- Teresa Espinasa Jaramillo
Leer una latitud
En el 2017 un terremoto afectó fuertemente la Ciudad de MĆ©xico y a varios estados de la repĆŗblica. Ese dĆa perdimos la casa familiar y en el tenor de reconstruir nuestras vidas, echamos a andar un sueƱo: una granja agroecológica. Un proyecto familiar que mezcla la permacultura y buenas prĆ”cticas agrĆcolas para sostener la vida. A medida que reflexionamos sobre estos aƱos de dedicación y esfuerzo, noto a mi madre, una escritora que tuvo que dejar ya un paĆs atrĆ”s, distinta.

La observo y sus pasos y sus gustos son distintos. Ya no es la misma. En esta latitud, donde la vida fluye al ritmo de la tierra y sus ciclos, se encuentra la nueva casa de mi madre, un refugio que se erigió a muchas manos. Construida con tierra de esa tierra, excremento y bahareque.
Mi madre camina por la granja como una chamana moderna, susurrando a las plantas y animales para que florezcan y prosperen. AsĆ como cuando al cocinar nos hacĆa hablarle bonito a la masa y amasarla con gusto para que el platillo que estuviĆ©ramos preparando quedara mĆ”s rico.
Ella, que antes detestaba a los gatos, ahora charla con ellos, asĆ como con las chivas que estĆ”n por parir y con el pollito negro que se cree guajolote. Por no extenderme en sus largos diĆ”logos con los patos: ella lleva la cuenta de las andanzas de Maxi, el patriarca de la parvada, y de sus crĆas. Mi madre, en esta latitud, es una intermediaria entre la humanidad y la naturaleza. Habla con el rĆo, con las luciĆ©rnagas que iluminan la noche pues aprendió a distinguir la oscuridad de la milpa.
Sus alergias urbanas parecen haber quedado atrÔs en este rincón de la tierra, donde el contacto con la naturaleza la ha sanado y le ha permitido olvidarse de su existencia para respirar de nuevo. Respira junto con las gallinas ponedoras y los sapos del apantle.
En esta latitud no se esconden los problemas ni cesan las tormentas, las goteras o los disparos que retumban entre las montaƱas. Las historias trĆ”gicas son parte de una narrativa cotidiana sobre el acontecer del pueblo, como hombres que parten, mueren o se sumen en la embriaguez. Nahuales, animales ferales y narcos se entrelazan, junto con sirenas rurales, en mĆ”gicas historias cuya veracidad no cuestionarĆ©. Algunos hombres, tras su odisea, regresan para pedir perdón y se revuelcan ante las mujeres que sostuvieron el hogar mientras ellos acallaban las voces que les insistĆan en huir.
Pero mi madre ya no quiere huir, ha dejado atrÔs patrias, hogares y refugios. Ahora, construye su propio espacio bajo el vuelo de los zopilotes, ella suele recordarnos que los humanos también somos carroñeros, nos alimentamos de lo muerto y en descomposición.
Su casa estĆ” en un punto intermedio entre dos pueblos, rodeada de amates, un rĆo y una carretera. En esta región, la caƱa se cosecha aƱo tras aƱo. La zafra es una cita inquebrantable, un proceso que consume a los hombres, llenĆ”ndoles las manos de callos y los órganos de tizne. La zafra no falta, es puntual y no perdona. Los pulmones se corroen, los bichos pican y hacen lo suyo. La tierra se desgasta de tanta quema, de tanta exigencia, de tanto producir. La ceniza se posa en los ojos, en los rĆos y en las montaƱas, como un hilo negro que cae lentamente del cielo y cubre la tierra. La zafra comienza y los hombres no descansan, la maquinaria tampoco. Mecanismo incansable que exprime, aplastada, destroza y escupe bagazo.
En esta latitud veo a mis padres entregados a la lectura y a la vida en el campo, una especie de retiro monĆ”stico donde el tiempo transcurre con la lentitud de la granja. Hacen lo que todos deberĆamos, enfocarse en el palpitar de la tierra y en una milpa. Mientras escribo estas lĆneas, se dispara el recuerdo errante de unos padres que solĆan quemarlo todo, arder en sĆ y en otros, como la zafra. Pienso en las incansables luchas de su generación por la libertad y la justicia. Hoy, su revolución se encuentra en la calma de la vida rural, en la cosecha que esperan con anhelo y en la atención constante al clima y sus misterios. En esta nueva latitud estĆ” arraigada y echa raĆces mi madre.

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