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  • Andrea Reed-Leal

Desordenar la biblioteca

1.

Para nosotras, las lectoras, la biblioteca se desborda, pues los libros no habitan un solo lugar.**


Tengo libros en mis estantes, junto a la cama, debajo de la almohada, en las vitrinas de la cocina, en los lados del sillón, en cajas en el clóset, en la mochila de mis amigas. Esos objetos no habitan un solo lugar, sino muchos. Me acerco a abrir un libro que encuentro de forma aleatoria en uno de los niveles del estante mi estudio. Descubro anotaciones y marcas de lápiz (estrellas, puntos, círculos y flechas) entre los párrafos. No recuerdo cuándo lo leí. No recuerdo nada del texto. Lo había dejado a la mitad y su cuerpo es ahora imperfecto, con polvo en su costado, algunas hojas dobladas y las esquinas carcomidas por el tiempo. Me pregunto por qué habré dejado de leerlo. Está entre otros libros de temas completamente ajenos, sin un orden específico. Lo dejo sobre mi escritorio con el deseo de volver a leerlo. Mis lecturas muchas veces son así: desordenadas, esporádicas, fragmentarias.


Mi librero me habla de Roland Barthes, Susan Sontag y Lina Meruane; de Murasaki Shikibu, Janet Frame y Vivian Abenshushan. Desde sus distintas geografías, mis libros me exigen que los vuelva a leer o termine, toque, abra y hojee. Veo esa edición de Walter Benjamin aún con la envoltura de plástico y a Edgar Garcia leído y releído sólo en las primeras páginas. Siento en la nuca la mirada intensa de mis libros mientras trabajo del otro lado de la habitación. Los títulos me gritan: Je suis un volcan, Underland, Un amor. Los libros medio leídos, abiertos, mirada abajo o volteados en mi escritorio me acompañan en mi día a día. No son objetos inmóviles, sino con agencia, es decir, simbolizan, resuenan, crean sentido y narran desde allí, en su estado aparente de inmovilidad; se refieren a otros contextos geográficos e históricos; están aquí por un sinfín de casualidades temporales y antropológicas; murmuran sus contenidos que aún no he habitado.


Tablilla con anotaciones de contabilidad en escritura sumeria. 3100–2900 a.e.c. The Met. Dominio público.


2.

Quizá las bibliotecas nacieron de la fantasía de contener todo el conocimiento en un solo lugar. La historia de las bibliotecas está ligada a la práctica de hacer “listas de lo hallado”, de ahí proviene la palabra “inventario”. De hecho, el catálogo más antiguo se remonta al 2000 antes de la era común y a la cultura de los sumerios. Esta tablilla de barro contiene 62 entradas de títulos de literatura en escritura cuneiforme, entre ellas, la épica de Gilgamesh. Pero no es más que una fantasía y una fascinación el pensar en estas instituciones como lugares de conocimientos infinitos y ordenados. El conocimiento se desborda y resiste a ser contenido. Las tablillas de contabilidad en la antigüedad funcionaron como los primeros tarjeteros de bibliotecas para catalogar la colección, pues entre estantes infinitos de tablillas de barro, ¿cómo encontrar lo que estás buscando? Ahora las bibliotecas siguen sistemas internacionales que estandarizan la clasificación. Cada libro tiene un número asignado para poder ser rastreado.


3.

Pese a la voluntad de ordenar, las bibliotecas, de hecho, se resisten al orden. Al tomar y regresar libros continuamente, algunos perdidos en el proceso, los usuarios están modificando los contenidos y el orden de la biblioteca.


¿Qué pasaría si de forma consciente ordenáramos las bibliotecas de forma colectiva? Ciertas personas dentro de las instituciones se dedican a hacer la selección y curaduría de los materiales que forman parte del catálogo. Estas decisiones son inevitablemente subjetivas y, sin duda, terminan siendo excluyentes, pues al seleccionar ciertos autores, temas o materiales excluyen otros.


Para transformar la biblioteca en un espacio verdaderamente comunitario sería necesario abrir a sus habitantes la posibilidad de configurar y animar sus contenidos. Entonces tendríamos bibliotecas que funcionan como rastros de sus habitantes pasados y presentes. Visitar estas bibliotecas comunitarias no sería con la intención de encontrar un libro específico, sino que las usuarias estarían abiertas a hallazgos de lo “no buscado” y al encuentro del azar, pues la biblioteca no tendría una columna vertebral de información, sino sería un lugar para encontrar esta multiplicidad de selecciones hecha por sus habitantes.


4.

Algunas bibliotecas cuestionan la catalogación enciclopédica de la información impuesta por la cultura europea moderna.


Por ejemplo, el historiador del arte alemán Aby Warbug creó una biblioteca que no impusiera una división entre disciplinas y donde en cambio se distribuyeran y redistribuyeran los libros continuamente. La arquitectura de su biblioteca es circular y no cuadrada para sugerir la ausencia de jerarquías y divisiones, inicio y finales. Parte de este proyecto fue la instalación Mnemosyne Atlas (1926-1929), una colección movible de imágenes en paneles que utilizaba para estudiar y enseñar, ahora disponible en línea. El ensamblaje del conocimiento está, de esta forma, siempre en movimiento. Nuevas preguntas surgen todo el tiempo de la configuración flexible entre imágenes.


