Desde y por lo pequeño, crisantemos para José Mujica
- Guadalupe Alonso Coratella
- 23 may
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 24 may
Se ha hablado mucho de José, “El Pepe” Mujica en estos días. Su muerte, el pasado 13 de mayo, desató innumerables reacciones en los medios, pero quizás hizo falta subrayar un rasgo que marcó su vida en todos sentidos, el contraste entre la grandeza y profundidad del personaje y su voluntaria elección por lo pequeño.
Este talante es visible desde la crianza, en una familia sencilla de propietarios agrícolas en la periferia de Montevideo donde se entregó a las labores del campo, hasta el vínculo con las hormigas durante los años de aislamiento. Fue en el calabozo cuando dijo haber descubierto que las hormigas gritan, “si no, agarrá una y ponétela en la oreja. La vas a sentir chillar”. A este hombre que libró grandes batallas, que siendo guerrillero llegó a presidente, el azar lo ubicó en el segundo país más pequeño de Sudamérica, con sólo 3.5 millones de habitantes.
La llaneza de su lenguaje y su espontaneidad, la modestia en el vestir, su desapego del dinero, fueron las señas particulares de quien renegaba de la palabra “austeridad”, un término prostituido. “Sobriedad” le venía mejor. Y vaya que fue congruente. Aquella vida frugal de la infancia prevaleció en todos los aspectos de su vida.

A Mujica no lo encandiló el poder, no se la creyó. Tampoco las veleidades de sus colegas, se sentía sapo de otro pozo, “no soy del club”, decía. Como presidente prefirió vivir en su chacra, "soy un terrón con patas porque amo la tierra", afirmaba. Le gustaba conducir su Volkswagen 1987 y cuando podía andaba en la bicicleta de su juventud que él mismo había arreglado con entusiasmo pueril.
En un tiempo cuando prevalece el culto a la personalidad, el discurso banal y la supremacía del dinero, el Pepe logró apartarse de las formas anquilosadas del lenguaje y la política para gobernar con integridad. No podría haber sido diferente si pensamos en el ateo que encontró la religión en los pensadores griegos, en la ciencia y la filosofía. Fue el primer exlíder guerrillero latinoamericano que ingresó al Salón Oval mientras un hombre de color, Obama, gobernaba los Estados Unidos. Un dirigente a favor de los inmigrantes: “La pureza racial es una mierda”, sostenía. No pudo ser de otro modo, a la presidencia de Uruguay había llegado un profesor de piano y solfeo sin título universitario; un hombre que guardaba entre sus más caros recuerdos al maestro que le había enseñado a leer a Homero y a Don Quijote, a Cervantes; un expresidente que a sus 79 años se conmovía con un poema de José Saramago sobre la vejez: “Admiro lo que dicen los buenos poetas”.
Este es el líder que el 21 de octubre de 2024 se presentó en el cierre de campaña del Movimiento de Participación Popular (MPP) y ante un auditorio desbordado anunció: “Mi ciclo terminó hace rato, soy un anciano que está muy cerca de emprender la retirada de donde no se vuelve.” Luego se dirigió a los jóvenes: “Van a vivir un cambio en el mundo que no ha conocido la humanidad. Por eso hay que pelear por el desarrollo, porque si no somos capaces de educar y de formar a las generaciones que vienen, van a pertenecer al mundo de los irrelevantes, de los que no sirven ni para que los exploten.”
A la prensa pidió que lo dejaran tranquilo, “el guerrero tiene derecho a su descanso.” Lo vimos, mientras se despedía, acompañado por Lucía Topolansky, cómplice en la batalla política y compañera de vida. “Estoy vivo por ella”, dijo, y reiteró su voluntad de ser sepultado en su ‘chacra’, junto a su perra. "Yo me voy a morir acá. Ahí afuera está enterrada Manuela. Estoy haciendo los papeles para que ahí también me entierren a mí. Y ya está".

Este guerrillero, ateo, anarquista, lector incansable y poeta frustrado que sorprendió al mundo cuando llegó a la presidencia de la República de Uruguay, estuvo de visita en México en 2016, venía acompañando a los periodistas Andrés Danza y Ernesto Tulbovitz para presentar el libro Una oveja negra al poder: Pepe Mujica, la política de la gente. El encuentro tuvo lugar en la Biblioteca Vasconcelos, donde se dio la oportunidad de conversar unos minutos con él.
El Pepe y Lucía llegaron juntos. Él se presentó como de costumbre, de chamarra y pantalón de mezclilla. Traía entre manos un proyecto, recorrer el continente para llevar su mensaje a jóvenes estudiantes: “Darlo todo por cambiar al mundo”. Así lo habría hecho él hasta el final de su vida. Conversamos sobre su visión de México en el escenario de Latinoamérica. Destacó dos características de nuestro país que lo han impresionado, “la una es que fue el lugar de recalada para los perseguidos de América Latina en tiempos difíciles, entre ellos, muchísimos compatriotas míos, además de un millón de refugiados españoles. Esto es central. Lo segundo es la personalidad, la identidad del pueblo mexicano que buscando su horizonte económico ha emigrado mucho a Estados Unidos desde hace tiempo, pero tiene una característica, que no se desdibuja con el paso de los años, mantiene su fuerte tono, su personalidad, su identidad, su cultura, sus hijos siguen siendo mexicanos en el alma. En el resto de la cuestión, es un país sometido a la tragedia del narcotráfico. Está pagando el costo, la ‘lana’ queda del otro lado de la frontera y aquí quedan las víctimas y los muertos.”
Reflexionó también sobre las izquierdas y el populismo que comenzaba a perfilarse en algunos países de la región: “Estamos en un momento del vaivén en el compás de la historia, un tanto hacia la incertidumbre y tal vez poniendo en amenaza algunas conquistas sociales y económicas que se habían logrado. Pero hay que mirar la historia con humildad, saber que las luchas continúan y que toda conquista costó la derrota de alguna gente en algún momento. Todo proceso humano ha sido así y lo seguirá siendo.”

