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  • Rafael Mondragón Velázquez

La salvación en lo mínimo: gestos para atravesar la pandemia



Para Shaday: feliz cumpleaños





La salvación en lo mínimo

Alain Badiou ha escrito en los últimos años un conjunto de textos que giran en torno del gesto de ponerse de pie. Ese gesto, para Badiou, concentra la idea de emancipación. Erguirse permite ampliar la mirada: mantener la cabeza erguida -decían los maestros de primaria, en nuestra clase de biología- fue, junto al desarrollo del pulgar oponible, la conquista fundamental del proceso de humanización. ¿Pero no podrá decirse algo importante sobre el gesto de acostarse en el suelo? ¿No podrá despojarse a la palabra “agachado” del sentido despectivo y denigratorio que le aparece de inmediato en el habla común? Los agachados son, en México, los chingados, los que se dejan violar por el más poderoso. El miedo a la pérdida de la posición dominante es la otra cara del nerviosismo ante la apertura de la sensibilidad causada por la paciencia y la pasividad. Porque en el estar acostado se ejercita la paciencia y el cuerpo se comunica con la temperatura del suelo. Esa temperatura es también un pulso, una vibración que reacciona con los demás pulsos de los seres que tienen los pies en la tierra. El calor del sol hace que las cosas vibren. Acostarse ayuda a captar las relaciones entre cosas que parecen distintas: piedras y personas, plantas y cuerpos celestes.


Shaday Larios y Jomi Oligor tuvieron que trabajar a ras de suelo cuando filmaron Después de la arena, una pieza de catorce minutos estrenada el 2 de julio en la página web de TeatroUNAM. Se trata de una pieza sencilla, pero de enorme belleza, que presenta un homenaje a la gente vieja de cuya vida nos hemos preocupado en estos meses de pandemia. Un conjunto de objetos seleccionados por Shaday y Jomi interactúan con la basura y con paisajes

cercanos a la casa en que ambos viven. Vuelan las hojas de un calendario. Pasa un poema. Bajo el agua se herrumbran cucharas junto a una máquina de escribir. Dos figuras de viejos se acompañan en una caminata en el desierto. Un potente texto poético y filosófico de Shaday es proyectado poco a poco en la pantalla: es una carta de amor escrita por aquellos que podrían morir, y que se dirige hacia aquellos que los cuidamos y nos preocupamos. Está escrita desde el “nosotros”, primera persona del plural que remite a la comunidad de los que se marchan y tienden, desde la lejanía, un mensaje sobre lo que permanece. “Nunca muere la vida”, dijo una vez Ernesto Cardenal al recordar a un amigo querido que había muerto. En Después de la arena tampoco muere la memoria, esa forma de la vida que hace que de las bocas de los seres amados, en las fotografías de la pieza, broten tallos alargados. La memoria de los objetos recogidos por estos autores tiene la forma de una vida vegetal y transpersonal.


Las imágenes de esos objetos fueron, casi todas, filmadas a ras de suelo, que es la posición a la que Shaday y Jomi nos invitan al contemplar la pieza. Al agacharse o mantenerse acostados, los autores reprodujeron con la cámara un gesto que es importante cuando se miran sus obras en vivo. En vivo, ellas exigen que los espectadores seamos pocos y que nos acerquemos mucho para ver lo que ocurre. Es una experiencia íntima, que reproduce los momentos en que uno se reunía con gente mayor para escuchar una historia. Jomi mismo es una especie de duende que en ocasiones se dirige personalmente a sus escuchas, un transmisor cómplice y secreto. Yo no sé cuándo volverá a ser posible un encuentro de ese tipo, de los que convierten los teatros en espacios de consuelo.


En el confinamiento, Jomi y Shaday se agacharon. Se pusieron a filmar acostados. Hicieron emerger mundos gigantescos en espacios diminutos. Montones de tierra se volvieron montañas. Las hierbas crecieron ominosas, como árboles que rebasan el tamaño humano. De los charcos emergieron lagos.

En el confinamiento, Jomi y Shaday se agacharon. Se pusieron a filmar acostados. Hicieron emerger mundos gigantescos en espacios diminutos. Montones de tierra se volvieron montañas. Las hierbas crecieron ominosas, como árboles que rebasan el tamaño humano. De los charcos emergieron lagos. Algo del orden de la salvación acontece en esa mirada que se aferra a lo mínimo para volverlo punto de partida del nacimiento de un mundo. Ese paisaje desolado, ¿es un fragmento de patio, una montaña extraterrestre o algo de lo que quedó en la Tierra después de la catástrofe ecológica del futuro? Se trata de un mundo ominoso, que es y no es nuestro mundo: no alcanza a ser una reproducción “auténtica” del mundo de los grandes, pero tampoco es una mera imagen de microscopio del mundo pequeño. En lo ominoso, aquello que creíamos conocido regresa con un rostro nuevo, y las fotos antiguas, la maleza y los objetos olvidados nos dicen: “Estoy aquí. ¿Es que no me reconoces? Guardé este secreto para ti desde siempre. Lo presentías en mí cuando eras más pequeño, pero después me olvidaste. Hoy, en esta etapa de pérdidas, ya puedes recibir este secreto: por fin estás preparado”.





