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  • Andrea Reed-Leal

Cerrar los ojos en la biblioteca

But what does it mean, to see? Who sees? Who believes they know how to see? 

[Pero ¿qué significa ver? ¿quién ve? ¿quién cree que sabe cómo ver?]


Writing Blind, Hélène Cixous 


 

Desde hace muchos años mi cuerpo se rige por el calendario universitario. Recuerdo que en la temporada de exámenes, cuando era estudiante, sufría de migrañas intensas por el estrés y me enfermaba muy seguido. La intensidad que requiere estudiar, las preocupaciones económicas y la incertidumbre laboral me tenían con las defensas bajas. Ahora ya no como estudiante, sino investigadora, el calendario escolar continúa marcando mis síntomas corporales. Hacia el final del semestre, noto que a mis ojos les cuesta trabajo enfocar de lejos y veo borroso. La oculista me explicó que es porque paso demasiado tiempo mirando (leyendo) de cerca. Mis ojos se desacostumbran a enfocar de lejos y, cuando quiero hacerlo, les cuesta mucho más trabajo, por eso, al final del año, veo borroso. Ella  me sugirió ejercicios: intentar leer letreros de la calle a la distancia, por ejemplo. También que cierre los ojos, deje de leer tanto y masajee los párpados. Pero, ¿cómo descansar el órgano que más utilizo para trabajar? Me faltan decenas de artículos que leer, textos que corregir y páginas por escribir. 

Hélène Cixous dice en Writing Blind que escribir es escapar del día, donde a sus ojos le llegan toda suerte de visiones. El resplandor del día le impide ver. Para ella, escribir es lo que es secreto y no visible; ver “la piel de la luz”. Esta definición de la escritura me recuerda a la poesía de la chinoestadounidense Mei Mei Berssenbrugge, quien en una entrevista en 1999, dijo que la escritura le permite tomarse el tiempo para contemplar como una “respuesta pragmática a la vida moderna, que es fragmentada y rápida”. En su último poemario, Un tratado sobre las estrellas (2020), continúa su reflexión sobre la realidad entretejida, en el que habla del vínculo que todos los seres tenemos con el espacio exterior: los seres estelares forman parte del parentesco terrestre. La percepción para ella es una práctica meditativa. Mirar no es un acto que involucra la vista, sino a otros sentidos corporales y a la mente. No es ya el órgano de la visión lo que percibe la realidad y posibilita su escritura. Quizá entonces otros órganos del cuerpo leen y escriben. 


 

 Mirar no es un acto que involucra la vista, sino a otros sentidos corporales y a la mente. No es ya el órgano de la visión lo que percibe la realidad y posibilita su escritura.


 

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Hasta mi visita a los Países Bajos en 2021, las únicas bibliotecas que conocía siempre estuvieron repletas de estantes llenos de libros; pasillos y más pasillos con libros. 

Desde adolescente, las bibliotecas han sido espacios creativos, refugios, posibilitadores y donde inician mis viajes hacia otros mundos. Porque no crecí con tantos libros en casa, no deja de maravillarme que pueda solicitar en mi biblioteca local cualquier libro y me lo presten por unas semanas.  Pero, ¿existen acaso bibliotecas donde no hay libros y donde la lectura no es la principal actividad? Nunca lo imaginé hasta que conocí una pequeña biblioteca en Ámsterdam. 

Entré a ese recinto y de pronto me encontré ante una  mujer de cabellos dorados y lacios tenía sus ojos cerrados. Vi unos audífonos inalámbricos en sus orejas. Sentada en una banca de madera, la rodeaban las flores del jardín, el viento que en esa época del año era más cálido y el baile de las luces que producen los árboles sobre su piel blanca. Estábamos en la Embajada de la mente libre (Embassy of the Free Mind), una biblioteca especializada en la historia del pensamiento y las religiones en occidente. La biblioteca, una pequeña casa del siglo XVII en la calle Keizersgracht, se especializa en mística, ciencia, filosofía e historia de las religiones. Recuerdo colgados en las paredes reproducciones de imágenes de los manuscritos que preservan: me miraron criaturas mitológicas, escenas alquímicas, manos de quiromancia. Corey Andrews, un estudiante de maestría y asistente de investigación de la biblioteca, me explicó el simbolismo de las imágenes, sus autora(e)s y contextos. Me emocioné: podría quedarme ahí, rodeada de flores e ilustraciones antiguas que me atraparon en sus laberintos, esquemas y números. No vi libros; solo salas con cómodos sillones y escritorios. Los libros descansan en las bodegas en el sótano, fuera de la vista. 

