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  • Ramón Salaberria

Colegio de las Vizcaínas: flashback


Fachada del Colegio de las Vizcaínas

el vértigo de 250 años

Un colegio que abre sus puertas cuando las calles de la Ciudad de México no cuentan todavía con alumbrado público de lámparas de aceite y que hoy las mantiene abiertas, con un planeta sometido a un virus. Mientras, en esos 253 años, el único colegio que ha trabajado ininterrumpidamente en México (quizás en América Latina). Mientras, en ese lapso, la independencia de una nación, la reforma de una nación, la revolución de una nación. Un colegio a un kilómetro de Palacio Nacional. Mientras, sismos, muchos sismos. Crisis económicas. Plagas, inundaciones.


En el momento que el colegio abre sus puertas, 1767, la Ciudad de México tiene una población similar a Madrid, la capital de la metrópoli, y es uno de los centros financieros del planeta. Y como gráficamente describe la doctora Ana Rita Valerio, directora del rico Archivo Histórico (reconocido como Memoria del Mundo por Unesco) del colegio , una ciudad de modernos carruajes tirados por caballos con herraduras de plata, sedas, sombreros ornados de perlas, legiones de sirvientes, palacios y nuevas instituciones (son los años de la fundación de la Real Academia de San Carlos de las Nobles Artes, del Real Seminario de Minería, del inicio de la construcción del Castillo de Chapultepec...).


Y miseria, miseria por todos los lados. Una sociedad de ricos ricos ricos y de pobres pobres pobres. El muy viajado Alexander von Humboldt así lo dejó esculpido en el libro patrio: “México es el país de la desigualdad. Acaso en ninguna parte la hay más espantosa en la distribución de fortuna, civilización, cultivo de la tierra y población”.



El patio del Colegio de las Vizcaínas, 1874 § AGUSTÍN YLIZALITURRI

construcción por donativos

Francisco de Echeveste, nacido en la costa vasca, hijo de afamado capitán y constructor de navíos. Llegó a la Nueva España como General de los Galeones y emprendió la ruta a través del Pacífico para llegar a Filipinas y a Tonkín (en el norte de Vietnam). Al retirarse de los cargos públicos funda en México la Casa Echeveste, dedicada al comercio con el Oriente. Fallece soltero a punto de cumplir los 80 años.


Manuel de Aldaco, también originario de la costa vasca, es llamado por su tío, Francisco de Fagoaga, minero y banquero de platas, para que manejara su negocio, casándose con una de sus primas.


Ambrosio de Meave, también vasco, desde joven se traslada a la Nueva España. Aldaco lo introduce al mundo de los negocios, el comercio y la administración, y lo pone al frente de la casa mercantil de los Fagoaga, la más rentable de la época. Creó un imperio económico. Se le considera uno de los iniciadores del movimiento de la Ilustración en México y hasta un pre-iniciador del movimiento independentista en la Nueva España.


La leyenda dice que estos tres vascos un buen día vieron en la orilla del lago de México a unas niñas jugando en el lodo, que hablaban lengua vasca, y que fue el momento epifánico para decidir hacer un colegio para niñas.


Más documentada está la decisión y desarrollo de la construcción del colegio a partir de la Cofradía de Aránzazu, que aglutinaba a los vascos en Nueva España, y en la que Echeveste, Aldaco y Meave eran pilares. La Cofradía tenía diversas funciones: religiosa, beneficencia, entidad de crédito. La financiación de la construcción se hará a partir de donativos: algunos de medio centavo al mes, otros de muchísimo más, hasta reunir un millón de pesos oro.



Uno de los patios del colegio, hacia 1920. § HUGO BREHME

pegarle fuego a lo que nos ha costado

EL Colegio de las Vizcaínas en sus primeros cien años y ahora ha tenido su nombre oficial: Colegio de San Ignacio de Loyola (a partir de Juárez y hasta hace 20 años, Colegio de la Paz).


Una deslumbrante capilla con cinco retablos barrocos cubiertos con hoja de oro y cortinajes policromados.


Con semejantes antecedentes gran parte de la gente vincula al Colegio de las Vizcaínas con monjas, órdenes religiosas. Al contrario, desde su concepción se trata de un proyecto laico y secular, que está dispuesto a quemar el propio colegio si no consigue su autonomía de Iglesia y Gobierno. Recurren al papa y al rey. Dirá Manuel de Aldaco: “Por lo que a mí toca, no se hablará más palabras sino a la Corte y a Roma por todo, y si saliéramos deslucidos, pegarle fuego a lo que nos ha costado nuestro dinero”. Y lo consiguen. Terminada la construcción del colegio en 1752, sólo pudo abrir sus puertas hasta 1767. Muchos años de lucha, 26,  contra las trabas del arzobispado y autoridades civiles. Esta autonomía de la Iglesia hizo que no fuese afectada por las Leyes de Reforma.



Clase de gimnasia en 1936 § ENRIQUE DÍAZ

amparo y educación

El Colegio de las Vizcaínas es el primer centro educativo laico para mujeres del continente americano. Nace para acoger y proteger a la mujer novohispana, niñas, doncellas y damas viudas en necesidad de amparo. Y como centro educativo.


Para ponernos en situación: en la época, las mujeres que no se casaban ni profesaban de monja, quedaban como castas doncellas, llamadas así aunque fueran ancianas, o repudiadas solteras, designación que implicaba un reconocimiento público de haber perdido la virginidad.


En sus inicios el colegio funcionaba como un claustro (sin monjas), una vez que se entraba sólo se salía si era para casarse o para ir al convento. Para las dos opciones había que llevar dote. El colegio les proveía de ello. Pero fuera doncella, soltera, felizmente casada, viuda o religiosa, toda mujer de esa época estaba sometida, sin soberanía, sin preparación, sin personalidad jurídica. Sin amparo.


Como pocas instituciones educativas el Colegio de las Vizcaínas ha tenido 250 años de experiencias pedagógicas, sociales... Desde temprano apostó por una educación integral de la mujer, un modelo de aprendizaje autónomo e independiente que encaminaba a la mujer a ser autosuficiente: cosecha y preparación de alimentos, bordado, tejido, música, lectura. Las mujeres mayores instruían a las jóvenes. Abrió con 70 niñas mayores de 7 años. Llegó a tener 2000 alumnas.



Reparto de maíz en un lateral del colegio, 1915 § ÁNGEL SANDOVAL

taza y plato

Las más grandes fortunas pueden llegar a agotarse. Para sostener las finanzas del colegio se concibió el edificio con 60 accesorias para renta, en sus costados este, oeste y parte posterior. Arquitectónicamente se les denomina como de “taza y plato”, con la vivienda en la planta alta y el taller en la baja. Cuartos de cierta amplitud, con una sóla entrada al centro. Estas accesorias que cobijaban carpinterías, imprentas, peleterías, cartonerías, tapicerías, talabarterías, chocolaterías... contribuyeron a fomentar la cohesión barrial y a construir su identidad.


 

Hoy, corrido ya el siglo XXI, Jardín Lac se honra de poder vincularse con una institución que desde su primer día se concibió autónoma e independiente de los Poderes y que nació con una explícita, en palabras actuales, agenda de género.




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