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Anna Guilia Fink

El dolor de los otros: testimonios sobre la invasión a Ucrania

A diario nos llegan noticias e imágenes de la guerra. Una carga de información que —de tanto repetirse— se vuelve monótona y narcotizante. Pero hay dimensiones que no registran los titulares, y es ahí donde resuenan las voces de los testigos del horror y la destrucción, pero también en donde florecen los gestos de humanidad, empatía y compasión.

Ese es el sentido de este reportaje de Anna Guilia Fink que nos ha hecho llegar nuestro amigo José Manuel Springer, quien también lo tradujo. Se trata de dos testimonios de mujeres supervivientes de la guerra (publicados originalmente en el periódico vienés Der Standard). Las fotografías que acompañan el texto son de Maxim Dondyuk, artista ucraniano quien se ha dedicado a retratar el drama del frente de guerra, y a quien agradecemos encarecidamente el compartir con JardínLac estas imágenes.



La guerra empieza mucho antes de lo que las noticias y los medios de comunicación nos hacen creer. Nace —algunas veces— en la mente de un hombre. Inicia con los delirios de un individuo capaz de movilizar a todo un sistema.

Ucrania cayó en la espiral de la guerra. Como en otros países (como el nuestro y como el de ellos), la muerte se ceba sobre los inocentes: la población civil, la gente del pueblo, los que no pudieron o no quisieron escapar. O los que queriendo quedarse tuvieron que salir; y los que huyeron dejando atrás las razones para existir.

Estar en la guerra: vivir la agresión del poderoso, no tener más alternativa que defender lo propio. Ser víctima o rehén: llegar al límite del tiempo, donde no hay futuro y el presente se agota rápidamente. Sobrevivir a sabiendas de que no habrá un mañana. Resistir como una forma de ser, enfrentado diariamente la sinrazón del aniquilamiento.

En medio de las palabras y las imágenes que difunden los medios se debaten vidas que —contra viento y marea— dan la batalla, siguen sus rutinas y buscan a los suyos.

A continuación, comparto dos testimonios de mujeres ucranianas supervivientes de la guerra.


Olena Stiazhkina, habitante de Kiev, donde todavía reside actualmente; eligió quedarse para participar en la resistencia. (*)


5 de marzo, 2022.


La gente abandona la ciudad. La gente se va y nos despedimos de ellos y les gritamos: "¡Hasta la victoria!" Siento desesperación, ira, culpa y miedo. Curiosamente, no tengo los recursos para irme, para comenzar una nueva vida en un lugar más pacífico. Pero tengo la fuerza para quedarme y luchar. La fuerza y ​​los recursos son probablemente dos cosas completamente diferentes. Deseo que todos los que quieran puedan irse. Y no quiero tener que decir adiós nunca más.


Durante los primeros seis meses después de escapar del infierno de Donetsk, cada vez que oíamos un sonido fuerte nos arrojábamos al suelo por reflejo. Ahora, como ya ha descrito Tatusya Bo (autor ucraniano de libros infantiles), también han pegado avisos en las puertas y puertas de ciudades y pueblos de Occidente que dicen: “Pedimos que no azoten las puertas al cerrarlas. Los refugiados que están aquí piensan que son explosiones."


En el caso de emergencia siempre debes tener algo para escribir. Si hay un muerto a tu lado sigue siendo una persona y no un cadáver. Una persona debe tener nombre, apellido y edad. No debe perdérsele. Alguien le ama, alguien lo está esperando. Alguien llorará a los muertos y los recordará por el resto de sus vidas. Incluso si el cuerpo carece de documentos, tú como sobreviviente deberás crear un archivo. Describe al menos la edad, la altura, el color de cabello, los ojos. Piensa en los detalles de la persona, proporciona información sobre la ropa y los zapatos, algo que definitivamente perteneció a esa persona. Piensa en lo que decía, si han estado juntos en un refugio de emergencia o han caminado por un corredor humanitario. Nombres, nombres de ciudades, nombres de perros, canciones…


Desde 2014 es costumbre en Ucrania agradecer a los soldados que detuvieron el avance del enemigo en el este. Es muy simple: si ves a un soldado en la calle, te pones la mano derecha en el corazón y le dices, a veces en voz alta, a veces en un susurro: "¡Gracias!" No hay que exagerar, no hagas esto en todas partes, pero hazlo con el corazón puesto en la mano. Es un idioma que todos los ucranianos entienden. Desde 2014 hemos estado de rodillas, acompañando a nuestros héroes en su viaje final.


Al llamar cada mañana nos preguntamos: ¿Sigues vivo? Es una tontería, en tiempos de paz me hubieran dado una bofetada. Porque si contesto el teléfono y digo “hola”, por supuesto estoy viva. Preguntar ahora “¿Cómo estás?” resulta una burla al sentido común. “¿Sigues vivo?” resulta más apropiado. Hoy iniciamos una discusión filológica al respecto, ¿Cómo responder a esa pregunta? Las posibles respuestas: “Sí, todavía”, “Sigo, otra vez”, “Por supuesto”, “Sí, gracias al ejército y a Dios (que básicamente es lo mismo ahora).


