la animo. Ella quiere, corre presurosa, decidida, pero choca en el empeño de repetir/se, una y otra vez en el mismo gesto, una vez más y desespera, como quien dijera:
- Nadie me preparó para esto…
- No, mi amor… la soga no puede hacer nada para que vos saltes, solo ofrecerse.
Componerse, entenderse, con la soga, es entrar en una relación amorosa.
Hacer un mundo con ella, mundo en el que por una eternidad instantánea no se sabe quién salta a quién, quién es soga y quién es niña, nadie sabe, ni la soga ni la niña del encierro y el peligro, no añoran otro tiempo u otro espacio, están, por un instante, en un virtual encuentro, tan vital como la alegría.
La cuerda gira y no puedo dejar de darle vueltas a lo que pienso y siento.
Soy padre, compañero, vecino, amigo: la imagen que encuentro en el espejo, se vuelve interrogación.
Nada es lo que era; es este un tiempo enigmático, habitarlo, presiento, es aventurarse al juego de la soga, no hay garantías, sí posibilidades.
Y en la escuela qué. Soy director de primaria, casi trescientos pibes y pibas están en este juego, una multiplicidad de directivxs y docentxs armamos su trama en esta virtualidad. Desde este lugar escribo, me escribo... necesito ir escribiendo estas notas, más que para afirmar para pensar, que estas letras me piensen, me digan... registren el relieve de este tiempo abismalmente inédito.
La escuela se ha transformado, la hemos transformado.
Escucho y leo cómo de mil maneras se sugiere qué hacer, cómo, cuánto, qué va a pasarle a lxs sujetxs, discursos nostalgiosos, apocalípticos, las pérdidas aquí y allá, la impune desigualdad (¡aleluya!) que todo lo arropa.
Advierto que en lo más genuino de mi sentir, no me estimula analizar los efectos de esta irreverente virtualidad… menos aún cuantificar los daños, o añorar otro tiempo. Existo al efectuar.
Mi escuela es virus, escuela coronavirus. Veo en ella una suerte de fiebre, la circulación de ideas, de imaginaciones, de cuerpos transportados en la agitación de voces y relatos, de imágenes, veo que circula la invención y el invento.
Presiento que aquí la vida se hace del contagio y del contagio una manera de vivir, de combatir, de... vida, un despliegue rizomático, una búsqueda posibilitante; aquí están lxs maestrxs mutantes, que se vuelven uno con el entorno.
Seguí el raid tumultuoso de intelectuales y catedráticos que han ofrecido análisis, diagnósticos, pronósticos, recetas y propuestas desde todo los rincones y disciplinas; todas acudieron a mi autodidacta empeño por comprender y en ello advertí que el/la maestrx mutante… (especie a la que pertenezco, con la que crezco y aprendo) no es una especialista, aun no sabe, no sabemos. Sólo aspira a ser una especie lista, perceptiva, sintente, capaz de aprender, de sorprenderse, de vibrar con las vibraciones, de estar en lo que acontece con su presencia y su escucha, permeable y consistente. Una especie componiéndose con su entorno, atenta a las oportunidades, disponible.
Spinoza se inscribe en una antigua inspiración, que los estoicos llamaban amor fati, un amor a lo que hay, a lo que sucede, un amor a los hechos. No hay un resentimiento contra los hechos, sino que los hechos son siempre una motivación para pensar, para tratar de trabar encuentros con los otros, para construir política e imaginar situaciones. (Diego Tatián)
Leo hace tiempo a Diego Tatián, su perspectiva filosófica siempre me ha cautivado; el eco de esas lecturas trae una voz lejana que no me deja ni un segundo tranquilo. Dice:
“Spinoza se inscribe en una antigua inspiración, que los estoicos llamaban amor fati, un amor a lo que hay, a lo que sucede, un amor a los hechos. No hay un resentimiento contra los hechos, sino que los hechos son siempre una motivación para pensar, para tratar de trabar encuentros con los otros, para construir política e imaginar situaciones. Los hechos, lo que hay, y no otra cosa. Un amor al mundi, un amor al mundo muy pleno. (…) No se trata de reaccionar negativamente en nombre de un ideal (…) ni de una moral que se horroriza frente a lo que pasa; sino de dar cuenta de lo que es y tratar de pensar lo real con un sentido experimental cargado de posibilidades y de formas de vida; se trata de intentar vivir de una manera más plena con otros”. (Diego Tatián: Spinoza. Una introducción. Buenos Aires: Quadrata, 2010).
