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Jardín Lac

Emilia Ferreiro, una y múltiple


Imagen Rogerio Albuquerque | Nova Escola.


Hace unos pocos días, murió en la Ciudad de México (su patria adoptiva), Emilia Ferreiro.

Para cualquiera de los muchos que tuvimos el privilegio de conversar o laborar con ella nos será difícil olvidar el brillo de sus ojos, revelador de una aguda inteligencia y una curiosidad insaciable. Su mirada era intensa, generosa, exigente y, al mismo tiempo, implacable. No era exactamente sencillo conversar o colaborar con ella. En todo momento te obligaba a (re)pensar, a (volver) observar. A cuestionar y proponer. A verificar y seguir haciéndolo, sin descansar. Con esa intensidad que sólo suelen tener los niños más curiosos, que no pocas veces son también los más desobedientes.

Ya entrados en confianza, alguna vez ella me dijo que los niños eran muy divertidos hasta que entraban a la escuela. Puede ser paradójico que confesara esto una persona que dedicó prácticamente toda su vida a la Academia y a trabajar en y por la educación. Pero también es revelador: ella nunca se dejó intimidar por la Academia. Cuestionó los asertos teóricos que sólo servían para desplegar un discurso sin el riesgo de pensar. Cada postulado teórico podía ser cuestionado y cada observación era motivo de una nueva hipótesis que son, en realidad, la semilla de una teorización. Su capacidad para desmontar las respuestas refugio de los holgazanes era un acicate, tanto como la de observar y escuchar con atención, a veces intimidante. Frente a ella estaba su generosidad al reconocer la capacidad de pensar a cualquier persona, de cualquier edad. Dentro y fuera de la escuela.

Una verdadera democratización del saber comienza por reconocer el papel activo de cualquier persona, alfabetizada o no, en la construcción del conocimiento. Y ella lo hizo, no sólo reconociendo y comprendiendo el poder teorizador de los niños.

Vivió e hizo mucho, pero le faltó sin duda tiempo para profundizar y ampliar sus investigaciones.

Alguna vez me habló con empatía de su maestro y mentor, Jean Piaget.

"Te podía despertar a las 4 de la mañana para verificar un dato. Había que comprenderlo."

Seguramente usaba eso para justificarse. En su caso, se combinaba con el deseo de incidir en el mundo. Su compromiso político marchó al parejo que su rigor intelectual.

Aunque su labor principal se centró en la investigación y la docencia, su trabajo fue mucho más amplio. Como editora y gestora contribuyó de manera decisiva a (re)pensar el campo de la lectura y la formación de lectores, incorporando preguntas, perspectivas, actores. Descubrió y creó vínculos y redes, atravesando y enlazando disciplinas, grupos, continentes.

Jardín Lac reconoce y agradece su impronta fecunda al convocar a diferentes personas que estuvieron cerca de ella para que rindan un mínimo testimonio, e invitar a nuestros lectores a que conozcan su obra.


Daniel Goldin

 

Querida Emilia,


Cuando hablamos de ti en las conversaciones, en Francia, pero también en los diferentes países en los que he frecuentado a personas que trabajan en educación, en pedagogía, en lectura y escritura, las más veces no se habla de ti como de una persona, sino como de un nombre propio que se ha convertido en una referencia, una teoría, un paradigma, un emblema. En la Ilíada, cuando Homero evoca a Ulises, habla indefectiblemente del “hijo de Laertes, el de las mil astucias”, cuando habla de Atenea, se refiere indefectiblemente a “la diosa de ojos verdeazul”.

Cuando hablan de ti, en Francia, indefectiblemente se te adjudican dos epítetos: “constructivismo piagetiano” y “psicogénesis de lo escrito”. Tú eres la “hija constructivista de Piaget”. Estás inscrita así, como todos los mortales, en la procesión de las filiaciones (en griego, la palabra para designar una procesión es “teoría”: es eso exactamente). Tienes también, como los héroes o los inmortales, tu propio apodo, el que te has ganado por tus propias hazañas: eres la diosa de “la psicogénesis”.