Hoy hay toque de queda policial, desde la noche hasta la mañana: es la tercera o cuarta vez en esta guerra. Los voluntarios llaman al toque de queda "día libre": un día en el que se puede dormir un poquito más y escuchar las noticias. Si los recursos físicos se utilizan los días que se realiza el voluntariado, en los días libres se consumen los recursos mentales. Por tanto, los días libres no son realmente de descanso, pero no te tienes que levantar cuando suena el despertador.


Es de mañana. La alarma de ataque aéreo se escucha fuertemente. Mi esposo se despierta y mira estúpidamente el reloj, todavía se ve cansado. Le toco la espalda y le digo para tranquilizarlo: “No tengas miedo, es solamente la alarma, no el despertador. Todavía podemos dormir.” Ambos sonreímos, pero sabemos que actuamos de manera irresponsable.


Las noticias de Mariupol que reciben conocidos y periodistas en sus mensajes telefónicos son peores que los diarios: Díganles a todos que todavía hay grano en el tercer piso, al otra lado de la calle en el departamento 27; Hay dos ancianos en el noveno piso. Anteayer estaban vivos; No puedo llevar a otro niño en el coche. Perdóname. Yo no podré perdonarme por ello; No sabemos a qué país saldremos cuando abandonemos el sótano. Solo tiene sentido sobrevivir si es Ucrania; El nombre de la perra es Matilda. Come de todo de vez en cuando. Por favor, aliméntala y mantenla alejada de mi cadáver.


Kateryna Jakowlenko. Curadora refugiada en Viena.


En la segunda mañana de la invasión rusa me quedé con un amigo. Pensé que sería más fácil pasar la guerra con alguien (y pensé que la guerra duraría tres días). Además, su casa me parecía más segura que la mía. Mi apartamento está en el último piso, las ventanas se abren en todas direcciones y pensé que las probabilidades de salir con vida de ahí eran escasas si caía una granada.


La guerra no concluyó después de tres días, y mi apartamento no se había incendiado aún después de la tercera semana de defender Irpin.


Nunca pensé que ser panadero pudiera ser tan peligroso, hasta que el 26 de febrero hice fila durante dos horas para comprar pan. “Por qué está demorando tanto? Denos el pan ya”, gritó alguien en la cola un poco agresivo. “¡No grites! Deberías agradecerme. Manejé hasta aquí desde el pueblo vecino para hornearte el pan”, respondió el panadero. Su pueblo no estaba ocupado en ese momento, pero ya era bastante inseguro. De vez en cuando, las noticias locales informaban que los rusos estaban bombardeando vehículos civiles.


No quería irme de Kiev hasta el final. Pensé que defraudaría a la ciudad si me iba. Pero no había manera de quedarse. Me paré en la plataforma para esperar el tren oficial de evacuación. Pero no llegó. Los dos primeros trenes habían sido objeto de intensos disparos; los rusos intentaban dañar la infraestructura de transporte.


Sólo mujeres, niños con sus perros y gatos estaban en la plataforma. Al día siguiente volvieron a bombardear los trenes durante la evacuación de mujeres y niños. No había soldados en absoluto, sólo civiles. Nos refugiamos de los proyectiles bajo un puente destruido. Más tarde, algunos combatientes voluntarios nos llevaron a la estación de tren de Kiev. Las cosas mejoraron en el recorrido entre Irpin y Kiev. Pensé “¡Debes perseverar, como la capital de la patria! ¡Perseverarás!”


Es difícil imaginar la vida después de haber tenido que huir dos veces. Pero dejar Kiev e Irpin fue mucho más difícil que decir adiós a Donbass. La imagen de la estación en Kiev resultaba aterradora: personas con mochilas y maletas llenaban todos los espacios de la estación. Ningún tren sería capaz de llevar a todos los que querían viajar. Es difícil imaginar cuánta tristeza y desesperación, cuánto miedo había en los ojos de la gente.


Lemberg es la ciudad donde todos los días los hombres hacen cola frente a las tiendas que venden armamento. Aquí todavía no ha habido combates, pero la gente quiere ayudar. Lemberg no solo se contagió de la valentía y la urgencia de salvar la propia vida, también se contagió del miedo. Aquí llegan los ucranianos que ya han estado bajo el fuego ruso. Aquí conocí a Tanja. Un día antes haba estado bajo el mismo puente de Kiev en el que había buscado a mi amigo Schu. Los abrazos de las personas que han vivido este shock son los más fuertes. Caminamos por las calles de Lviv y vimos cómo la ciudad esconde su patrimonio: protege esculturas, iglesias e iconos.


Mi mañana comenzó con la noticia de que los rusos quemaron los establos cerca de mi ciudad. Más de treinta caballos quemados. ¿Quién puede hablar ahora de la humanidad de los rusos?, ¿Deben desnazificar también a los caballos?


(*) Estos testimonios fueron publicados en Der Standard, cotidiano de Viena, el 26 de marzo. Traducción José M. Springer.



Fotografías: Maxim Dondyuk


 

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