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  • Daniel Goldin

Gusti, de la Casa Blanca a la Red House, y de retorno






1.

Se define a sí mismo como dibujante. Y dice que su principal instrumento es el lápiz. Pero no estoy muy seguro de que sea cierto. No del todo.


Gusti es, desde luego, un gran dibujante o, como se diría en el gremio de los libros para niños, un magnífico ilustrador. Con lápiz, pluma, pincel o toda la paleta de recursos digitales, puede hacer lo que quiera.


Pero la trayectoria de Gusti, no tiene que ver con el dominio de un instrumento -un ejercicio de poder- sino con su capacidad para reconocer y someterse a un poder que lo rebasa. Un poder con el que ha aprendido a dialogar al cerrar los ojos. Un poder con el que nos invita a dialogar a través de sus creaciones, dibujos, palabras, acciones, pero también con el delicado silencio que envuelve a cada cosa que él hace.


Conocí su trabajo cuando leí Camilón, comilón, un cuento de Ana María Machado que Gusti ilustró con maestría. Me fascinó su inteligencia para enriquecer la historia y hacer mancuerna con una gran escritora. Ya se vislumbraba ahí su capacidad de dialogar e invitar a otros a participar, con alegría del que propaga luz y calor a un mismo tiempo.


Yo daba mis primeros pasos como editor. Él era ya una estrella. Ilustraba libros para las mejores editoriales en España y Argentina, incluso publicaba en Suiza y Alemania. Después, durante largos años, no supe de él. Había desaparecido de la escena principal.


Muchos años más tarde tuve la inmensa dicha de charlar por primera vez con él y entendí su desaparición. Gusti había dejado de ilustrar para las mejores editoriales pues se quería iniciar como autor. Crear sus propias historias. No se trataba de una mera deriva profesional para alcanzar un escalón más elevado. Él no pretendía convertirse en El Creador que se lleva los créditos y el reconocimiento. Su decisión era más profunda. Gusti quería ofrecer su talento sólo a las cosas en las que él creía, incluso si eso significaba sacrificar su propio bienestar. Sus dones debían estar al servicio de ese poder que a un tiempo ilumina y da calor, un poder que da y reconoce vida. Y eso supone darse tiempo para buscar, para extraviarse, para investigar y conocer dibujando.


Darse tiempo. Dar espacio a otro tiempo. Reconocer, que el hombre está al servicio de la creación, pero no asume el lugar del Creador, cualquier cosa que esto signifique.


2.

Hacer mundo es limpiar, lo sabían los romanos. In mundo es lo opuesto a hacer mundo, tal como lo entendemos hoy en Occidente, veneradores del progreso, generadores de basura. Gusti hace con la basura arte. Basurarte. Re cicla.



Como editor de varios de sus libros, aprendí que eso tiene un costo. Un libro que se planea publicar para una campaña comercial debe esperar. Pero vale la pena, porque un libro cuidado así no se suma al bullicio, es uno de los contados que provoca otra manera de ver, que genera un silencio que permite prestar atención.


3.

Gusti es un ornitólogo de corazón y un gran explorador del mundo. Como las águilas, que él ayuda a proteger, es capaz de fijar la vista en los detalles que singularizan. Ha viajado a selvas y desiertos, ha visitado asilos y cabañas marginadas, ha hablado con personas invisibles para muchos. Indígenas, ancianos, personas con Síndrome Down, autistas o con diferentes discapacidades, diría la gente, Al escucharnos él corregiría: personas con capacidades diferentes y únicas.





Siempre acompañado de una libreta y lápices, Gusti dibuja para prolongar sus exploraciones a terrenos donde la vista no llega. Para poner al descubierto lo singular de cada individuo y su valor. Para invitar a explorar y descubrir. Para preservar y respetar.


4.

Inicié la escritura de este texto en la mañana del 8 de enero del 2021.


Mi hijo Theo me trajo un cuadro que Gusti le regaló cuando nació.


En él Gusti juega con Theo. Incita a una apuesta por el juego. En un mundo paralizado, en el que un presidente pretende imponer su verdad como la Única y millones le creen y siguen su apuesta por la supremacía del hombre blanco, del monólogo, frente al diálogo.



