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  • Gustavo Martín Garzo

Breve historia de la hospitalidad


 

Odiseo dormido en la costa de Ítaca. § JOHN FLAXMAN (1805)

El pecado de Polifemo

El verdadero tema de la Odisea no son las grandes hazañas del héroe, tomadas de otros episodios del mundo del mito, sino el tema de la vuelta a casa. Vuelta que Homero, en un hallazgo de sublime perspicacia, le hace realizar a Odiseo dormido, dando a entender la existencia de un salto entre los dos mundos: el de la realidad y el del sueño. Un salto que la razón humana no puede dar sin tambalearse. Cuando en la Odisea los feacios dejan a Odiseo dormido en las costas de Ítaca, se está equiparando el mundo en el que han tenido lugar sus aventuras al mundo de los sueños. Lo que equivale a decir que para que Odiseo pueda recuperar su humanidad perdida tiene que renunciar a esa fuerza polivalente, polimorfa, que le equipara a los animales y a las fuerzas de la naturaleza, haciendo de él expresión pura de la voluntad de vivir. Pero también que ese mundo seguirá existiendo en sus sueños, y que a partir de ahora tendrá que viajar a esos sueños para tomar lo que necesita para seguir alimentando la llama insaciable de la vida. Esa ambivalencia esencial es el corazón de ese arte narrativo que es la novela, que no es sino el arte de la hospitalidad, ya que su función es propiciar nuestra relación con lo Otro, desde la relación con lo Otro Absoluto, la muerte, la naturaleza, los animales, los dioses, hasta con todos los diferentes: el bárbaro, el esclavo, el extranjero, el joven o el loco.


El gran pecado de Polifemo fue transgredir con su incontrolable apetito las leyes sagradas de la hospitalidad. No ver en el otro a alguien que lejos de llegar para arrebatarnos lo que nos pertenece lo hace para ampliar con sus sueños el espacio de nuestra libertad.


Creadores de lugares

Un hombre fumando y una mujer bebiendo en un patio § PIETER DE HOOCH (1660)

Los pintores holandeses del siglo XVII son, como dice Valeriano Bozal, creadores de lugares. Pintan los lugares donde viven y los personajes que los habitan: el interior de las casas, las calles de su ciudad, los paisajes que rodean sus pueblos, las gentes que viven en ellos. Sus cuadros hablan de esos lugares familiares pero sobre todo de la mirada que se detiene a mirarlos. Una mirada íntima para la que todavía hay una relación entre el lenguaje, el pensamiento y el mundo. La mirada de quien nos recibe en su casa.

El gran almacén

Charles Dickens escribió un cuento en que un fantasma elegía invariablemente para volver al mundo los lugares en los que había sido desgraciado. Sus apariciones solían ser terroríficas, pues estaba lleno de odio, hasta que alguien sensato se lo recriminó. Su argumento no pudo ser más convincente. “Puesto que puedes regresar de la muerte, ¿por qué no lo haces a los lugares y a los instantes en que fuiste feliz, en vez de hacerlo a aquéllos en que fuiste maltratado?”. Dickens es el verdadero heredero de Cervantes. Es curioso que sea él, un escritor inglés, quien recoja tal testigo. En nuestro país nadie supo hacerlo y esa es una de las tragedias de la literatura española. Ni siquiera el gran Galdós fue por esa senda: la del arte como hospitalidad.


Dickens' Dream', cuadro inacabado del pintor Robert W. Buss (1804-1875).