Cuando veo la expresión “psicogénesis de lo escrito” en los trabajos de los estudiantes, cuando la escucho en boca de los capacitadores o de los maestros, cuando la leo impresa en revistas pedagógicas, rara vez se trata de un concepto. Se trata de evocar una ambrosía celeste, ese alimento reservado a los dioses, cuya existencia conocen los mortales, pero cuyo sabor, sobra decirlo, nunca han probado, puesto que brinda la inmortalidad.

Tú con tus ojos incisivos de diosa, has visto la psicogénesis de lo escrito en los garabatos amorfos de los niños, has sabido leer lo que no eran aún sino signos tenues, opacos para el común de los mortales, las formas nacientes de la escritura aún por venir. Pero eso era fácil para una diosa.

En cambio, el milagro insigne con el que nos regalaste es algo muy diferente: nos volviste capaces, nosotros simples mortales, de ver esa misteriosa psicogénesis, de reconocerla en sus manifestaciones enigmáticas, cada vez que un niño se apodera de un lápiz. Todos los maestros y todas las maestras que, en todo el mundo, se esfuerzan para enseñar las reglas imperiosas de la escritura han visto, gracias a ti, que los signos cabalísticos trazados por los niños estaban habitados por “algo” que tiene relación con la lengua escrita. Habitados por algo que, a través de metamorfosis misteriosas, permitía poco a poco adivinar en el capullo del gusano las alas brillantes de la mariposa. Ese “algo”, la mayoría de nosotros no sabemos ni analizarlo, ni interpretarlo, pero gracias a ti podemos nombrarlo: “psicogénesis”.

Es una palabra divina. Gracias a ti, atentos a la escritura en germen de los niños como si fuera la cuna de la humanidad, vigilamos las etapas y esperamos el día en que la escritura eche a volar, milagro que se repite en cada niño con esta invención de nuestra humanidad.

Evidentemente, este milagro ha dado lugar, entre tus adeptos más fervientes, a sectas competidoras. Se pelean por interpretar tus oráculos: ¿habrá que esperar, reteniendo la respiración, el vuelo de la mariposa? ¿o bien, esperando que se quiebre la cristálida, hay que realizar, como en el pasado, los aprendizajes tradicionales? ¿Es preciso imaginar una pedagogía que se inspire muy escrupulosamente en las etapas de la aventura y las siga? ¿o que las preceda? ¿o las provoque? ¿o incluso, las enseñe? ¿o que se conforme con hablar de ellas con los niños?

Ocasionaste también que hubiera escudos alzados. Se escribieron artículos sobre ti y contra ti. Se predijo tu fin cercano. Así sucede con la gloria. Recuerdo haber leído un viejo artículo en el que un militar argentino que pretendía ser filósofo te colocaba al lado de Platón, Duns Scoto, Guillermo de Ockham y de una larga fila de pensadores tan subversivos como Berkeley, y sin duda Hegel y Marx. No había que subestimar tu capacidad para pensar en falso y hacer daño. ¿Pudo alguna vez rendirse mayor homenaje a tu pensamiento? La idea de que pudieras ser colocada al lado de Duns Scoto me encanta. Tú eres parte de la procesión de pensadores, de la teoría de los bienaventurados inmortales, con todos los riesgos que eso conlleva: ser convertida en estatua. Alguien a quien se evoca, o a quien se invoca, pero ¿para pensar qué?

Entonces, cuando en Francia, en Brasil o en alguna otra parte presencio ciertas discusiones que derivan en enfrentamiento, digo: “la última vez que Emilia Ferreiro habló de ese problema en mi presencia, se preguntaba si…, pensaba que tal vez…, creía que habría que buscar por este lado”:

Mis interlocutores estaban estupefactos: hablo con la diosa. Les digo que no eres solamente un mito, que eres también una investigadora que investiga. Sigues haciéndote preguntas. No lo has entendido todo, igual que los niños, que “aprenden a comprender”. No te has dormido en la almohada del constructivismo, nutrida por la ambrosía de la psicogénesis.

