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  • José María Espinasa

Ida Hortus Vitalis




Diente de león (Taraxacum officinale) (1853) [n.a.].  § Ilustración cortesía de Missouri Botanical Garden, St. Louis.


No sé cuando conocí a Ida Vitale, pero como en el cuento de su amigo Augusto Monterroso: ella ya estaba ahí, era una libélula o, una mariposa, y yo venía despertado de la realidad para entrar en el sueño. Ella miraba a su alrededor con enorme curiosidad, al cielo, a las nubes, a la maleza que brotaba entre las grietas de la calle, una mirada curiosa, sedienta. Cuando ella habla de su infancia y de su relación con las plantas y las flores –su abuela, nos dice, nombraba a las plantas en latín– señala la herencia que enriquecería toda su literatura. Su abuela, Galinda, le heredó, además de su nombre, la habitación y la biblioteca, eso que más tarde sería, en palabras suyas, un léxico de afinidades. Como dije, no recuerdo cuando la vi por primera vez pero sí conservo en la memoria muchas de las veces que la vi, y su manera de mirar el mundo que la rodeaba, que ahora imagino igual al de su infancia en el jardín de su antecesora.


Esa mirada está presente en sus relatos, en sus poemas, en sus ensayos: mira el mundo fascinada. La naturaleza es para ella un alfabeto que dibuja palabras, frases, historias ante sus ojos. Cuando le decía algo en la conversación, sentía que interrumpía ese hecho vital para ella, mirar. Por eso no es raro encontrar en sus textos pájaros y flores, insectos, árboles, animales tan fantásticos como reales. Sus amigos mexicanos recordamos cómo en la plática se intercalaban observaciones profundas e intensas sobre la realidad y la literatura con momentos que parecían venir de un universo onírico, cercano a las vanguardias que tanto admiró y tradujo con tino. Entre sus poemas he querido espigar un conjunto de pájaros. Todos hemos pensado alguna vez mirando el cielo que los trazos que un ave escribía en el cielo eran un mensaje secreto que debíamos descifrar pero que se borraba de forma instantánea, con la fugacidad del instante.




Pamupullos (sin. Chrysanthemum segetum), Rosa (Rosa banksiae var. lutea), agapantos (Agapanthus africanus "Shapphire" y Agapanthus africanus Albus), manzano (Malus domestica), en la primera línea superior. Membrillero japonés (Chaenomeles japonica), rosa, y capuchina (Tropaelum majus), en la segunda línea inferior § Cortesía de la poeta Laura Lobov.



Para ella la excepción era una condición de la vida. Le podía fascinar igual la orquídea  de fantasía como la margarita silvestre o el diente de león que se volvía polvo, el grajo y el colibrí, el gorrión y el cuervo. La naturaleza era el horizonte en que ella ponía sus ojos para celebrar el mundo. Si leerla, leer todos los días, fue un placer, conocerla a ella fue un hecho que agradezco a la vida.


Ida Vitale tal vez aprendió en la escucha de las palabras de su abuela a tener ante el mundo una disposición, una capacidad no tanto de entenderlo –ella hace en algunos de sus textos de la ciencia un terreno de la imaginación– sino de encarnarlos, de volver visible su condición secreta. Visible, sí, por eso sus ojos están siempre chispeantes, aún hoy a sus cien años cumplidos. A lo largo de su vida siempre ha sido esa niña diciendo los nombres en latín de las plantas que señalaba su abuela. Y mareando en el cielo un pájaro, tal vez un colibrí, que era como una flor o un fruto que se echaba a volar en ese universo mágico –la poesía es siempre magia– que ha tenido toda su existencia. Así, cuando voy por la calle y veo un pájaro en una rama pienso que si Ida Vitale estuviera a mi lado caminando me diría cómo se llama, y tal vez el ave misma la miraría feliz de ser llamada por su nombre.§ 




Pingüica (Pyracantha koidzumii) en un jardín uruguayo § Cortesía de la poeta Laura Lobov.



 

No sabemos si como el lenguaje, un jardín –o la poesía misma– es algo que se funda, se descubre o se inventa, y por eso les compartimos esta brevísima selección de textos cultivados por nuestra querida poeta centenaria:




cardenal


Un cardenal azul canta, daltónico, en una encrucijada de alas y cardos.    




***


gorrión


Tres gorriones absurdos

cantan entre la niebla

con olor a limones.

La tarde está vacía

del trajín triste, humano.

Sola, la pajarera gloria

le da sentido,

contra todo, al mundo.



***


grillo


En la claridad de la noche

canta el grillo, no el hombre, 

por cualquier jardín

donde asoma su paraíso.

Ríspida sal sonora

y también jazmín dulce

que crece y crea el vaivén del horizonte;

es la estrella y su eco,

silencio y clamoroso cántico,

secreta coincidencia

donde todos los límites concuerdan.




***


gotas


¿se hieren y se funden?

Acaban de dejar de ser la lluvia.

Traviesas en recreo,

gatitos de un reino transparente,

corren libres por vidrios y barandas,

umbrales de su limbo,

se siguen, se persiguen,

quizá van, de soledad a bodas,

a fundirse y amarse.

Trasueñan otra muerte.



***


pájaro


Lejos un tren va boscoso

despidiendo un sonido muerto, 

unas voces turban el aire,

un ladrido, solo, se muerde. 

Pero el p{ajaro canta y todo

lo que no es pájaro concluye.

Pájaro-río, luz dendrita,

luz oral, parcela preciosa,


dueño de su tiempo el tiempo,

toda gloria su menudencia.

Existo más si este capullo

su seda sonora devana.



***


jardín


Cielo de dimensión terrestre,

párpado abierto hacia más luz,

diálogo con la paz de los sueños.

La libertad, derrota de la siesta,

fue la sombra de un árbol,

donde pasa veloz el conejo de Alicia.

Acecha en su paisaje mínimo

un gran vértigo entre bosque y montaña.


Para que desconozcas el poder de la distancia.


A la espalda, en los cuartos rehuidos,

un latente enjambre de miedo

a todavía no imperiosas ruinas

acecha, cuchichea, arma tus riesgos

y allí es la gruta donde cuelga

el murciélago y chilla, alegre

porque al fin anochece.   





 

Ida Vitale es una poeta latinoamericana esencial, audaz botánica por disfrute, terrícola centenaria. Vivió exiliada en México (antes de migrar a Estados Unidos y luego retornar a Uruguay), donde cosechó amigos, paisajes y poemas. Premio Miguel de Cervantes (2019), Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances (2018), Premio Max Jacob (2017), Premio Internacional de poesía Federico García Lorca (2016) y Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2015), entre otros. A finales de 2023 se estrenó el documental-homenaje Ida Vitale, de la realizadora María Arrillaga.


José María Espinasa es escritor y editor mexicano; sus libros más recientes son Apuntes de un naturalista (poesía) y Para una política del texto (ensayo).


 

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