Me pareció curioso, precisamente, cerrar los ojos en la biblioteca. Pensamos en estos espacios en términos del sentido visual: qué tanto podemos ver/leer. Ahí, sin embargo, me permití cerrar los ojos, descansar la vista y leer con otros sentidos. El jardín de la biblioteca nos separaba a la mujer y a mí. Escuché a los seres que habitaban ese lugar: a la mujer frente a mí, las aves arriba, los gusanos que se movían debajo de mis pies. Contrario a lo que se espera dentro de una biblioteca, las personas no necesitaban de la vista para habitarla. La relación entre sujeto y espacio que ahí se proponía no era del todo extractivista —como lo es quizá cuando buscamos extraer, adquirir, consumir tal o cual libro, tal o cual conocimiento de los estantes—. La mujer me transmitió ese descanso posible dentro de una biblioteca. 


 

Pensamos en estos espacios en términos del sentido visual: qué tanto podemos ver/leer.

 

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En el siglo dieciséis, Ámsterdam, junto a otras ciudades aledañas portuarias, como Amberes, era una ciudad de comercio, tránsito de objetos que viajaron desde el Pacífico, por México y el Atlántico. Joyas, biombos japoneses, cerámicas chinas y poblanas, cochinilla y cacao de la Nueva España. También era un lugar de salida de objetos e ideas, muchos de ellos de contrabando. Los piratas llegaban a estos puertos a hacer contratos, promesas, ofrecimientos, compras y ventas. (Dicen que el Códice Mendoza, tesoro de la cultura mexica, por ejemplo, llegó a Inglaterra a manos de los piratas). La Inquisición desde hacía décadas vigilaba la impresión de libros en España y tenía en la mira hacer lo mismo en la colonia española de los Países Bajos, pero estas ciudades tenían una tradición histórica de resistirse a las imposiciones y prohibiciones. Se presumía de ser una ciudad de libertades. Las imprentas fueron aquí muy prolíficas, sobre todo la de Christophe Plantin (c. 1520-89), uno de los más exitosos impresores del periodo moderno europeo y apoyado por el propio Rey Católico de España. 

La imprenta Plantin Moretus publicó libros en latín, francés, árabe, español y holandés para ofrecerlos a España y lo que ellos llamaron el Nuevo Mundo. En 1566, Plantin tenía siete imprentas y un equipo de profesionales que preparaban los tipos móviles y hacían las correcciones de pruebas, entre éste sus hijas, Madgalen y Martina Plantin, eruditas y políglotas que ayudaban en los procesos de corrección y en administración de la imprenta. Muy pronto, la empresa se expandió también a Amberes y Leiden. 

Ciudad de libros, agua y jardines. La biblioteca se desborda del espacio y habita las calles y los parques. Me sorprendieron los canales de agua que atraviesan la ciudad (o la ciudad que atraviesa los canales). Lo/as ciclistas me tomaron por sorpresa. Debí moverme de calle en calle con mucho cuidado. Las personas iban a toda velocidad sobre sus vehículos no motorizados. Me llenaron de ternura los padres y madres que llevaban a sus niñxs detrás en las bicicletas o enfrente en sillas especiales. Llevaban a veces hasta dos niñxs en carretillas amarradas a sus bicicletas. ¿Cómo será en un futuro el recuerdo de ir a la escuela entre los árboles y las flores de los caminos, junto a los canales? 

Volví a la biblioteca. Viajar en solitario tiene sus ventajas; el tiempo es completamente mío. Entro y salgo de los espacios a mi antojo. 


 

La biblioteca se desborda del espacio y habita las calles y los parques.


 

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La búsqueda del conocimiento místico en Occidente ha seguido el camino de los libros y la lectura. Para las religiones abrahámicas, los textos son la palabra (conocimiento) de Dios. Sentada en las salas de estar de la biblioteca estuve rodeada de imágenes que retratan múltiples formas de entender el mundo, como un grabado de un libro de Valentin Weigel, místico y alquimista sajón de la modernidad temprana, en el que circunferencias de diferentes colores y tamaños se mezclan y conectan con un árbol central (ver imagen al final del texto). Manos arrancan manzanas de sus ramas; la imagen alude al árbol del conocimiento del lugar mítico del Edén. Pienso que el conocimiento no implica solo un estado mental, sino que se extiende a las sensaciones. Recordé de nuevo la poesía de Mei Mei Berssenbrugge, quien escribe que al cerrar los ojos y leer con el cuerpo es posible, por ejemplo, percibir desde el movimiento de los átomos al de seres gigantes, como las estrellas, otros planetas y las constelaciones. Quien dice que es posible leer el cielo nocturno. Hélène Cixous entiende la escritura como un despegue (take off), una expedición, del mundo diurno. Cierra los ojos hacia lo oscuro y bajo, “la noche se convierte en verbo. Yo noche”. ​​Otra práctica revela el conocimiento, o la conciencia, y esa es mirar hacia lo oscuro. No-ver el mundo la lleva a escribir.