Es a esa Emilia a quien deseo un “Feliz cumpleaños”. A quien deseo larga vida. Junto a quien me deseo otros momentos de apasionadas discusiones en Francia, en México, en Argentina, o en ese no lugar que desafía las leyes piagetianas de la permanencia del objeto: Internet. La diosa es ya inmortal, es inútil festejarla. Pero es la otra Emilia, la que está viva, la hablante, la cuestionante, la debatiente, la amiga muy querida, a quien mando un beso con afecto.


PS

Este texto “festivo” fue escrito en 2007, para celebrar los 70 años de Emilia en Argentina, adonde había vuelto para un homenaje académico rendido a su trabajo. Quince años después, ahora que ella nos dejó, puede ser leído como un testimonio de gratitud hacia ella de los maestros, investigadores y profesionales que trabajan en las clases primarias y prescolares. Gracias a Emilia, pueden observar y entender de una manera radicalmente nueva las producciones escritas de los niños y niñas que están aprendiendo. Nunca se olvidará esta lección fundamental que nos enseñó.


Anne-Marie Chartier **

Investigadora y docente, Francia

 

Eterna Emilia,


Nunca más pudimos volver a mirar a los chicos y a las chicas como antes. Menos aún, a dirigirles la palabra como si no supieran de qué se trata el mundo de la escritura. Nunca más pudimos enseñarles letra por letra, porque entendimos que era una profunda falta de respeto. Esas pequeñas cabezas que se esfuerzan en crear una lógica para comprender cómo es que se usan las marcas para producir y para interpretar lenguaje solo pueden ser tratadas como “otros” que, como en tantos campos del saber y del conocimiento, piensan distinto; no piensan menos, no piensan poco, no piensan peor, no piensan mal. Nadie que haya comprendido la teoría psicogenética de adquisición de la escritura puede tratar a un “otro” distinto como si no supiera; está felizmente condenado a dialogar con lo diferente, a dejarse transformar por un punto de vista distinto, a hacer el esfuerzo de entender-lo y de modificar-se para ser entendido.

Creo que de eso se trata la teoría que Emilia Ferreiro concibió y nos legó. Una teoría totalmente nueva, revolucionaria, por la profundidad del cambio en la mirada que propuso, y subversiva, porque nada de lo que creíamos saber quedó en pie tal como lo conocíamos. No solo cambió la mirada sobre los niños, también terminó haciéndolo sobre la escritura misma y, sin proponérselo, sobre toda la escuela.

Emilia fundó una teoría sobre la adquisición de la escritura que se inició en 1979, que siguió elaborando hasta muy poco antes de su partida y que siguen escribiendo sus discípulos/las en distintos países, sobre todo, de América Latina. Una teoría latinoamericana, porque aquí nació y se desarrolló. Y del estallido de esa teoría sobre las paredes de la escuela nacieron incontables maestros y maestras, académicos/as, investigadores, decisores en políticas educativas y otros actores que encontramos un lugar donde plantarnos para hacer de la enseñanza un lugar dialógico, del error un espacio lógico y no patológico, de la escuela es el ámbito de construcción colectiva donde proteger a las infancias de la infantilización banal. Para que la alfabetización sea de verdad un derecho y no una obligación, los chicos y las chicas tienen que ser escuchados.

Emilia está. Está y seguirá estando en sus discípulos y los discípulos de sus discípulos. En todos los que entendimos, gracias a ella, cómo piensan nuestros chicos y chicas. Y nunca más pudimos tratarlos del mismo modo. Está cuando damos clases, cuando escribimos, cuando dirigimos tesis, cuando volvemos a reunirnos con los cientos de compañeros y compañeras que trabajamos en torno a su obra.