En una ventana nocturna

En estos meses de confinamiento demasiado a menudo me he sentido ahogado. Es como si las cosas cotidianas de mi casa estuvieran todo el tiempo encima mío. Me siento vigilado por mi mundo cotidiano y esa vigilancia no me deja respirar. Me es difícil escribir porque para la escritura o la lectura es necesaria la existencia de un espacio interior amplio. Pero en el gesto de Jomi y Shaday encuentro una clave que me permite habitar ampliamente en espacios que sentí pequeños. En el texto de Después de la arena no hay casi referencias a esa angustia sin fondo, ese miedo a la pérdida de la que esta pieza quiere ser consuelo parcial. Esa falta de referencias constituye un gesto tierno, en donde el cariño se demuestra a través de la construcción de una distancia respetuosa.


El texto de Shaday no pontifica sobre la manera en que cada quien debe atravesar el dolor. No presupone saber de más sobre la experiencia de lo irremediable. Permite que cada quien se haga cargo de sí mismo, pero resuena desde un lugar lejano, construido por metáforas. A mí me hace regresar a esa experiencia de infancia, cuando ante grandes angustias abría la ventana, de noche, y miraba intensamente hacia lo oscuro en busca de alguien que me mirara desde otra ventana: anhelaba recibir un mensaje a través de una luz encendida, un espejo que mandara frases en código morse... También me hace pensar en un proyecto artístico de juventud de Hebzoariba Hernández, quien cuando era estudiante intervenía los libros de la Biblioteca Central incorporando en sus páginas hojas de acetato que les añadían subrayados, pequeños animales, personas que bailaban o se asomaban a la caja del libro.





Despedirse

En Un monstruo viene a verme, la película de J. A. Bayona que adapta una novela para niños de Patrick Ness, los espectadores acompañamos a un niño que debe asistir a la muerte de su madre. En la película se trabaja metafóricamente sobre una paradoja aparente: hay que saber soltar a la gente amada para que, al irse, se pueda quedar. En mi adolescencia comencé a tener grandes amigas de edades muy distintas a la mía. Algunas eran personas muy pequeñas. Otras eran muy viejas. Con ellas comencé a reflexionar sobre esos temas: aprendí a estar para que ellas se fueran y ellas me enseñaron que, para quedarse, iban a tenerse que ir. Verso – dijo el pensador barroco del Perú Juan de Espinosa Medrano – quiere decir vuelta, retorno de lo mismo con diversos matices. Nada es lo mismo: todo regresa entreverado.


Las conversaciones con la gente mayor transcurren en una experiencia diferente del tiempo: no hay continuidad lineal. La memoria regresa a la forma en espiral que es constitutiva de la vida. Cada cierta cantidad de tiempo aparece un ritmo que obliga a volver a empezar. Al acompañar a mis amigas en ese camino en espiral poco a poco me fui sintiendo parte de algo más grande que yo. Era como si, con mi escucha, estuviera ayudando a esa persona a una salida del presente que le permitía remontarse más allá de sí misma. Una memoria versal. En el retorno del pasado y su promesa desconocida había algo que se apuntaba y nos relacionaba con generaciones olvidadas, ciudades que se incendiaron en la guerra, antepasados a quienes no conocimos, y también con formaciones minerales, insectos, pinturas y canciones en idiomas ajenos. La memoria es una fuerza vegetal, transpersonal, que nos ayuda a despedirnos.


Ninguno de nosotros ha nacido con el saber de la despedida. La despedida requiere aprender la paciencia, una distancia tierna que sostiene el desgarramiento. Mi padre me enseñó a despedirme cuando se murió. Era extraño: el muerto era él, pero yo era el consolado.

Ninguno de nosotros ha nacido con el saber de la despedida. La despedida requiere aprender la paciencia, una distancia tierna que sostiene el desgarramiento. Mi padre me enseñó a despedirme cuando se murió. Era extraño: el muerto era él, pero yo era el consolado. Después de la arena es una obra sobre la despedida en donde, a través de las palabras de Shaday, los que se van nos enseñan a despedirlos:


Volveremos en el sueño

para no perdernos de tus ojos

Estaremos allí cuando nos nombres

para sostener tu silencio


después de la arena

seremos la raíz

seremos el paisaje

por el que vendrás

después.


Al contemplar Después de la arena sentí que Jomi y Shaday estaban lejos de personas queridas de las que hubieran querido despedirse. Pensé en todas las personas amadas que se han despedido de alguien en estos meses, y esperé que ellas hayan podido acostarse en la tierra, en algún momento, para sentir el pulso que crece y se mezcla con el pulso del mundo, el ritmo versado donde todo retorna de manera distinta, y morimos nosotros pero no muere su vida.





