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  • Isol

Quino y yo


 

Isol y Mafalda. § ISOL

Nunca llegué a hablar con Quino en persona. Cuando me lo presentaron, ya le costaba conectar con nuevas personas, caras, nombres. Pero la verdad es que yo no necesitaba conocerlo más, salvo para agradecerle y darle un abracito, que es lo que hice. Tengo mucha gratitud por su obra. Porque en ese ámbito de lectura, sí lo conocía desde hace mucho, mucho.


Recuerdo leer Mafalda en el cumpleaños de 9 o 10 años de una niña de la escuela, al descubrir en su cuarto la colección completa. Tuve que pagar una multa social por eso ¿cómo es que una nena prefiere quedarse leyendo que jugando con los demás? Me hicieron muchas burlas por eso durante el año. Tal vez pareció un destrato hacia las otras niñas. ¡Pero era la colección de Mafalda, che! Nada sería más interesante y divertido en ese cumpleaños, por lo menos para mí. Y eran bastante caros los libritos, por lo que la oportunidad de leerlos era ese momento o nada.


Luego de más grande, como a los 12 años, recuerdo recortar todas las páginas dominicales de la revista del diario Clarín, donde salían los trabajos de Quino. Estaban escondidos entre las revistas de la mesita del patio de mi tía Irma, y eran un tesoro que debía ser preservado, a mi ver. Entendía lo geniales que eran, lo profundas e inteligentes y graciosas, todo a la vez, que eran esas obras gráfico-literarias del maestro. ¡No podían terminar en la basura con las revistas viejas! Las guardé en una carpeta que ahora no sé dónde habrá quedado, pero en mi ser quedaron como huellas y referencia no sólo estética sino filosófica. Una mirada del mundo consciente de su patetismo y ridiculez, pero no desde un lugar solemne y juzgador, sino entendiendo estas situaciones descriptas entre el ser humano y su entorno como lo humano en sí, que puede ser poético, entretenido de observar también, y que al reconocerlo nos ayuda a trascenderlo. La risa como escuela de pensamiento, con tesis hechas a plumín,

que tocan cual humilde flecha certera en el Goliat que son las instituciones hegemónicas, las creencias dogmáticas y miedosas del cuestionamiento que nace de la curiosidad. Otra enseñanza de Quino es que el arte y el pensamiento vivo siempre está en contra del poder.


La risa como escuela de pensamiento, con tesis hechas a plumín,

que tocan cual humilde flecha certera en el Goliat que son las instituciones hegemónicas, las creencias dogmáticas y miedosas del cuestionamiento que nace de la curiosidad.



Entonces, agradezco haber tenido en mi vida a Quino ¡qué suerte el haber recibido esas impresiones del mundo a través de su mirada! ¡Qué grandes lecciones de libertad y síntesis, de encuentros entre la amargura y la ternura en partes iguales, para sorprender y deleitarnos con el cosquilleo del descubrimiento, del reflejo!


Mucho de su impronta ha quedado en mí como criterio personal al pensar en mis libros, en mis obras. Especialmente esto de no rehuir la contradicción en los personajes, y no juzgarlos duramente, sino más bien acompañarlos y reírme de lo que tengo en común con ellos, de mis miserias y luces usadas como materia prima y sincera para comunicarme con otros, sin dramatizar.


Otro obsequio que encontré en esta relación con Quino fue el amor por los medios gráficos como revistas y libros, por ese lenguaje que es popular y a la vez puede volar altísimo sin alejarse del cotidiano, del circuito íntimo de la casa, de la lectura en el bus o la fila del banco. Habiendo estudiado Bellas artes, irse al mundo del cómic o la ilustración era visto como una cosa menor. Pero en mi vida, las impresiones dejadas por algunos creadores de este arte “menor” era tanto o más fuerte que con el Arte de A mayúscula.


Quino vivió bastante, por suerte. Al final no veía casi nada, eso me imagino que debe haber sido muy duro para un dibujante como él, que contaba tanto a través de los dibujos, y supongo que también pensaba dibujando, como nos pasa a muchos dibujantes-narradores.


Él nos quiso mucho como lectores, nos dio lo mejor, nos respetó en nuestra inteligencia, nos conversó como iguales.


Pero supo que lo queríamos mucho, y eso me deja tranquila porque es importante retribuirle, porque también él nos quiso mucho como lectores, nos dio lo mejor, nos respetó en nuestra inteligencia, nos conversó como iguales. Entonces puedo decir que sí, conocí mucho a Quino, y es una relación que durará toda mi vida.


¡Lo quiero mucho, maestro, gracias y buen viaje!




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