Sembró una teoría psicolingüística y floreció un movimiento pedagógico.



Mirta Castedo

Investigadora y docente, La Plata, Argentina

 

Conversar con Emilia –de cerca y de lejos, a lo largo del tiempo y a través del espacio– fue una suerte y un privilegio. Desde Ginebra, me enviaba capítulos de “Los sistemas de escritura en el desarrollo del niño” mientras estaba escribiendo este libro con Ana Teberosky. Le pregunté y me contestó mil cosas en la correspondencia de ese tiempo, cuando una carta de Caracas a Ginebra tardaba más de diez días.

Si Emilia no hubiera mostrado que los chicos son seres pensantes también cuando interactúan con ese objeto social que es la escritura –y no solo en relación con las nociones matemáticas o físicas estudiadas por Piaget–, seguramente yo hubiera seguido trabajando solo en Didáctica de la Matemática. Si sus investigaciones no hubiesen permitido vislumbrar que era imprescindible producir un cambio decisivo en la enseñanza para que todos los chicos pudieran aprender a leer y escribir, seguramente no nos habríamos empeñado en diseñar propuestas que acercaran la enseñanza al aprendizaje.

Si las investigaciones psicogenéticas dirigidas por Emilia eran tan rigurosas –y por eso mismo nos aportaban conocimientos sólidos acerca de las conceptualizaciones infantiles–, ¿cómo limitarse a hacer propuestas didácticas sin estudiar profundamente su desarrollo en las aulas? Tomar en serio los problemas que los niños se plantean acerca de la escritura, así como las hipótesis que elaboran y los conflictos que atraviesan, exige un análisis profundo de las situaciones e intervenciones de enseñanza que se revelan potentes para promover avances en los aprendizajes. El nacimiento de la investigación didáctica latinoamericana sobre alfabetización inicial está estrechamente ligado a los desafíos planteados por la psicogénesis de la escritura.

Además, Emilia nos provocaba: desde la investigación en las aulas –sostenía– tienen que surgir nuevos interrogantes para la investigación psicolingüística.

Y también se generaban interrogantes referidos a otros objetos de conocimiento: si los chicos elaboran hipótesis originales sobre la escritura, ¿no pasará lo mismo con el sistema de numeración, ese otro sistema de representación con el que interactúan intensamente fuera de la escuela y que es objeto de enseñanza también en los primeros grados? Nuestra investigación sobre el sistema de numeración como problema didáctico también hunde sus raíces en el campo de problemas que Emilia iluminó.

Finalmente, quiero subrayar su esfuerzo constante por tender redes entre quienes trabajamos en lectura y escritura en diferentes lugares del mundo y en diferentes ramas del saber. Y también su extraordinaria posibilidad de convocar a maestras y maestros, de impactarlos al poner en evidencia la inteligencia y la originalidad de los chicos, de plasmar ideas fuertes en frases incisivas e inolvidables que todos citamos una y otra vez...

Gracias, Emilia. Aquí estás y estarás presente en nuestro trabajo y en el de muchos otros compañeros, colegas, maestros.


Delia Lerner

Investigadora y docente, Bs. As, Argentina

 

Cuando Emilia Ferreiro se unió al equipo en el Departamento de Investigaciones Educativas del Cinvestav en 1979, sus ideas trastornaron todo lo que yo creía saber desde mi perspectiva antropológica sobre la transmisión intergeneracional y sobre las diversas culturas escritas. Los pequeños con los que ella conversaba no solo se planteaban ideas sobre qué y cómo escribir que ningún adulto les podría haberles transmitido (porque los adultos ya se habrían olvidado de lo que pensaban antes de alfabetizarse). Lo más sorprendente para mí era que infantes de distintas culturas y lenguas se plantean las mismas ideas en la misma secuencia, cada uno a su ritmo, acerca de cómo funciona la escritura alfabética. Desde ese momento comprendí que durante la infancia se generan procesos de construcción del pensamiento lógico y del conocimiento que compartimos todos los seres humanos, aun cuando se expresen siempre arropados en los atuendos de múltiples colores, texturas y sonidos que dan cuenta de la diversidad cultural humana.