Páneles de Mnemosyne Atlas de Aby Warburg. § Imagen tomada de A*DESK Critical Thinking.


5.

De la propuesta de Aby Warburg, algunos proyectos bibliotecarios están formulando nuevas formas de ordenar las colecciones, sobre todo, considerando cómo la digitalización de archivos ha cambiado totalmente la relación entre usuarias y bibliotecas. Bibliotecarias y artistas como Marina Schütz, Ariane Roth, entre muchxs otrxs, proponen el principio de la Biblioteca Dinámica con la idea de que toda biblioteca debe estar abierta a reordenarse continuamente. Quizás esta práctica la tenemos ya en nuestros espacios: los libros en casa habitan todos los lugares y cada cierto tiempo los recorremos para ordenar la biblioteca, pero este orden será siempre distinto al anterior, porque los libros consentidos cambian, porque la colección es distinta y quizás hay nuevos integrantes o hemos perdido otros. Las bibliotecas no siguen así un orden fijo, sino que se forma con sus miembros, desordenándose, y volviéndose a ordenar, de forma dinámica.


Recorro los pasillos de la biblioteca llenos de libros. Es un edificio, a la vez, un laberinto, aunque los libros siguen un orden. En el segundo piso, culturas antiguas, en el tercero, literatura, en el subterráneo, historia medieval. Aquí los estantes tienen fronteras. Los libros están marcados. Clasificados. Esquematizados con un orden. Pero en estos pasillos, donde se esconden cientos de libros perdidos u olvidados, tengo encuentros azarosos y sorpresivos, pues estas clasificaciones taxonómicas son mapas hipertextuales, rutas hacia destinos desconocidos. En el estante encuentro dos, tres, cuatro libros que no habría encontrado nunca sin haber viajado en persona hasta aquí.


7.

Cómo clasificamos el conocimiento tiene implicaciones políticas y sociales. La clasificación tradicional, esa linealidad y pensamiento jerárquico, determina en muchos sentidos cómo vemos el mundo, qué materiales forman parte de la colección, qué autorxs, qué lenguajes.


8.

Un lenguaje botánico apela a otro orden.


La planta de la coca se ha utilizado por miles de años para distintos propósitos, uso medicinal, social y adivinatorio, pero con la colonización y el extractivismo industrial su uso se estigmatizó. La artista peruana Ximena Garrido-Lecca cuestiona la obsesión por la clasificación científica alrededor de esta planta que surgió con los científicos europeos que venían a las américas. La instalación Lecturas botánicas: Erythroxylum coca (2019), consistió en un sistema hidropónico de más de 200 plantas de coca dentro de una galería de arte y en una serie de prácticas rituales “no científicas”, como lecturas acompañadas. Realizó además un registro a modo de herbarios botánicos contenidos en gabinetes. Hay saberes que de por sí resisten a ser contenidos, por ello, ella llama a este ejercicio “la clasificación imposible”, porque catalogó características metafísicas asociadas a la planta.


Lecturas Botánicas: Erythroxylum coca, en Proyecto AMIL, Lima, 2019. § Imagen de Juan Pablo Murrugarra, tomada de la red.


9.

En un ensayo publicado aquí, Una invitación al silencio, nos invitan a estimular la escucha para percibir otros lenguajes. Me gusta la idea de pensar el silencio como forma de conocimiento; frente a la sobreproducción de información, apelar a la escucha. Me recuerda a algo que escuché hace poco de Thich Nath Hanh en unas conversaciones que dio sobre el Zen y la crisis medioambiental: la actitud del no-saber es estar realmente abierta a conocer. Ese “no saber” para mí significa no establecer ningún criterio del saber, es decir, ningún orden, jerarquía u objetivo del conocimiento. Esta sería una actitud bibliotecaria zen, pues la biblioteca sin un orden significa que está abierta a ser reordenada. Desde la constante desfamiliarización, es una biblioteca donde el conocimiento es siempre dinámico.


10.

Desordenemos la biblioteca para ensayar nuevos órdenes, asumiendo de antemano que todo orden será provisorio, es decir, abierto al continuo cambio.



** A lo largo de este ensayo utilicé el género femenino para revertir la tendencia de construir el conocimiento y las bibliotecas en masculino. Tradicionalmente, el espacio institucional y público de la biblioteca excluía a las mujeres, aunque estas siempre encontraron formas de circular libros y saberes fuera de la institucionalidad. Por ejemplo, la primera mujer al frente de la dirección de una biblioteca y su catálogo fue Mary Foy en 1880.


 

Andrea Reed-Leal es historiadora, escritora y ceramista. Actualmente estudia un doctorado en historia y literatura en la Universidad de Chicago. Lleva Biblioteca Revelaciones, proyecto itinerante de libre consulta de libros y archivos. Es, además, editora y coautora de El río que no vemos. Crónicas de Tizapán. Actualmente trabaja en un libro sobre mujeres de la baja Edad Media involucradas en la producción y circulación de manuscritos.


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