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  • Paty Blake

El periodismo se muere, no solo los periodistas

Para los periodistas su arma es la palabra. Informar no debería ser una forma de arriesgar la vida. Ni en Tijuana ni en ninguna parte.

Desde hace una semana no puedo dejar de recordar mis días de reportera. Esos tiempos llenos de trajín, adrenalina y tecleo de palabras de día y de noche (literalmente). Días de escuchar muchas voces, de correr a cazar la noticia (o lo que se suponía sería nota), ir a predecibles ruedas de prensa o buscar entrevistas interesantes y en la tarde, cuando pensaba que ya se terminaba la jornada, salir corriendo a cubrir la nota porque ya se calentó Tijuana en una noche de guardia. Medio a dormir y al día siguiente verlo publicado en papel periódico por miles y volver a empezar el ciclo.

Desde aquella época en que llegué como novata al reporteo, hace 20 años, Margarito Martínez Esquivel ya era el fotoperiodista apasionado de la nota policiaca en las calles de Tijuana y Lourdes Maldonado era ya la reportera veterana aguerrida que fue hasta sus últimos (recientes) días.

Después de varios años, los caminos me llevaron de la nota general al área de cultura, donde pude enfocarme más en los temas que disfrutaba. Y después me llevaron hacia el fomento de la lectura y la terapia, a continuar el camino en la poesía que también a duras penas mantuve cuando mi labor era hacer notas informativas, entrevistas y reportajes.

¡Tanto fue mi deseo durante tantos años por ser reportera!, y cuando lo fui aprendí muchísimo, lo sufrí, lo disfruté, compartí diálogos breves y largos, olvidables e inolvidables con miles de personas, pero después de 6 años apareció el momento en que llegué a sentir que no podía tener vida fuera de ese mundo. Veía a mi alrededor a personas como yo, entregadas en cuerpo y alma, pero me daba miedo pensar que si me quedaba ahí podía perder la oportunidad de realizar el resto de los muchos sueños que tenía. Me parecía a la vez admirable y envidiable el convencimiento con el que muchos reporteros a mi alrededor asumían su vocación sin dudarlo. Así que me fui en busca de ello a otra parte.

En estos días violentos he recordado lo dura que puede ser la vida de los reporteros. No solo por el sueldo que ni por asomo paga realmente la entrega total de vida que se requiere, ni por la necesidad de estar disponibles 24/7, sino por la prisa, esa bruma omnipresente que nubla la vista de quien va por la noticia y tiene que quitársela de los ojos constantemente para poder escribir sus notas con cordura. Sumado a ello, por las cosas terribles (y, sí, a veces también hermosas) que les toca ver en primera fila. Y, como colmo de las cosas, porque muchas veces ejercer el periodismo implica soledad y riesgos extremos, como los que se llevaron la vida de Margarito y Lourdes.

Desde aquella época, hace 15 o 20 años, vi cómo tristemente los medios de información se iban muriendo lentamente, no solo los periodistas. Cómo poco a poco fue habiendo menos espacio para la investigación de fondo y cómo se requerían menos párrafos para poder hacer fotografías más grandes; la tendencia eran tirajes de menos páginas, notas que se podían redactar a partir del boletín de prensa y más recortes de personal. Daba la sensación de que los medios se “vendían” con esa tendencia, paradójicamente los números de las ventas eran los que podían garantizar su sobrevivencia y quienes tenían las decisiones coincidían en que tenían que tomar acciones para no dejar morir las empresas informativas. “Transformarse o morir”, aunque en ese contexto “transformarse” significaba asumir que cada vez habría menos espacios para la profundidad y la calidad de la información. Aún ante esas adversidades, muchos se mantuvieron en ese mundo dispuestos a seguir informando, aferrados a sus condiciones y supongo que convencidos de su vocación.

Desde entonces mucho ha pasado. Por mi parte en algún momento decidí dejar de estar tan atenta a los ciclos de las noticias. Me di cuenta de que no me hacía bien conocer cada detalle de todo lo que se publicaba en el periódico, sino que era mejor enterarme de generalidades y únicamente ahondar en algunas noticias que seleccionaba porque en verdad me interesaban.

Independientemente de ahora no ser una gran consumidora de noticias ni “escribidora” de ellas, reconozco la inmensa labor que está en las manos de los periodistas y el gran impacto que pueden hacer en la sociedad al prestarnos sus ojos para ver el mundo en cada noticia o reportaje. Esas pequeñas decisiones que toman al elegir un enfoque y seleccionar sus palabras, se vuelven eco tangible en la comunidad y en el entorno.

Hay muchas deudas de la sociedad con los periodistas: mejores sueldos, más seguridad, más respeto a su labor, patrocinio a proyectos valiosos de visiones independientes y dirigidas a personas, no a masas. Suena utópico y suena a que la misma sociedad tendría que transformarse para que algo así pasara. Precisamente creo que estos terribles asesinatos nos gritan (de otra forma más) la necesidad de un cambio social: ser personas más pensantes y sintientes para generar el entorno y el gobierno que se requiere. Eso y la necesidad inmediata de acciones de gobierno más eficaces para garantizar que se haga justicia en lo pequeño y en lo grande.

Los recientes y trágicos asesinatos de Margarito Martínez Esquivel y Lourdes Maldonado me trajeron a escribir este intento de columna de opinión que es mi forma de hacer un homenaje a los periodistas que se fueron involuntariamente y un llamado a quienes corresponda proteger a los periodistas que siguen de pie cumpliendo con su importante labor.

Quise titular y firmar esta publicación como lo hacía en aquellos tiempos, como una forma de recordar que en cada uno de nosotros hay un comunicador y que garantizar la seguridad de los periodistas finalmente es garantizar el derecho que todos tenemos de expresarnos y de conocer la verdad detrás de los sucesos, sabiendo que estamos en un ambiente de paz.

Que así sea.


Alfonso Caraveo | Cortesía El Colef 2022


Periodistas de Tijuana se reunieron en una glorieta de esa ciudad la noche del 21 de enero de 2022 en una vigilia en honor del recientemente asesinado fotoperiodista Margarito Martínez Esquivel. Dos días después de la velada, la también periodista Lourdes Maldonado fue ejecutada frente a su casa.

A 23 días de iniciado el 2022 ya son tres periodistas asesinados en México: uno en Veracruz y dos en Tijuana.


 

Paty Blake es poeta, terapeuta Gestalt y mediadora de lectura. Autora de Ciudad A (Tierra Adentro, 2012), Amanecer de viaje(Cecut, 2006) y El árbol (Existir, 2002).

Escribe desde Tijuana e imparte talleres de escritura terapéutica en línea


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