Su contribución consistió en abordar, bajo las premisas de su mentor Jean Piaget, el desarrollo lógico infantil en relación con un objeto cultural, la escritura. Descubrió que también existía “un niño piagetiano” en el desarrollo de la alfabetización. Durante más de cinco décadas, Emilia y sus colegas y estudiantes han mostrado cien o más facetas de todo lo que las niñas y los niños piensan sobre y hacen con aquellos signos gráficos que encuentran en su entorno y cuya relación con el habla no es nada obvia. Para Emilia, estos pequeños siempre fueron “sus principales colegas intelectuales”. A los docentes no les propuso ningún nuevo “método”; solo los invitó “a acompañar a sus alumnos con admiración y escucha atenta en el paulatino proceso de su entrada a la cultura escrita.”

El legado de Emilia nos deja un gran desafío: articular su gran conocimiento de la psicogénesis de la escritura con perspectivas históricas y socioculturales, así como con otras emergentes. Afortunadamente, ya trabajan en esta línea investigadores jóvenes que heredaron su formación.



Elsie Rockwell

Investigadora y docente, México

 

Estudios de escritura, del libro Alfabetización de niños y adultos. Textos escogidos, Paideia Latinoamericana, 2007.



Conocí a Emilia Ferreiro hace unos 38 años, en la Universidad de Buenos Aires, la UBA, en un seminario de investigación que impartió para los integrantes de la cátedra de Psicología Genética a cargo de José Antonio Castorina. Creo que fue la primera vez que tuvo la posibilidad de regresar Argentina: la dictadura había terminado. Al final del seminario, nos dijo que había conseguido becas para ingresar a la maestría del DIE Cinvestav/IPN, su centro de trabajo. De forma casi automática, levanté la mano. Ese día cambio mi vida no sólo en términos de mi trayectoria académica y profesional sino también personal, porque mi destino estaba en México. Nunca dejaré de sentirme profundamente agradecida con Emilia por este increíble, inesperado y feliz encuentro.

Emilia siempre fue y será para todos los que la conocimos una persona brillante. Su capacidad de trabajo y exigencia personal eran impresionantes; pero muy difícil de seguir. Te podía pedir que entregaras tus avances de tesis un 25 de diciembre, cuando todas estábamos pensando en las vacaciones.

Yo siempre fui una estudiante apasionada e indisciplinada que se metía en problemas por seguir o cuestionar alguna idea, cueste lo que cueste, razón por lo que me retrasé. Emilia siempre exigía disciplina y cumplimiento en los plazos; lo inevitable sucedió: me escribió una carta en la que me informaba que no continuaría siendo mi directora de tesis. Era el acabose. Logré convencerla y a los seis meses la terminé. Mi sorpresa fue el día que defendí mi tesis: nunca pensé que Emilia leería la carta y que expresaría su respeto por quien luchaba por lo que cree o por una simple hipótesis. En realidad, no era descabellado, porque ella siempre valoró y luchó por lo que creía, en las arenas de la política y en el campo de la academia, cueste lo que cueste.

Su tenacidad y pasión en su búsqueda por comprender la forma como las niñas y los niños reinventan el sistema de escritura en su afán por descubrir los principios que lo rigen revolucionó completamente el campo educativo en materia de alfabetización, un verdadero cambio paradigmático. La escritura pasó de ser una habilidad psicomotora a un acto cognitivo muy complejo

Claro que para ello siempre tuvo la fortuna de contar con mentes brillantes que la acompañaron y completaron su trabajo. En el campo educativo, el impacto de los estudios sobre didáctica de la lengua escrita en conjunto con los estudios de psicogénesis cobraron una gran fuerza, especialmente en Latinoamérica: casi una odisea “espacial”.

