La compañía de las flores
- Michèle Petit
- 30 may
- 3 Min. de lectura
En los tiempos recientes, las publicaciones en Facebook celebrando la primavera ―una primavera en la que la naturaleza se encuentra muy en forma― se han multiplicado. Multitud de gente de la que no recuerdo que hubieran dedicado jamás posts a las campánulas de su balcón o al árbol de Judas de su calle, nos los presentan día tras día.
Desde luego, lo noto aún más porque he contribuido a la avalancha de flores. Es como si no aspirara más que a ofrecer un jardín en el cual respirar y compartir un poco de esa alegría que experimento cuando salgo. Porque me encuentro en una isla en donde por todas partes corren bajo los olivos alfombras de flores blancas, amarillas, malvas, en donde campos y arbustos están salpicados de amapolas, iris salvajes, flor del clavo, manos de bruja, capuchinas, calistemos… Una increíble variedad de formas, de colores que, notémoslo, surge con más frecuencia en la proximidad de edificios en ruinas, de casas abandonadas, vestigios de una época en la que la isla vivía con prosperidad.
Notas personales. Foto de Michèle Petit
Es probable que el algoritmo, detectando mi gusto actual por los vegetales, me envía a cambio publicaciones floridas. ¿Y tal vez llovió mucho este invierno dando a las plantas, por todos lados, una vitalidad inusitada? Aquellas y aquellos a quienes hago la pregunta no lo recuerdan. Entonces ¿buscamos la compañía de las flores porque ya no podemos más con la destrucción humana, las inmensas tragedias, el odio, los tiranos? ¿Vamos en busca de la vida en la más sencilla de sus expresiones, encontrando refugio en pétalos, en ramas que bailan con el viento?
Otros nos regalan imágenes de pájaros o cervatillos que visitan su jardín y se escapan con gracia. Y me viene a la memoria la felicidad que sentíamos, durante los confinamientos, al ver las fotos en que animales salvajes se aventuraban hasta el corazón de las ciudades desiertas. O esas otras imágenes, en Chernóbil, cuando alces, lobos o aves de presa empezaron a reconquistar el terreno. En Fukushima son jabalís, macacos, liebres japonesas, faisanes, zorros, ciervos de Japón o osos negros los que se multiplican en ausencia de los humanos.
Notas personales. Foto de Michèle Petit
Me enredo y mezclo todo, flores y bestias. No soy yo, en fin, quien los mezcla, es la vida. Cuando salgo a pasear, tengo ganas de festejar a las flores, pero también a todos los animales que me encuentro. Así es como me hice perseguir por una oca cenicienta que pensó que mostraba demasiado entusiasmo al aproximarme a ella. Me extasío incluso en la belleza de los insectos, yo que los pisaba sin remordimiento.
Tal vez la naturaleza no pueda más. Hace un par de semanas, el director de cine y escritor Abbas Fahdel, que vive en el sur del Líbano, escribió un hermoso post que me gustaría citar de manera extensa:
“Allí donde la tierra ha sido desgastada por las bombas, un milagro parece suceder. Plantas que nadie ha sembrado emergen, como si buscaran llenar el vacío dejado por el sufrimiento y la pérdida. Surgen con un vigor casi insolente, desafiando el caos en su entorno.
Notas personales. Foto de Michèle Petit
“Me detengo allí, estupefacto, observando esa escena extraña y no puedo evitar interrogarme sobre la manera en que esas plantas han echado raíces en un suelo golpeado y herido. Un vecino campesino me explicó que no es un milagro, sino el resultado del soplo devastador de las explosiones. Ese soplo ha llevado granos, polen y esporas a grandes distancias, dispersándolos sobre tierras en donde han encontrado una oportunidad de germinar y crecer.
“Es fascinante y sobrecogedor a la vez ver cómo, en medio del más grande de los desastres, la vida encuentra manera de emerger y renacer. La naturaleza, con su fuerza silenciosa, reacciona a su manera, como un testimonio que, a pesar de todas las tentativas del hombre por destruir y devastar, la vida continúa y encuentra un camino, a veces de la manera más imprevista. Es una forma de lenta sanación, una respuesta de la tierra a lo injustificable.”
Notas personales. Foto de Michèle Petit
En Grecia, luego de la celebración de una boda, se desea a los esposos « Βίο ανθόσπαρτο », una vida sembrada de flores.
Recuerdos del año pasado cuando, cerca de aquí, una mujer iba por las calles con grandes ramos de flores de su jardín, ofreciéndoselos a todos con quienes se cruzaba. Me puse a soñar con un mundo donde por todas partes la gente se ofrecería rosas, peonías, botones de oro o ramos de plantas aromáticas.
Para conocer el post de Abbas Fahdel
Michèle Petit habla ampliamente de lo “esencial inútil” en su libro Somos animales poéticos, editorial Océano Travesía, Colección Ágora, 2023, y recomienda volver siempre a la obra de Graciela Montes, La frontera indómita: en torno a la construcción y defensa del espacio poético, México, FCE, 1999.
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