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  • Jorge Larrosa

De jardines y barcos


Jorge Larrosa, profesor de Filosofía de la Educación y ensayista, nos presenta, a partir de un texto de Michel Foucault, el jardín como un espacio en el que se yuxtaponen múltiples espacios, diversos, y a veces contradictorios.


Alfombra persa de finales del siglo XVI § ALBERT HALL MUSEUM


Se sabe que la palabra “paraíso” viene del persa pairidaeza que significa un amplio jardín cercado. Jenofonte la vertió al griego como paradeisos y se transcribió al latín como paradisus. Pero el acontecimiento fundamental, dice Giorgio Agamben, sucedió cuando los autores de la Biblia de los Setenta decidieron traducir por paradeisos la palabra hebrea gan que es la que aparece en el Génesis [1].


Está, antes del tiempo, el Jardín del Edén, de las Delicias, ese Paraíso original irremediablemente perdido. Y está también el Reino de los Cielos, el Paraíso prometido, ese otro jardín situado después del tiempo y, por tanto, eternamente diferido. Pero el motivo del jardín-paraíso como lugar para el habitar gozoso y despreocupado de los hombres, para ese conocimiento placentero ligado a la abundancia y a la belleza, también puede conjugarse como algo que ya está aquí, en este mundo, en tiempo presente, en cada uno de los jardines que lo evocan y lo invocan.

Michel Foucault, por ejemplo, no proyecta el jardín en el pasado ni en el futuro, no hace de él ni una utopía regresiva y, por tanto, nostálgica, ni una utopía progresiva y deseante, no es algo a recuperar ni a conquistar, no lo coloca fuera del mundo, fuera del tiempo, sino que lo incluye entre las heterotopías y las heterocronías que analiza en su famoso texto sobre los espacios otros [2]. 


Ahí habla del jardín como un lugar separado, apartado de los espacios ordinarios, en el que se accede a un tiempo separado, aparte, a un tiempo otro, distinto de los demás tiempos sociales. La entrada a un jardín supone un corte a la vez espacial y temporal. Lo que hace Foucault es situar el jardín en el espacio y en el tiempo humanos, pero separándolo como un espacio-tiempo heterogéneo, como un cronotopo claramente diferenciado.


Foucault habla del jardín como un lugar separado, apartado de los espacios ordinarios, en el que se accede a un tiempo separado, aparte, a un tiempo otro, distinto de los demás tiempos sociales. La entrada a un jardín supone un corte a la vez espacial y temporal.


El jardín aparece, en el texto de Foucault, como un ejemplo de esos espacios en los que se yuxtaponen múltiples espacios, diversos y a veces contradictorios. Eso hace que sus características sean análogas a las de la biblioteca y el museo. Estos últimos, dice Foucault, son acumuladores de tiempo en los que se albergan y se encabalgan objetos, palabras, imágenes y sonidos que provienen de todos los tiempos. De ahí que un “jardín de lectura, arte y conversación” pueda considerarse como un espacio que contiene múltiples espacios y como un tiempo que acoge múltiples tiempos. Sus características, entonces, serían la alteridad y la multiplicidad.

Sobre el jardín, lo que dice Foucault es lo siguiente:

“Tal vez el ejemplo más antiguo de estas heterotopías (en forma de emplazamientos contradictorios) sea el jardín. No hay que olvidar que el jardín, creación asombrosa ya milenaria, tenía en oriente significaciones muy profundas y como superpuestas. El jardín tradicional de los persas era un espacio sagrado que debía reunir, en el interior de su rectángulo, cuatro partes que representaban las cuatro partes del mundo, con un espacio todavía más sagrado que los otros que era como su ombligo, el ombligo del mundo en su medio (allí estaban la vasija y la fuente); y toda la vegetación del jardín debía repartirse dentro de este espacio, en esta especie de microcosmos. En cuanto a las alfombras, ellas eran, en el origen, reproducciones de jardines. El jardín es una alfombra donde el mundo entero realiza su perfección simbólica, y la alfombra una especie de jardín móvil a través del espacio. El jardín es la parcela más pequeña del mundo y es por otro lado la totalidad del mundo”.


El jardín contiene el mundo y es a la vez el ombligo del mundo. Es un microcosmos que contiene el cosmos entero, un pedazo ínfimo de mundo y al mismo tiempo el todo del mundo. Además, una alfombra oriental es un jardín (y un mundo) tejido, es decir, tramado y textualizado. Y no deja de ser interesante pensar que cuando un nómada se detiene, despliega su alfombra y se sienta a rezar en ella está posado, en realidad, sobre el mundo entero, sobre una especie de jardín trasportable (o de mundo trasportable) que puede volver a enrollar para llevárselo consigo allí donde vaya.



La jardinería y la marinería, el cultivo y la aventura, el recinto resguardado y el viaje infinito. § CARLOS BRAVO


Tal vez por eso hay una hermosa relación entre el jardín y otra de las heterotopías felices de Foucault, el barco:

“El barco es un pedazo flotante de espacio, un lugar sin lugar, que vive por él mismo, que está cerrado sobre sí, y que al mismo tiempo está librado al infinito del mar y que, de puerto en puerto, de orilla en orilla (…) va hasta las colonias a buscar lo más precioso que ellas encierran en sus jardines. Ustedes comprenden por qué el barco ha sido para nuestra civilización (…) la más grande reserva de imaginación. El navío es la heterotopía por excelencia. En las civilizaciones sin barcos los sueños se agotan”.


El jardín como re-presentación del mundo y el barco como des-cubrimiento del mundo. Los marineros como esos seres sin patria y sin anclajes (sin nación, sin identidad y sin raíces) que van de un lado a otro en busca de las maravillas de los jardines más lejanos para trasplantarlas en su pequeño jardín doméstico, para hacerlo aún más rico, variado y hermoso, para compartir su belleza con los otros. Marineros-jardineros.


Hay un bello poema de Antonio Machado que dice así:

“Érase de un marinero / que hizo un jardín junto al mar / y se metió a jardinero. / Estaba el jardín en flor / y el jardinero se fue / por esos mares de Dios”.

Y no puedo dejar de imaginar a los habituales de este jardín de las maravillas que aquí con-jugamos oscilando siempre entre la jardinería y la marinería, el cultivo y la aventura, el recinto resguardado y el viaje infinito. Haciendo navegar barquitos de papel en su jardín cerrado. Arrojando flores al mar durante sus travesías. Recogiendo brotes de todas las costas a las que sus viajes (móviles o inmóviles) los conducen. Para trasplantarlos y hacerse otra vez jardineros, aunque, eso sí, no muy lejos del mar, siempre abierto.



[1] Giorgio Agamben: El Reino y el Jardín. Madrid: Sexto Piso, 2020, pp. 14 y 15.


[2] Michel Foucault: “Des espaces autres”, en Dits et écrits 1954-1988. Vol. IV. Paris: Gallimard, 1994. Traducción en español en https://bit.ly/3aeB0yJ

(Conferencia en el Cercle des études architecturals, 14 de marzo de 1967, publicada en Architecture, Mouvement, Continuité, n 5, octubre de 1984).




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