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  • Tere López Avedoy

Las canciones de los árboles: un viaje por las conexiones de la naturaleza, de David George Haskell


 

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David George Haskell, el biólogo y poeta que durante un año estudió un metro de bosque, emprende un viaje a la escucha de raíces y plantas de árboles de todo el mundo.


Secuoya § CARLOS BRAVO


Hace unos años me asombró leer En un metro de bosque. Esta obra es la bitácora prodigiosa de un hombre que se sentó sobre la misma piedra todo un año a observar un territorio minúsculo. 

Sus notas se inician en el deshielo, con una sensación térmica de menos veinte grados, crecen en la primavera, continúan durante el tórrido verano y culminan al regresar el invierno.

Ahora renuevo mi emoción al leer y releer su obra más reciente Las canciones de los árboles[1]. 


David George Haskell ha emprendido un viaje provisto de una sofisticada tecnología, hidromicrófonos y micrófonos, para escuchar raíces y plantas de árboles de todo el mundo. Desde la gigantesca ceiba amazónica al abeto, la palmera o la secuoya. El prehistórico avellano, el árbol del kozo, con el que los japoneses fabricaron papel mil años antes que Occidente, un peral residente de Manhattan, o el olivo milenario. 

Su obra nos muestra que la antigua botánica poética todavía puede llevarnos por caminos inexplorados, cuando el saber científico nos muestra las relaciones recíprocas de la vida a través de la atenta observación auditiva. 

En las primeras páginas se recuerda que, en la época homérica, se consideraba que el kleos, la fama,  estaba compuesta de canciones, y que las vibraciones del aire eran la medida y el recuerdo de la vida de una persona. Luego confiesa que se ha dedicado a buscar el kleos ecológico al  escuchar las canciones de los árboles. 

Agudo observador de los bosques, nos aclara que los troncos presentan la apariencia de individuos separados, pero sus canciones surgen de relaciones. Por eso, a diferencia de lo que sucede en la épica, en ellas no se habla de héroes o individuos en torno a los cuales gira la historia, sino de la comunidad de los seres vivos,  una red de relaciones recíprocas de la cual los seres humanos también formamos parte. “No hay una naturaleza o un entorno separado de los seres humanos”, afirma.

Esas redes vivientes no son lugares de unicidad, son espacios en  donde se negocian y resuelven tensiones ecológicas y evolutivas entre la cooperación y el conflicto. Esas luchas no suelen desembocar en la evolución hacia seres más fuertes y más desconectados, sino en la disolución del ser dentro de las relaciones.

Encerrada en mi casa, al acariciar la mesa de madera o al caminar descalza sobre el piso de piedra, toco la naturaleza, explica Haskell, reorganizada en una segunda vida práctica de los materiales naturales del mundo.

En estos días en los que se hace evidente que las fronteras entre los seres apenas sobrepasan la medida del átomo y hasta nuestra identidad molecular es inestable, he regresado a este libro.

Entre muchas cosas me hace recordar que somos mucho más permeables que lo que establecen las autoridades de los Estados. 

Este libro es un auténtico jardín lleno de senderos y rincones preciosos. Un jardín que nos invita a conversar.

No sé cómo hablar de él de una manera que haga justicia a las novedades sobre ecología, biofilia y la nueva ‘ética conectada’ con la naturaleza que sugiere este libro.

De entre los muchos subrayados que he hecho a este  maravilloso libro, he recogido  diez que quiero compartir con ustedes. Más que frutos, se me antojan  semillas que, como recuerda él, a pesar de que son minúsculas, están llenas de energía (p.44).


Espero que el silencio que envuelve estos recortes me ayude.

 

En inglés (sequoia) es el único árbol que reúne todas las vocales. § CARLOS BRAVO


El jardín no es una huida hacia el control dominante de la naturaleza; más bien exige atención sostenida a las redes de la vida, incluida la comprensión de estas redes conservada en la memoria humana. p. 271



Un árbol es la vida común, un ser que es multiplicidad de conversación. p. 272



Los procesos comunicativos del árbol son más lentos que los sistemas nerviosos de los animales y se extienden por las ramas y las raíces en lugar de amarrarse al cerebro. Como las bacterias, viven en una realidad ajena a nuestra experiencia del mundo. Pero los árboles son nuestros maestros de la integración, y se distancian de sus células y las conectan con el suelo, el cielo y miles de otras especies. Al no ser móviles, para crecer con fuerza tienen que conocer su locus concreto en la Tierra mucho mejor que cualquier animal que camine. Los árboles son los Platones de la biología. A través de sus Diálogos, son los seres vivos mejor situados para formular juicios éticos y estéticos sobre la belleza y la bondad del mundo. p. 169



Detenerse bajo un árbol de la ciudad es un acto de microsubversión. p. 225


Las redes biológicas rara vez están tranquilas mucho tiempo; hay usurpaciones y revoluciones, que crean y destruyen. Los pensamientos, las texturas y los ritmos mueren. Son pérdidas dolorosas para los que gustamos de las melodías con las que hemos nacido. En el sonido nuevo y discordante que surge, oímos disonancias y, posiblemente, una transición hacia nuevas armonías. p.65



En la ética de la ecología conectada, la práctica y el camino principales son la escucha reiterada. p. 170

Sus palabras no sólo surgirán de su propio ser, sino de todo lo que han cosechado a partir de la experiencia despersonalizada en el seno de la red de los seres vivos. p. 170



El propio árbol contribuye a aumentar la probabilidad de lluvia. Los olores resinosos de los árboles suben hacia el cielo, donde cada molécula aromática sirve de foco de acumulación de agua. p. 145

Olvidarse del yo a través de una experiencia repetidamente vivida es necesario porque muchas verdades biológicas sólo se encuentran en relaciones que van más allá de los seres. p. 167

La creencia de que la naturaleza nos es ajena, un reino distinto profanado por las huellas artificiales de los seres humanos, es una negación de nuestro propio ser salvaje. p. 196


Agradecemos a la editorial Turner la autorización para publicar los fragmentos de este libro y a Ariel Guzik por la música.





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