No sólo el arte: la magia

Para el médico y filósofo del siglo XVI Paracelso el cosmos era un espacio vivo, poblado de seres invisibles en donde no había diferencia clara entre el mundo físico y el mundo espiritual:

Dios pobló los cuatro elementos de criaturas vivientes. Creó las ninfas, las náyades, las melusinas, las sirenas para poblar las aguas; los gnomos, los silfos, los espíritus de las montañas y los enanos para habitar las profundidades de la tierra; las salamandras que viven en el fuego. Todo procede de Dios. Todos los cuerpos están animados por un espíritu astral del que depende su forma, su figura y su color. Los astros están habitados por espíritus de un orden superior a nuestra alma, y esos espíritus presiden nuestros destinos.


La magia nació de esa concepción de mundo en donde hay una materia habitada, una frontera difusa que permite la comunicación fluida entre materia y espíritu: un sistema de correspondencias y analogías entre el cuerpo y los astros, los sueños y el crecimiento del trigo, los sucesos futuros y la borra del café, el mundo interior y los objetos amados, una prenda y la persona que la usó. La manipulación de uno puede tener efectos en el otro. El libro IV de las Eneadas explica esta mutua influencia a partir de efectos de ritmo y armonía. Victoria Nelson escribió un hermoso libro sobre los títeres en que explica en qué

manera un titiritero que manipula su títere está, al mismo tiempo, reviviendo el proceso por el cual fue animado por Dios y trabajando sobre sí mismo con ayuda del títere. Algo de ello opera también en la lógica del juego, y de allí proviene la fascinación de observar a un niño haciendo caminar un caballo de madera, pues sabemos que su recorrido construye, al mismo tiempo, un paisaje interior. Así ocurre también con las dos figuras de ancianos que caminan el desierto ensoñado de Después de la arena.


Tuvieron que pasar siglos para que, a través del psicoanálisis, la cultura occidental recuperara esa lógica de las correspondencias que permite la mutua influencia entre realidades psíquicas y realidades corporales, y explica las técnicas de curación por la palabra presentes en tradiciones médicas de todo el mundo. También tuvieron que pasar siglos para que el arte redescubriera esa parte de su propia tradición que lo vincula al mundo popular y se relaciona con la manipulación de objetos sabios que permiten el acceso a realidades espirituales, el trabajo analógico sobre las memorias, sueños y visiones del

futuro. Me refiero a “objetos sabios” porque en ciertos momentos ellos pueden guardar memoria de esas realidades a las que están unidas por analogía. Una casa antigua puede enseñar a sus nuevos habitantes a conocer a sus dueños anteriores. Sístole y diástole que va de la historización a la apertura de las puertas del cosmos, un viejo instrumento musical es, también, un jeroglífico al que hay que aprender a hacer hablar. Él puede llevarnos al descubrimiento de la vida de aquel que antes lo hizo sonar, pero también abrir otras puertas a través de la analogía: su música puede llevar al ritmo de los astros o al ritmo de la propia memoria. Así también ocurre con las fotos viejas de personas que en Después de la arena pueden llevar a la evocación de tiempos anteriores al nuestro, cuando nuestros abuelos eran jóvenes y aún no habíamos nacido, pero también, abrir la puerta a reflexiones sobre el desarrollo de la vida, “la fuerza que deja a su paso la sucesión de la vida, la sucesión de la arena” (éstas son palabras del texto).


Los niños que coleccionan también conocen íntimamente el carácter inerme de cada tesoro que encuentran: guardarlo es también salvarlo y por eso derraman lágrimas amargas cuando mueren los pollos de colores que ganaron en las ferias, se marchitan las plantas o se rompen las ramas o las hojas.

Los niños que coleccionan cosas que se van encontrando en el camino al parque saben bien de ese carácter de enigma que hace que cada tesoro sea él mismo y, al mismo tiempo, prometa la apertura hacia otra cosa. Los niños que coleccionan también conocen íntimamente el carácter inerme de cada tesoro que encuentran: guardarlo es también salvarlo y por eso derraman lágrimas amargas cuando mueren los pollos de colores que ganaron en las ferias, se marchitan las plantas o se rompen las ramas o las hojas: es el descubrimiento de que no saben cuidar lo que creían haber honrado, y de que cada uno de esos objetos posee una lógica propia, más allá del propio niño, que él debe aprender a seguir si quiere ser un auténtico guardián de esos enigmas que poco a poco lo irán ligando con otros objetos. Por eso el gesto de agacharse, presente en Después de la arena, también está ligado al descubrimiento de una red de relaciones entre los vivos y los no vivos, los seres bióticos y los abióticos, las personas y las potencias que se manifiestan en los recuerdos y los sueños. Después de la arena me hizo recordar los versos del gran poeta místico William Blake, recordados por Leonardo Boff en el inicio de su libro Ecología: “ver el mundo en un grano de arena / Y un cielo en una flor silvestre / Abarcar el infinito en la palma de la mano / Y la eternidad en una hora”.


Por todas esas razones el trabajo de Jomi Oligor y Shaday Larios me parece más cerca de la magia que del arte.



Música original del video: Amad Araujo

Voz del audio: Rafael Mondragón Velázquez

Edición de audio: Juanpablo Avendaño



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