Desde hace muchos años, trabajo con maestros adscritos al sector de educación indígena: cuando les comparto los estudios sobre psicogénesis, la fascinación que les da es directamente proporcional a su asombro: de ver un “garabato” pasan a distinguir una escritura muy peculiar. Desde ese momento, como diría Freire, un diálogo inteligente y respetuoso se hace posible; un diálogo capaz de mediar el proceso de escritura, un proceso intersubjetivo, dirían los vigostkianos. Esto cambia el contrato didáctico y fija un nuevo vínculo entre el que enseña y el que aprende. Con el Programa infancia (UAM) comprendí que este es un derecho de la niñez.

Yo realmente creo que Emilia es una de las herederas y representante más influyente de la escuela piagetiana; lo cual era esperable porque tenía una comprensión profunda de la teoría psicogenética, corría por sus venas; además, admiraba y estaba profundamente agradecida con Piaget por su historia del exilio.

Piaget era su brújula, pero ella propuso un tema que iba más allá de estudiar las nociones centrales de las ciencias; núcleo duro del programa de investigación psicogenética, siempre regido por la pregunta epistemológica sobre las condiciones de constitución y validación del conocimiento científico. La genialidad de Emilia surge desde el inicio, porque ella se animó y dedicó su vida a ampliar este horizonte a un objeto cultural: la escritura.



Graciela Quinteros

Investigadora y docente, Argentina y México

 

Hay personas que pueden revolucionan nuestra vida. Emilia tuvo ese impacto en la mía. Pienso en ella y lo hago con profundo agradecimiento. Son muchas las razones que tengo para hacerlo. Me enseñó a pensar de otra manera. Me ayudó a hacer preguntas nuevas y me obligó a buscar las respuestas fuera de los lugares comunes y me enseñó a trabajar durante horas con datos. Sigo disfrutando mucho ese trabajo.

No fue una mujer de trato sencillo ni amable. Pero todo lo que le faltaba de empatía, le sobraba de inteligencia. Su vocación en la vida no fue hacer amistades sino revolucionar ideas. Y lo logró. Cambió para siempre la forma de entender el conocimiento del lenguaje escrito. Y no me refiero únicamente a que permitió comprender los procesos de aprendizaje; sino que también ayudó a ver la escritura de otra manera. Nos hizo buscar en la historia, la antropología, la sociología, la lingüística y otras disciplinas para comprender ese objeto cultural. Ella siempre iba más allá del límite de su disciplina. Eso la llevó a integrar esa maravillosa colección LEA (Lectura, Escritura, Alfabetización) publicada por la editorial Gedisa que nos acercó a autores que de otra forma hubieran sido difíciles de localizar a mediados de los años 90s. Inició sus investigaciones antes de que tuviéramos acceso a las computadoras personales, pero siempre se entusiasmó por las novedades tecnológicas. Fue una de las primeras investigadoras que tuvo computadora en el Departamento de Investigaciones Educativas, creo que era una Sinclair. También fue una de las primeras en dar a sus datos un tratamiento informático. Los datos de la investigación desarrollada en 1982 en colaboración con Educación Especial fueron analizados en el Centro de Procesamiento “Arturo Rosenbleuth”. Toda una innovación en su época.

Ir con ella a entrevistar niños fue una delicia y un privilegio. Ahí se transformaba, era otra persona, lograba establecer conversaciones increíbles hasta con los estudiantes más tímidos. Con ellos tenía una magia que no he visto en otras personas.