Al ver esto re valoré las dotes visionarias de Gusti. Asombran.


La propuesta de darle poder no sólo a los niños, al juego: To play, hacer del juego un acto. Reinterpretar gozando, gratuitamente.


Un mundo que de cierta manera se enfrenta al mismo dilema con el que se enfrentó Gusti cuando se apartó del camino del éxito fácil. Seguir con el ritmo frenético o jugar su suerte apostando por algo mucho más valioso, aunque cueste, por algo que tenga sentido.


5.

Ya vimos a dónde nos condujo relegar el juego a las patadas. El homo sapiens y el homo faber, Huizinga dixit, deben dar lugar al homo ludens. No se puede insistir en el negocio: El ocio es lo contrario del negocio: nec otium.


En un mundo donde el juego está relegado a los niños o a los ancianos, que han muerto en sus asilos aislados.


En el que el juego más popular es con los pies.


Hay que dar lugar al hacer placentero. Al disfrutar haciendo. A jornadas de trabajo y estudio disfrutables. No se trata de acumular riquezas que empobrecen para morir aislados.


6.

De entre las muchas cosas que hay que cuidar para que este descuido normalizado que generó la pandemia no retorne (¿Quién quiere que esa atrocidad se convierta en norma?), hay que re-visar el valor del juego. Raíz del pensar.


Mi hijo Theo señaló la Red House: la Casa Blanca teñida de rojo. Con su característico decir, dictó sentencia: Esto, caput.


Me y te pregunto.


¿Aprenderemos?


7.

Marina Garcés lo dijo con claridad en su charla en Arquine:

Nos han conculcado el futuro. Porque hemos apostado por el progreso, porque el presente no exista sino para hacer futuro.


Ya es hora de ensayar otras formas de acercarnos al poder. Haciendo valer lo local.


Apostando por el hacer cotidiano.


Incluso globalmente. Con ingeniería. Con ingenio y río, con humor y amor. Con humildad, que viene de humus. Con un saber compartido.


Horizontal.




8.

En la prensa se habla de la cuna de la democracia convertida en República bananera. No de lo que EUA ha hecho para destruir las democracias incipientes en Centroamérica. De cómo unos rubios vikingos entran y suben las patas a los escritorios de los supuestos representantes del pueblo. Del contraste entre la respuesta policial a ese asalto y lo acontecido en Minneapolis y tantas otras ciudades.


En la prensa se mencionan ciertamente desigualdades de trato, ignominiosas todas. Pero muchas más se silencian.


En esta época ambivalente, de claroscuros plena, el teléfono rojo debe sonar en cada casa, en cada escuela, para darle un lugar al juego.


Para que la normalidad no retorne. Para darle a los niñ@s un lugar en el Capitolio. Para escucharl@s y jugar con ell@s.


Pero el juego no es sólo un territorio reservado a los niños. El juego es diversión, es intento, es una estrategia de animales y seres humanos para aprender y honrar a la vida. Por el placer de ser. Una apuesta por gozar el presente.


Incluso ahora…


9.

Se acabó el juego.


Así decimos cuando en el juego el placer de compartir con otro se torna en la voluntad de ganarle, cueste lo que cueste.


A la muerte no podemos ganarle solos, nunca.


La apuesta por la vida es por un saber compartido.


Incluso con las plantas.


Ellas son más sabias que nuestra sabiduría toda, y más pacientes. Savia corre por sus venas. Siempre atentas, en cada oportunidad hacen prosperar la vida. Por eso hoy, que tantas industrias fenecen, las ciudades reverdecen.


Es todo un reto recuperar el valor del juego. Asumir otra manera de encarar el presente, con el placer y el gozo del juego. Afirmar la finitud en un juego compartido, paradójicamente, augura un futuro promisorio.


A Gustavo Ariel Rosemffet en Barcelona.

En memoria de sus padres idos en Buenos Aires, durante y por esta pandemia.

Por su duelo en solitario, el abrazo de amigo agradecido.




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