 

Pienso que el conocimiento no implica solo un estado mental, sino que se extiende a las sensaciones. 

 

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Existen otras bibliotecas que no resguardan letras, documentos o libros. La biblioteca de sonido de aves de la UNAM, por ejemplo, colecciona la biodiversidad sonora de aves mexicanas. En esta biblioteca solo necesitas el órgano del oído para habitarla. 

En ese recorrer una biblioteca nueva también escuché sonidos de una lengua desconocida, a los que no podía encontrarles sentido. Utilizan el alfabeto latino, pero no comprendí la combinación de letras. Los sonidos para mi oído eran más duros. Provenían del paladar. Es bello estar en ese perímetro entre lenguas. Debimos ir a una tercera lengua; en esa ciudad, las fórmulas del inglés me ayudan. 

Uno de esos días en Ámsterdam, encontré a una lengua de diferentes voces conversar en la cafetería de la biblioteca. Un grupo de lo que parecían investigadoras/es hablaban con emoción, no entendí de qué era el tema y aún así los escuché con atención desde mi mesa. Nos rodeaban imágenes de libros antiguos, círculos sobre la composición del universo de Antanasious Kirchner, el santo grial, sobre alquimia y el I-Ching. Habrá sido algo similar hace siglos: en pleno Renacimiento, los siglos de la luz, venían aquí los escritores a buscar imprentas que quisieran imprimir sus libros condenados por la Inquisición. No solo autores, la misma Iglesia financió una de las campañas más extensas de impresión de la Biblia vernácula y la Biblia regia, en cinco lenguas diferentes. Ahí, en esa ciudad, el conocimiento esotérico y disidente se propagó con los tipos móviles y el papel. 

Se veía el cielo azul (era extraño, pues cuando entré a la biblioteca llovía). Una casa de ventanas azules y puntiaguda se asomaba detrás de la pared; el jardín, lleno de flores. Me senté en una de las bancas con mi té negro y leí los sonidos. Escuché el cielo moverse, las bailarinas abejas y el viento atravesar las flores. La biblioteca es también el jardín, los sonidos que surgen, las memorias que vuelven; escapé del día, cerré los ojos y miré en la biblioteca, como dice Cixous, lo que es secreto.§


 

La biblioteca es también el jardín, los sonidos que surgen, las memorias que vuelven; escapé del día, cerré los ojos y miré en la biblioteca, como dice Cixous, lo que es secreto. 

 


Imagen: © Embassy of the Free Mind. Geheime Figuren der Rosenkreuzer, manuscript 1943 (M308). Bibliotheca Philosophica Hermetica Collection. Esta imagen está basada en un grabado de 1698 de un libro de Valentin Weigel titulado Studium universale. El mensaje de este libro y su ilustración es que simplemente arrancar los frutos del Árbol del Conocimiento sólo equivale a un “studium particulare”, un estudio que sólo puede producir piezas del rompecabezas de la vida. El verdadero objetivo, sin embargo, debería ser participar en un “studium universale”, un conocimiento integral que conduzca a la paz y la comprensión.



* Agradezco los comentarios que recibí a una primera versión de este texto de Vivian Abenshushan, Fernanda Quiñonez, Carmela Pérez, Mónica Elena, Paulina Carillo y Lilian Medina en la clínica de ensayo BLA. Gracias también a Daniel Goldin por las sugerencias y el espacio para publicar en Jardín LAC. 


 

Andrea Reed-Leal es historiadora, escritora y ceramista. Actualmente estudia un doctorado en historia y literatura en la Universidad de Chicago. Lleva Biblioteca Revelaciones, proyecto itinerante de libre consulta de libros y archivos. Es, además, editora y coautora de El río que no vemos. Crónicas de Tizapán. Actualmente trabaja en un libro sobre mujeres de la baja Edad Media involucradas en la producción y circulación de manuscritos.


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