La asistencia rigurosa a los seminarios de los martes resultó altamente formativa. Fueron años de gran aprendizaje, tiempo de disfrutar la convivencia con el grupo de asistentes y estudiantes. Y también fue tiempo de decisiones difíciles algunas de las cuales la hicieron enojar mucho. Recuerdo cuando la fundación Kellogg ofreció la primera beca para el área de educación. Emilia propuso que me la dieran para ir a hacer un doctorado en lingüística a la Universidad de Campinas en Brasil. Después de las entrevistas y los trámites, me retracté. Decir que se enojó, es decir poco. Su molestia fue tan grande que me pidió que dejara de ir al seminario. Eso me hizo ganar un lugar entre sus alumnas rebeldes, es decir aquellas que en algún momento le dijimos NO a algo que ella consideraba bueno para nuestras vidas. Cuando se le paso la ira y supo que yo estaba averiguando los requisitos para estudiar en el Colmex, me habló para decirme que tenía que seguir en el DIE. Entonces hice el doctorado bajo su dirección y seguí trabajando con ella varios años. Después he tenido la oportunidad de trabajar en dos líneas complementarias: la investigación y el desarrollo de propuestas educativas. Mi trabajo ha estado marcado por lo que aprendí con ella y con algunas de sus grandes colegas. En todo momento el diálogo ha continuado con ella (de manera presencial o mental). Sus ideas han estado presentes en la educación mexicana desde la publicación del Programa de Educación Preescolar (1992). Después hubo otros, muchos otros, los últimos fueron los libros de texto gratuito de Español para 1º y 2º de primaria en cuya elaboración participamos personas que estudiamos con Emilia.

Además de haberme enseñado a investigar, le agradezco la posibilidad de haber construido una red de amistades que me ayudan a seguir pensando y están ahí para compartir la vida.

En tiempos difíciles para la educación, es necesario invocarla para que aclare confusiones.

Celia Díaz-Argüero

Investigadora, México

 

Este año 2023, para mí, figura como el peor de mi vida. He perdido a mi hijo, a tres amigos entrañables (entre ellos a Yolanda Corona, quien me introdujo a Emilia Ferreiro), y ahora a la misma Emilia.

Durante 25 años trabajé de manera muy cercana a ella, pero nos distanciamos en los últimos años. El respeto y cariño mutuos siempre estuvieron.

Conocí a Emilia Ferreiro cuando yo era estudiante de licenciatura, a los 21 años, y ella recién había llegado al DIE. Le manifesté mi deseo de aprender a hacer investigación y de trabajar gratis. Emilia me interrogó primero y luego me incorporó al equipo de trabajo acerca de las conceptualizaciones de la lengua escrita en adultos analfabetos.

El equipo estaba compuesto por varias muchachas jóvenes. Íbamos a ciudades perdidas, fábricas e incluso a la cárcel, a buscar y a entrevistar a nuestros sujetos de investigación. Con ellas aprendí y compartí muchas aventuras, muchas risas y muchos nervios. Pronto seguimos con el trabajo de investigación básica con niños.

Recuerdo también la primera vez que leí “Los sistemas de escritura en el desarrollo del niño”, poco tiempo después de su publicación. Creo que esa “primera” lectura duró meses, si no es que años. Yo, además, me incorporé al seminario de epistemología genética de Rolando García en la UAMX. Todas las que duramos un tiempo en los dos seminarios seguimos en el proceso de lograr apropiarnos de los conocimientos que nos transmitieron.

Una de las acciones más tempranas del equipo de investigación fue establecer el seminario interno, al que se iban incorporando los nuevos alumnos y colaboradores. Asistí religiosamente al seminario durante más de dos décadas. Pedimos el seminario a Emilia porque en un inicio no entendíamos nada. Recuerdo que la primera lectura en el seminario fue de David Olson, sobre las consecuencias cognoscitivas de la lengua escrita. A mí me picó enormemente la curiosidad. Todas las participantes estudiábamos y discutíamos muchísimo. A estos apasionados encuentros se fueron incorporando nuevas estudiantes y colaboradoras. Era un espacio de intercambio, también, con investigadores de distintas universidades de México y Argentina. Todos tratábamos, frenéticamente, de seguir el ritmo y el pensamiento de Emilia.