En el escenario social, Mujica colocó a la República de Uruguay a la vanguardia en América Latina. Apoyó el matrimonio entre personas del mismo sexo, despenalizó el aborto y reguló la venta y consumo de marihuana. “Cómo voy a andar persiguiendo gente porque tiene inclinaciones hacia el mismo sexo”, dijo. “En lo personal no rengueo por esa pata, pero eso es más viejo que el mundo. Si no, lean la Ilíada y se darán cuenta de que Patroclo y Aquiles marchaban. Sobre la droga, creo que ninguna adicción es buena salvo la del amor. Yo he fumado tabaco, que no es bueno, y he chupado alcohol, que tampoco es muy bueno, pero tengo que evitar el narcotráfico, robarle el mercado, asegurarle cierta dosis, en ciertas condiciones, al que quiere comprar y cuando se está pasando decirle: ‘m'hijo tiene que internarse’. Eso es parte de la libertad. Un tema crudo en las sociedades católicas es el aborto. Castiga a las mujeres pobres que se quedan solas y deben enfrentar ese drama en las peores condiciones. Decidimos legalizarlo en ciertas circunstancias. Si lo prohibimos, seguirá existiendo en el mercado clandestino.”
Mújica, que perteneció a la generación de las utopías, esa juventud dispuesta a jugarse la vida para cambiar el mundo, se duele de no haber tomado en cuenta a la cultura en esa batalla. “Pensamos que la historia era una respuesta relativamente mecánica a la producción y a la distribución y no le dimos importancia al fenómeno cultural. No me refiero a las bibliotecas ni a los cuadros colgados ni a las bailarinas ni a los escritores ni a la música, me refiero al conjunto de reacciones subliminales espontáneas que tiene la gente sometida a un bombardeo mediático, porque al parecer, quien no junta riqueza no triunfa en la vida. Entonces, si no cambias la cabeza no cambias nada. Es el cambio más difícil, por eso ando por la vida hablándole a los estudiantes. Les digo que se aboquen a la batalla de construir una cultura. No sólo hay que preocuparse del crecimiento económico, sino de la felicidad, porque vida humana tenemos una y se nos va.”
En los libros Mujica encontró su salvación. Este capítulo de su trayecto no podría entenderse sin la presencia de Lucy, su madre, quien se ocupó de acercarle lecturas cuando estuvo a punto de volverse loco --tenía delirios y hablaba con las hormigas—y fue trasladado del calabozo al Hospital Militar. “Sólo la dejaban traer libros de ciencia. Me metí todo el día a leer sobre biología, veterinaria, antropología”, recuerda. “Pero antes, de más joven, fui un lector empedernido, de seis a siete horas por día. Eso me dio cierto plafón cultural años después cuando hice el intento de cambiar el mundo y fui preso.” Mujica se había acercado a los griegos, a Confucio y Maquiavelo. Leyó a Clausewitz, su tratado De la Guerra, y a Rosa Luxemburgo. “En medio de la soledad”, continúa el Pepe, “la remembranza de mi viejo leer y de las cosas que sabía, me permitió reconstruir, intelectualmente, mi forma de pensar y ver el mundo. Los años de soledad me cambiaron la perspectiva de muchas cosas. Me parece que el hombre aprende más de los fracasos que de los triunfos.”
“Mujica creció con la muerte como una sombra muy oscura, imposible de pasar desapercibida”, se lee en Una oveja negra a poder. “La muerte es una vieja raposa que siempre logra su objetivo y anda a la vuelta”, me dice. “Anduvo tres o cuatro veces alrededor de mi vida. Tengo varios plomitos encima y cosas por el estilo, pero no quiso llevarme. Cuando venga, quisiera esperarla con el mismo temple de los bichos del monte, en silencio. Y no tengo ningún apuro. Le tengo amor a la vida, sin embellecerla. El milagro más grande que tiene cada uno de nosotros es el de estar vivo. Lástima que seamos tan tontos que no nos damos cuenta y a veces perforamos la vida.”
Como los bichos del monte esperó, atado a la naturaleza. Sus últimos días transcurrieron tranquilos en su chacra de Rincón del Cerro, ese paraje silvestre, a las afueras de Montevideo, donde se dedicó junto con Lucía a trabajar la tierra y cultivar sus crisantemos, aquellas flores ligeras, amadas, que lo encaminaron por la “honda sensualidad de vivir”.
¿Y cómo le gustaría ser recordado?, pregunté. “Como una brizna de hierba”.
*BIBLIOGRAFÍA
Danza, Andrés; Tulbovitz, Ernesto. Una oveja negra al poder. Pepe Mujica, la política de la gente. México, 2016: Pengüin Random House Grupo Editorial.
Guadalupe Alonso Coratella nació en la Ciudad de México. Es periodista cultural, escritora y productora audiovisual. Fue Directora de noticias de Canal 22 y Subdirectora de información en TV UNAM. Periodistas en la categoría de entrevista. Ha publicado ensayos, reseñas y traducciones en diversos medios. Actualmente es Titular de la Casa Universitaria del Libro-UNAM.
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