El amor fati...
Luego de volver sobre estas páginas, no puedo dejar de sentir la agitación de este palpitar al que invitan Spinoza o Tatián, "vivir de una manera más plena", claro, ¡cómo renunciar a ello!
Un rato más tarde, releyendo un libro hipnótico, sideral, nacido de las entrañas del desconsuelo, tomo nota de una vitalidad que hace crujir cualquier desesperanza:
“No soy rica en dinero ni en bienes terrenales; no soy hermosa, ni inteligente, ni lista; ¡pero soy feliz y lo seguiré siendo! Soy feliz por naturaleza, quiero a las personas, no soy desconfiada y quiero verlas felices conmigo”.
La que escribe es Ana Frank desde su terrible confinamiento.
Un rato más tarde y vuelto a sentarme frente a la computadora, saltan de la pantalla estos versos, que habitan en Classroom de 7mo grado:
Por mi parte soy o creo ser
de ojos grandes como ríos,
que a veces se vuelven cataratas.
Sonrisa que ilumina,
y que nunca verán apagada.
Manos que abrazan,
y no dañan.
Alto como las palmeras de mi nombre.
Jugador incansable con muñecos cansados,
desde que tengo memoria,
sueño despierto las veinticuatro horas.
Tímido en los nuevos lugares.
Agitado de palabra,
silencioso al concentrarme.
Artista desde temprano,
deportista reciente. Viví con miles de rulos por todos lados, y con una familia que da y recibe, que ama y es amada.
Esto escribe Ivan desde su casa, contagiado amorosamente por el entusiasmo abrazador de Paz, su maestra, habitante permanente del encuentro, como tantas otras y otros, propiciadora de la pausa, del contacto, de la experiencia. Leí por ahí a Larrosa sugiriendo que “Hacer una experiencia quiere decir, por tanto: dejarnos abordar en lo propio por lo que nos interpela, entrando y sometiéndonos a ello”.
Cuenta Paz Herlen, la maestra: "(…) el tema del proyecto era la poesía, enmarcada en contextos de dictadura latinoamericana. Nos pusimos en las manos de escritores y escritoras perseguidos, exiliados y encerrados, que allí por los 60´ y 70´ imaginaron y pensaron otros mundos posibles".
Tendrán que disculparme por la ambición de la siguiente proposición, pero me atrevo a decir que la poesía pudo haber sido para ellos y en aquel momento, una fuente inagotable de palabras y de versos y de imágenes que al mismo tiempo que les permitía volar hacia otras realidades hablando de primaveras que se colaban por los postigos, y brindando por andar por ahí con la sonrisa entera, por tener gatos y perros y amigos, en medio de bombas y censuras, también les permitía pisar fuerte las realidades que les tocaban vivir, hablándoles a los generales traidores, gritando que “tanto amor y no poder nada contra la muerte”, rogándole a los suyos que no se llenaran de calma, que no reservaran del mundo sólo un lugar tranquilo…
Algo parecido pasó a los veintiún chicos y chicas de séptimo en estas últimas semanas. Se abrieron puertas imaginarias, caminos enteros en los que la poesía nos permitió jugar, correr y saltar con sus palabras.
"(…) no puedo dejar de contarles que un comentario de un alumno en el Classroom, tras haber leído algunas poesías fue: “seño, creo que en otra vida fui Pablo Neruda”.
Aquí está todo, sentí, pensé, escribí, quizá el oficio del Mutante no está hecho de reproducción y utilidad… No sabe qué esperar, no espera, va al encuentro, dispuesto a impregnase del mundo, dispuesto a impregnarlo, dispuesto, parafraseando Blake, a “verlo tal cual es: infinito”.
He encontrado por un momento una composición pero la pregunta sigue sin soltarme.
Ni modo, no hay manera, voy a tener que seguir saltando a la cuerda.
Alejandro Papadopulos, director del Colegio Integral Nuevos Ayres (Buenos Aires).
Ivan Tamir Gorbach, alumno de 7mo grado.
María Paz Herlein, maestra de 7mo grado.
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