Emilia (y Rolando) ofrecieron un cambio conceptual muy importante acerca de cómo entendemos el mundo, cómo nos desarrollamos y cómo nos alfabetizamos. Es algo que al día de hoy me nutre, me desafía y permea mi quehacer profesional cotidiano con colegas, alumnos, maestros y niños. Las enseñanzas de Emilia están en mis interacciones diarias con el mundo. Una parte importante de mi vida ha estado dedicada a transmitir a otros los saberes y posibilidades que nos heredó. Otra parte ha sido dedicada a los niños, en el deseo de respetar sus ideas y formas de aprender. Siempre estaré agradecida a Emilia por su legado y siempre me maravillará su genialidad.

También me congratulo por haber conocido, a través de Emilia, a un conjunto de investigadores y didactas a los que quiero mucho y a los que agradezco de corazón todo lo que me han enseñado.


Sofia Vernón

Investigadora y docente, México

 

“Simplemente” Emilia Ferreiro


¿Cómo homenajear, en medio del dolor de la pérdida, a una persona que deja un legado tan descomunal? Tal vez, comenzando por el principio. Y el principio es que Emilia me cambió la vida.

En el año 1973 yo había egresado de la carrera de Ciencias de la Educación de la Universidad de Buenos Aires y era una psicopedagoga que atendía niños con “problemas de aprendizaje”. Una amiga, Ana Teberosky, me invitó a escuchar una conferencia que iba a dictar una persona que había hecho su doctorado en Ginebra dirigida por Piaget, y que se llamaba Emilia Ferreiro.

Nos sentamos y ella comenzó su charla diciendo: “La teoría de Piaget no teme al error ni al olvido”. Yo quedé absolutamente desconcertada porque, como buena psicopedagoga conductista, lo único que temía era que mis pacientes se equivocaran o se olvidaran de lo que habían aprendido… En ese momento tomé conciencia de que tenía que tratar de entender qué estaba diciendo esa mujer. Supe que con su marido Rolando García habían fundado el IPSE (Instituto de Psicología y Epistemología) y allí me dirigí.

Cursé varios seminarios que rectificaron mis aprendizajes psicogenéticos de la Facultad y luego tuve la fortuna de que Emilia me invitara a participar como ayudante en su cátedra y en la primera investigación sobre psicogénesis de la escritura, que tuvo lugar en una escuela a la que asistían niños de una población muy vulnerable que fracasaban en sus primeros años de escolaridad.

Seguí participando en sus investigaciones en México (donde viví varios años durante la dictadura militar de Argentina), que me abrieron la posibilidad de conectarme con un colectivo de colegas que se encontraban transitando un camino paralelo al mío: enseñar a leer y a escribir con otra mirada que reconceptualiza no sólo al aprendiz –ese niño pensante que reconstruye progresivamente el mundo que lo rodea– sino también al objeto de enseñanza –las prácticas sociales de lectura y de escritura– y al rol dialógico del enseñante.

Sin ser pedagoga, sus investigaciones psicolingüísticas y psicogenéticas revolucionaron el campo de la alfabetización de una manera irreversible. Eso, lógicamente, trae aparejado el rechazo de quienes quieren continuar con los sistemas de enseñanza vigentes hace cincuenta años cuando empezaron las primeras indagaciones.

No bajaremos tu bandera, Emilia, indispensable para lograr lo que Gianni Rodari enunciara con la claridad de su prosa:

“El uso total de la palabra para todos me parece un buen lema, de bello sonido democrático. No para que todos sean artistas sino para que nadie sea esclavo”.

Ana María Kaufman

Investigadora y docente, Bs. As. Argentina


 

** Un agradecimiento especial al traductor Rafael Segovia.



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