Muchos seres alteraron este escrito, ya no están. Solo quedan sus huellas. Hay evidencias de vientos helados que lograron filtrarse bajo los pinos; de lluvias tercas deslizándose entre las ramas, cayendo de hoja en hoja; rastros de inviernos persistentes y alguno que otro verano que dejan un espectro velado y cierta sequedad. Hay también un pequeño otoño y un par de primaveras que todavía asoman, son los únicos que resistieron, los demás fueron borrados por la humedad y el invierno. Una borrasca, que arrancó un miembro del árbol, dejó una cicatriz y todavía es visible el hacer de insectos y pájaros en sus diálogos con lo vegetal. Y también hay vida, vida que sigue escribiendo, como esa multitud de organismos en los líquenes que desafía nuestras creencias y teorías sobre lo que es la vida y lo viviente.
Se adivina detrás una escritura secreta, la escritura de un movimiento anterior a todo. Una escritura que va del no tiempo al tiempo en un ritmo sin ciclos, sin orden ni programa. Con pasos largos, pasos cortos, lentitudes, aceleraciones y sobre todo, con lo que hay entre unos y otras.
La corteza palimpsesto, como una de las tantas pieles del árbol, ha terminado por separarse de él. Pronto su último vínculo con el tronco se romperá. Por ahora se esfuerza en quedarse suspendida, esperando ser leída, pero la gravedad sigue haciendo su trabajo, pronto caerá y regresará a la tierra, al silencio de dónde nació.
El proceso
La lectura y el acto de leer, más que lo leído, nos hace humanos. Nuestro cerebro se forma, se hace cerebro humano leyendo. Esta fitografía la leí muchas veces, al final de cada lectura lo que permanecía no era un saber, tampoco una duda, ni siquiera una mínima certeza sino una experiencia, recorridos, procesos que no terminan ni empiezan.
La autora
Laia Silva Ríos. Nacida en Malta. Es ante todo lectora, lee pre-escrituras, códices, jeroglíficos, esteganografías vegetales, uranografías ancestrales y otras grafías que siguen resistiéndose a ser descifradas.