Para Dickens sus héroes eran antes que nada sus invitados. Esto lo dijo Chesterton, que escribió que sus novelas eran una especie de gran almacén de todas las emociones humanas. El creador del padre Brown podría haber dicho algo así de Miguel de Cervantes, cuyos libros son también un muestrario de esa inagotable variedad del corazón humano. Alonso Quijano y Sancho Panza podrían haber sido personajes de Dickens; lo que es lo mismo que decir que una buena parte de los grandes personajes del escritor inglés podrían haber pululado con naturalidad por las páginas de Cervantes, salvando como es lógico los pequeños problemas derivados de la adaptación a los distintos tiempos que les tocaron vivir: la España de la decadencia y la Inglaterra industrial. Ninguno de los dos es, en sentido estricto, un escritor realista, aunque ambos hablan de la realidad y ambos contribuyeron a cambiarla. Los dos, por utilizar otra expresión de Chesterton, son creadores de lo imposible, y a este tipo de escritores no suele afectarles mucho el paso del tiempo. Es a los escritores realistas a quienes lo hace. Las aventuras de Aquiles siguen emocionándonos, pero no sabemos si fueron posibles alguna vez. ¿Importa? No, no importa. El escritor inmortal va más allá de la observación. Y eso hacía Dickens, como hizo siempre Cervantes. Por esos sus personajes siempre están a caballo entre dos mundos, el de lo real y el de lo poético. Su tendencia a lo locura, a la exageración, su lado caricaturesco, nunca surge de un defecto sino de un exceso de vida. Y esto sucede no solo con los bondadosos o positivos, sino con los malvados. Es verdad que mister Bumble, en Oliver Twist, es un personaje despreciable y cruel, pero no lo es menos que nadie puede sentirse absolutamente desgraciado en su presencia, ya que nos lo impide el espectáculo de su singular locura. Y es que para Dickens el mundo podía ser terrible, pero era siempre interesante.


Leer a Dickens es como asistir a un banquete. Uno de esos banquetes donde se reúnen los comensales más diversos, y donde no dejan de servirse todo tipo de platos y bebidas. Hasta el agotamiento. Con los personajes de Dickens, como vuelve a decir Chesterton, uno nunca dudaría en irse de juerga. La diversión está asegurada, porque el mundo para ellos nunca es un lugar aburrido. Para el escritor inglés hay algo peor que pasen cosas malas, y esto es que no suceda nada. Eso es el verdadero infierno. Un infierno que nunca aparece en sus libros.


Sus personajes son almas que viven en una cárcel, pero son siempre almas vivas. Dickens escribió sus libros para mostrarnos cuánta felicidad puede haber en la vida de los desgraciados. Para hablar de los deleites de los pobres, que es lo que somos todos.



Escena de El viento nos llevará de Abbas Kiarostami (1999).

La ventana y la lámpara

En El viento nos llevará la película de Abbas Kiarostami, un director de cine va a comprar leche y baja a una bodega muy oscura donde una muchacha de lo que no verá su rostro, ni sabrá su nombre ordeña una vaca. Una muchacha que está en ese umbral misterioso que separa el mundo real del mundo del ensueño. Mientras ella ordeña a la vaca, de la que sólo vemos las ubres, el director le recita un poema: "Si vienes a mi casa, tú que eres amable, tráeme una lámpara y una ventana por la que pueda ver a la gente en la alegre calle". Una ventana y una lámpara, eso es el cine para el director iraní. Una ventana para ver el mundo, y una lámpara que es el símbolo de nuestros ensueños.


“Soñar, es quizá lo más necesario que existe, más necesario incluso que ver. Si un día me dijeran: Estás obligado a elegir entre soñar y ver, yo elegiría sin duda soñar. Creo que con la imaginación y el sueño se soporta mejor la ceguera. Sin sueños, la vida no sería fácil”. Las películas de Abbas Kiarostami apenas tienen argumento, y sus modestas anécdotas se confunden con los hechos ordinarios de la vida: un día de clase en una escuela infantil, una muchacha que tiene que hacer de actriz y que se niega a repetir lo que le dicen, un niño que busca la casa de su amigo para entregarle el cuaderno que se ha olvidado en la escuela, un director de cine que visita los lugares donde ha tenido lugar un terrible terremoto para ver lo que ha pasado con sus conocidos. Historias de la gente que Kiarostami filma con un estilo alejado de toda retórica, con largos planos secuencia que recuerdan la estética de los documentales. Tampoco sus actores son profesionales. Suele elegirlos en los lugares en los que rueda, como queriendo ser lo más fiel posible a la realidad que quiere reflejar. La reivindicación de los sueños no es obra de un visionario que antepone el mundo de la fantasía y el delirio al mundo real, sino del que sólo aspira a captar con su cámara la presencia del mundo. Como si hablar de presencia fuera hablar de pensamiento, hablar de alguien mirando. Y mirar no es percibir pasivamente las cosas, sino adentrarse en ellas, sorprender su vida escondida, crear un lugar para que esa vida pueda florecer. Lo que es lo mismo que decir que sólo con la imaginación podemos ver de verdad el mundo. Espacios para albergar nuestros ensueños, eso son las películas de Kiarostami. El cine se ha creado, nos dice, para proteger al soñador.


La hospitalidad

Tener corazón: hacer un sitio, preparar un lugar.







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